domingo, 7 de febrero de 2021

 

Tecno-Psicosis y Paranoia Existencial en tiempos de pandemia.

Rodolfo Zermeño Torres.

 

Cuerpos… ¿…humanos, cyborgs o zombies?

La propagación del COVID ha expuesto una singular condición humana: todos estamos moribundos y nos mantenemos con vida ya que estamos conectados a máquinas.

 

Cómo cadáveres ambulantes sobrevivimos gracias a dos formas de animación: el cyborg o el zombie.

 

Nuestro cuerpo ha estado bajo ataque desde el inicio del capitalismo y ha sido víctima del llamado fuego amigo: el capitalismo extrae energía de los seres vivos para ponerla al servicio de la producción de capital. Para mantener en funcionamiento a ese cuerpo humano lo ha dotado de prótesis tecnológicas que en tiempos recientes se les conoce como gadgets; todos estos aditamentos nos han ido volviendo una especie de cyborgs.

 

Esta tecnologización de los cuerpos se nos ha vendido, literalmente, como una forma de potenciar nuestras capacidades y alcances. Normalmente se aprecia con sospechosa alegría cada nueva optimización de la relación cuerpo-máquina.

 

Por el otro lado el virus nos ha convertido en una especie de zombies: cuerpos animados por las más básicas necesidades como respirar o alimentarse.

 

Todos los síntomas del SARS (síndrome severo respiratorio agudo) reeditan condiciones humanas en tiempos del capitalismo neoliberal:

  • Elevación de la temperatura: por la facilidad que tenemos para “calentarnos” y “explotar” cuando algo no marcha como lo planéabamos.
  • Dolor de cabeza: por las tensiones a las que nos someten constantemente.
  • Insuficiencia respiratoria: por la sensación de asfixia de las exigencias sobre humanas de vida productiva.
  • Cuerpo cortado: por la creciente disociación respecto de nuestra conciencia corporal y la necesidad de que sea un experto quien “pretenda conocer” ese cuerpo.
  • Tos seca: por la necesidad de expulsar lo que llevamos dentro.

 

¿Guerra contra el virus o cultivo del virus?

El virus por sus propias características es invisible aunque omnipresente, siendo que la única forma en que se manifiesta es a través de su inoculación en los seres vivos entonces opera desde los cuerpos de las personas. Lo terriblemente dramático de esta pandemia es que los contagiados son personas a las que amamos; por lo tanto considerar al virus un enemigo nos coloca en la posición de hacer la guerra contra nuestros seres queridos; o de que ellos la hagan en contra nuestra.

 

"Si te cuidas tú, nos cuidamos todos". Ese es el eslogan oficial con carácter paradójico. Cuidarse a uno mismo implica dos cosas: a) nadie puede cuidarme mas que yo mismo; b) si no me cuido soy un peligro para el otro. En función de ello puede decirse que ésta estrategia es parcial ya que deja excluido la otra mitad de los cuidados: "Si me cuidas tú, también te cuidaré a ti". En esta complementariedad ni yo ni el otro es visto como enemigo sino como cuidador. Pareciera que al sistema no le conviene que nos veamos como cuidadores mutuos sino como peligros ambulantes.

 

Esta situación parece un sub-texto que siempre podrá capitalizarse. La cuestión radica, según el mismo discurso neoliberal, en que al virus podemos ubicarlo como el enemigo del cual hay que protegernos mientras que al capitalismo rara vez lo cuestionamos o señalamos como fuente de nuestros malestares.

 

Este ha sido el gran éxito del capitalismo: lograr ubicar al enemigo en otro lugar. Incluso ahora el enemigo somos nosotros mismos. Llevamos la muerte del otro en nosotros, ya sea porque evitamos la presencia de los demás o porque los contagiamos.

 

No se puede separar la existencia corporal de la psíquica o la social. Freud fue muy claro al indicar que “el yo es ante todo un yo corporal” y que “toda psicología individual era al mismo tiempo psicología social”. Por lo tanto esta pandemia es biológica, económica y política.

 

Tal vez el único modo de resistencia al “el enemigo somos nosotros” es asumir que “el virus somos nosotros”; y a partir de eso infectar al sistema capitalista debilitando su énfasis en la competencia y la sobreanía y aumentando la cooperación.

 

También hay otra solución mas poética: la solidaridad del contagio (en oposición a la democratización del virus), yo enfermo, aunque el virus no haya entrado en mi cuerpo, cuando los que amo enferman. Cultivar el contagio (como lo plantea la activista boliviana María Galindo[i]) es crear redes de apoyo para la subsistencia y para el cuidado de los que amamos; en oposición al encerramiento y aislamiento paranoico del prójimo como enemigo. A final de cuentas nuestra gestión de la salud siempre ha sido domiciliaria y hogareña.

 

Tecno-Psicosis.

Melanie Klein define a las psicosis como aquellas posiciones anobjetales, es decir en donde no existe diferencia entre el yo y el objeto, el adentro y el afuera.

 

La tecno-psicosis nos ha hecho vivir en la máquina digital del internet. La psique-corporal inaugurada por Freud se ha vuelto una red interconectada que nada tiene que ver con aquel inconsciente desconocido para el propio sujeto por efectos de la represión.

 

Ahora lo desconocido es lo externo, el virus (que se niega a revelarse a los escrutinios de las tecno-ciencias).

 

La estructura económica se ha colapsado arrasando así a los sujetos de la producción-consumo. No hay formación del inconsciente que permita dar cuenta del retorno de lo reprimido; en cambio emerge la angustia pura.

 

Rota la promesa del capitalismo-neoliberal se desligan todas las ligaduras libidinales. El neo-libidinalismo no permite hacer trabajo de duelo sino duelo de trabajo (la gente combate por volver a incorporarse a su succionador de esfuerzo) se niega a la pasividad.

 

Como no es posible la inhibición de las funciones entonces el sistema opta por la cancelación “ordenada” (se obliga y se organiza el cese de actividades). La única forma de mantener activas a las personas es mediante la angustia de la reclusión (dentro de sus cabezas suceden toda clase de fantasías persecutorias). Como no se puede permitir que los cuerpos bajen los ritmos (por efecto de la enfermedad, agotamiento o voluntad de descanso) se opta por impulsarlos a ser vigilantes de los otros.

 

Los sistemas financieros han conseguido, por fin, la libre circulación de mercancías al anular a los seres humanos (conexiones en lugar de vínculos y transacciones en lugar de interacciones), todo queda registrado y todo es controlable (pueden tumbarse cuentas de redes sociales).

 

El sistema médico ha sido reemplazado por el sistema medi(áti)co. Cada psique-corporal es al mismo tiempo un portador psíquico del miedo o físico del virus. De cualquier forma uno termina por matar al otro: porque obtura su presencia o porque lo inocula del virus.

 

¿Confinamiento: internalización o infernalización de la pandemia?

El confinamiento como internamiento se divide en dos componentes: internalización e infernalización. Se interna a las personas dentro de sus propias casas (tal como el virus se aloja en el cuerpo del huésped hasta que lo aniquila) y de hace un infierno de su existencia (uno de los síntomas con valor diagnóstico es la elevación de la temperatura) “el infierno son los otros” decía Sartre, y aquí los otros son los que están fuera de casa, pero poco a poco también nuestros familiares lo son. Según Chiozza el virus pasa de las vías respiratorias superiores a los pulmones mediante un goteo en la garganta (fueron los ricos, poderoros y trabajadores transnacionales quienes ayudaron a esparcir el virus que ahora va diezmando a los verdaderos pulmones del país; los obreros y empleados explotados). El virus colapsa los pulmones hasta el punto de dar una sensación de agitamiento ante el más mínimo y cotidiano esfuerzo; esta fatiga está perfectamente ilustrada en los cuerpos de los trabajadores que salen por necesidad a tratar de no perder la vida (por hambre o por enfermedad). La recomendación médica es no esforzarse de más, la respuesta del capitalismo es el tele-trabajo, mantener a los puestos administrativos (de control y supervisión) laborando desde el hogar. No cabe duda: somos moribundos conectados a máquinas, sean estos respiradores artificiales o computadoras y smart-phones.

 

Para vencer esa disociación propia de la posición esquizo-paranoide y acceder así a un mayor contacto con la realidad hace falta la integración de los objetos, el fortalecimiento del yo y la disminución de la severidad del superyo. Todo esto ha sido suprimido por el estado de excepción en el que el virus nos ha colocado: reduce al mínimo todo contacto con la realidad socialmente compartida, acentúa la presencia de objetos persecutorios, infantiliza al yo mediante la confusión y desinformación y eleva el sadismo superyoico a niveles fascistas. En resumen; las políticas de confinamiento se han vuelto un dictador internalizado

 

Del mismo modo pasamos a una disolución-disociación del mundo social. Lo social ha intentado reducirse a interacciones digitales, se obliga al cierre tempranero de establecimientos (lo que determina la clausura de muchos de ellos) y a la reclusión en casa (cada casa se ha vuelto una celda y un panóptico simultáneamente) “Al cuidarte te cuidas a ti y a la sociedad” así reza el eslogan que bien podría entenderse como promesa-amenaza de cualquier prisión. Lo social se diluye porque las calles, puntos de encuentro y hasta los no-lugares han dejado de estar saturados. Al mismo tiempo se disocia porque el afuera y los otros han pasado a ser, como diría Melanie Klein, objetos parciales persecutorios, queda solo la pregunta de la angustia paranoide ¿Me atacan porque son malos y yo muy bueno? Enfrentada a la angustia depresiva ¿Me castigan por que he sido muy malo?

 

El miedo al virus (sea propio, interiorizado o normalizado) lo coloca por encima del miedo a la muerte que es al mismo tiempo su velo y su ecaparate. Se muestran diariamente las cifras de muertos (estrategia terrorista del “no estamos jugando”) y la culpa aparece: a nivel civil se señala a los que no se han cuidado, a nivel político se crítica a los que no nos han cuidado. Sea como sea no se buscan soluciones sino culpables.

 

De la política (arte de distinguir a los amigos de los enemigos) hemos pasado a las biopolíticas (el personal de salud-científica como los únicos que pueden tomar decisiones) y pronto llegaremos a las psicopolíticas (el control de las mentes porque los cuerpos han sido ya separados y anulados los contactos).

 

El capital también tiene miedo.

Humanizar al capitalismo y sus elementos no es nada nuevo, pero ahora toma formas siniestras: “los mercados se están poniendo nerviosos”.

 

En un primer momento se habló de “el virus somos nosotros” haciendo referencia a como la naturaleza reclamaba poco a poco los espacios urbanos y turísticos. Pero ésta analogía puede ir más allá del ecosistema para extrapolarse a la matriz cibernética. Si poco a poco nos hemos ido convirtiendo en cyborgs (empalme de vida biológica y tecnológica) el virus nos ha vuelto zombies (cuerpos degradados por una forma de existencia no viva). Estamos llegando al punto de ser zombies-cyborgs: nuestros aditamentos tecnológicos nos mantienen en funcionamiento pero nuestro cuerpo mortal e inoculado está cada vez más fatigado. Ahora el virus que infecta los sistemas informáticos somos nosotros. El algoritmo intentará controlarnos mediante la captura de información personal en las redes sociales (de ahí la proliferación de apps y plataformas que invaden la intimidad y presionan para hacer espectáculo y exposición de lo doméstico y personal) todo esto solo con la intención de capitalizar el malestar, el sufrimiento y la angustia.

 

Mutación del virus y devaluación.

¿Hacia donde nos lleva este malestar que ya se ha vuelto síntoma? A la encrucijada entre biología y economía a través de la política. Los virus mutan (el humano es el virus del sistema económico capitalista) pero las políticas se resisten a cambiar (se sigue protegiendo a los intereses económicos). Se ha preferido optar por modificar la vida biológica (vacunas y tratamientos) que por modificar las estructuras económicas de desigualdad y precariedad (proteger solo a unos provocará mas mutaciones del virus). Ante un virus democrático que no discrimina, las decisiones políticas si se han vuelto discriminatorias. Es decir, el avance del virus será importante hasta que alcance los mercados financieros.

 

La mutación del virus podrá ser capitalizada económicamente dependiendo del contagio y la propagación; pero a la inversa, la mutación de la precarización (que transforma asalariados en paristas, o que vuelve ejecutivos en desempleados) descapitalizará los mercados. El cuerpo biológico inoculará también al cuerpo económico. El virus no solo devalúa el cuerpo biológico sino también el económico.

 

La rutina económica se rompe (los efectos del freno en la producción-consumo) y sus consecuencias son desconocidas; a diferencia del deseo que solo se conoce por sus devenires y por la culpa que provoca, el síntoma económico se vuelve imposible de aprehender.

 



[i] María Galindo, Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir. en. Amadeo, P. (editor). (2020). Sopa de Wuhan. (1era edición). ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio)

jueves, 30 de abril de 2020

Recorrido y Transición Universitaria.

Mtro. Rodolfo Zermeño Torres.



La tragedia de lo civilizatorio.


La llegada a la universidad suele estar plagada de incógnitas; por un lado se ha estado recorriendo un sistema educativo por al menos 12 años, pero por otro se sobrepasa el límite de la mayoría de edad. Todo universitario se enfrenta a una de las crisis de identidad más grandes que existan: el umbral de la puerta marca dos formas antinómicas de comportamiento. Hacia adentro del salón se espera del estudiante una actitud infantil de obediencia y disciplina, una vez afuera se le convoca a ser proactivo, creativo, emprendedor y crítico.

Según Freud la civilización descansa sobre la represión de las pulsiones. La universidad, como parte del proyecto civilizatorio, no es ajena a esta condición. De forma muy específica la carrera universitaria promete la obtención de un logro luego de un período de espera y esfuerzo, generando una dosis de malestar en donde lo erótico y lo agresivo transitan entre lo intelectual y lo motriz.

Las vías que tome esta eroticidad y agresividad se manifestará en las formas de hacer frente a las exigencias impuestas por la estructura académica. Habrá quien se distraiga, quien ataque o quien sublime, pero cada uno de esos síntomas académicos tendrán el carácter de un mensaje. La dirección de este mensaje puede ir desde los docentes y autoridades universitarias hasta los familiares, pasando por los pares, colegas y compañeros, pero también dirigidos al narcisismo, es decir, al proyecto identificatorio que el estudiante tiene. Si este síntoma-mensaje no es leído y tramitado satisfactoriamente podrán acontecer malestares que pongan en riesgo el devenir académico, el alcance de las demandas curriculares o la satisfacción respecto del área de estudio.

Así mismo el devenir universitario (profesionistas) pone el acento mas en lo externo (titulación) que en lo interno (lo cual siempre es algo propio y no generalizable).

Así pues, recorrer la universidad implica ser consciente de las oportunidades que se brindan por tener el privilegio de recibir una educación; mientras que transitarla es ir llegando a diferentes puntos cuyo destino final es la obtención de un título.


Los Edipos universitarios: con destino pero sin futuro.


El destino está lleno de promesas y certezas pero el futuro actual es incierto e inestable, ante ello nos encontramos con la generación mejor preparada académicamente pero peor empleada laboralmente. La figura del NI-NI se muestra como el peor escenario posible cuando en realidad es una propuesta limitante del capitalismo neoliberal donde lo único que se puede aspirar a ser es estudiar o trabajar; modelos, ambos, de la reproducción de subjetividades y no de la producción subjetiva.

En la tragedia de Edipo pueden hallarse varias similitudes con los estudiantes universitarios: tienen un destino marcado de antemano, son abandonados a su suerte, aniquilarán a su padre y se casaran con su madre, deben salvar la vida mediante su sabiduría y sobre ellos pende la amenaza de un castigo.

¿Que destino se le depara a los nuevos Edipos aún antes de su inscripción universitaria? Se espera de ellos que deban ser

  • Exitosos: emprendedores, felices, multimedia, viajados, políglotas…
  • Humanizados mas que socializados o normalizados: enfocados en derechos humanos, teorías de género, teorías críticas, filosofía y humanidades.

¿Cuáles son las formas de abandono que pueden experiementar?

  • Sentimiento kafkiano: Es la condición de ajenidad que todo estudiante percibe cuando se le novatea al hacerlo pasar por ignorante de los saberes o procedimientos académicos; El desvalimiento favorece la modelación y de ese modo se le va aculturando.Para facilitar el dominio del otro hay que ubicarlo lejos de sus figuras de referencia; estas pueden ser sus cuidadores o sus saberes previos. Esto se manifiesta sobre todo en las cuestiones de la práctica profesional. Cuando un practicante, un prestador de servicio social o un pasante se presenta en alguna institución para empezar una práctica empírica requiere de todo un aparato burocrático (generación de documentos y evidencias que comprueben su ejercicio y su apego a la normatividad vigente) que de cuenta de todas sus actuaciones. Dicho aparato solo se encarga de almacenar los datos mientras que la gestión de los mismos corre a cuenta del interesado (aunque existan procedimientos que busquen simplificar dicha gestión). En ese momento el sujeto de la práctica solo puede encargarse de tener en orden la mayor cantidad de elementos, pero su actuación estará determinada por quienes funjan como supervisores.
  • El excluido es aquel que se encuentra fuera de ciertos criterios de consideración académica, lo que provoca que quede sin acceso o acceda parcialmente a la práctica empírica. Ya sea debido al promedio bajo, al insuficiente número de créditos, a su desfase semestral o a su pertenencia a diversos planes de estudios va siendo relegado para la elección de los campos de práctica. Termina por acomodarse en espacios que no son de su interés o ejerciendo actividades más por obligación que por convicción; ésta marginalización solo le deja el camino de la obediencia o el del acto compulsivo y repetitivo, en caso de que realmente llegue a llevarlo a cabo.
  • El refugiado es aquel que accede a un centro de prácticas empíricas ajeno a la institución donde llevó a cabo su formación teórica. No pertenece a la institución a la que llega y está lejos de la institución a la que pertenece. Estará condenado a ser siempre un forastero y a lidiar con esa condición, es decir que será incluido como un excluido, como alguien pasajero y eventual cuya existencia se da solamente en términos de su adherencia a un rol predeterminado burocráticamente. Responde, como mínimo, a un par de demandas institucionales (la de origen y la de llegada) y debe acoplarse a ellas lo que va a poner en entredicho su pertenencia e identificación con ciertos referentes teórico-técnicos.

¿A que padre aniquilan y con que madre se unen los universitarios?

  • Los padres muertos: Todo niño nace muerto porque en un principio es solo el depositario de los deseos parentales. Cuando se desencanta de ellos podrá acceder a la búsqueda de su propio deseo, y ahí comenzará a hacer el duelo por los padres de la infancia. Así mismo conocerá nuevos adultos significativos de quienes obtendrá nuevos modelos identificatorios que también deberá aniquilar para reconocerse a si mismo. Al otro se le va matando para ir emergiendo uno poco a poco.
  • La madre nupcial: Toda carrera es un compromiso adquirido con una madre académica, por eso a la universidad se le llama “Alma Mater”.

¿Con que sabiduría podrán enfrentarse a las diversas esfinges?

  • El gran triunfo edípico es acceder a un saber acerca de si mismo y por si mismo; al momento de ya no estar determinado por el otro es cuando podrá hacer frente su futuro como posibilidad. El oráculo nunca le responde a Edipo la pregunta sobre su origen, en cambio le habla de su destino, y es ahí donde él huye solo para encontrarlo.
  • Terminar la carrera va más allá de conseguir un título; toda elección profesional es en el fondo sintomática (como intento de solución de conflicto) de ahí que haya tres posibles salidas al saber adquirido: a) el saber trasciende el conflicto y la carrera se vuelve fuente de placer; b) el saber tranquiliza el conflicto y la carrera pasa a segundo plano; o c) el saber angustia y uno prefiere abandonar la carrera.

¿Por qué habría de castigarse el deseo de ser universitario?

Porque toda profesión de origen académico marca un doble sesgo: por un lado impone una brecha (más aparente que verdadera) ante todo aquel que no estudio y, por otro lado, delinea un perfil para el egresado (se le impone una parcialidad a su identidad basada en cierto número de “obligaciones y compromisos”).
Para ser acreedor a una sanción debió haber previamente una prohibición y, académicamente, entre las cosas mas castigables en se encuentran la no-ciencia, referencia al pasado y in-útil.
  • El castigo por no ser científicos, demostrables y generalizables se pagará con la condena de mostrar siempre evidencia
  • Ante la tiranía de lo novedoso se exige que todo tenga que ver con las ultimas investigaciones y se deja de lado las propuestas predecesoras por considerarlas antiguas o fuera de vigencia.
  • El pragmatismo y la funcionalidad obligan a que todo tenga siempre una utilidad; de no cumplir con este criterio se cuestionarán sus principios ciéntífico-técnicos; es decir todo saber tiene que ser también un hacer para el beneficio.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Suicidio y Destino Civilizatorio.


El destino civilizatorio es un suicidio común. Cuando se habla de prevenir el suicidio se generaliza demasiado, como si todos los suicidantes fueran iguales. Utilizar el suicidio como una categoría totalizante es desconocer la subjetividad, la historia personal y los contextos de cada sujeto. 

Todos somos suicidantes ya que estamos siempre en ese proceso, cada que se está viviendo también se está muriendo un poco. Ni corremos hacia la muerte ni estamos en su pasiva espera, pues desconocemos donde, cuando o como ocurrirá; nos debatimos entre la tensión de ambos extremos.


Hay que distinguir entre renunciantes, suicidas y suicidados.

Los renunciantes detestan los placeres de la vida, niegan el querer vivir, no soportan lo efímero de la satisfacción y prefieren mantenerse al margen del deseo y su consecución ya que reconocen que por cada deseo satisfecho habrá otros sin poder satisfacerse. Saben que pueden satisfacer algunos de sus deseos pero también identifican todos los esfuerzos que eso les demandará. En pocas palabras, prefieren ahorrar recursos y evitar el esfuerzo. Este renunciante busca el reposo, ese estado en donde se ha podido liberar del esfuerzo que conlleva todo deseo. El renunciante no se mata más bien se ubica en el lugar de la contemplación estética del mundo.

Estos renunciantes son muy parecidos a los melancólicos ya que en ellos sobra el "¿Para qué?". No se dejan engañar por los semblantes de vitalidad y felicidad propuestos por los poderes y optan por rechazarlos. No caen en el truco del falso ahorro del esfuerzo vital (se les propone cualquier objeto haciéndoles creer que es lo que desean evitándoles así el esfuerzo de desear o el placer de la contemplación). Además de eso nunca caerán en el suicidio pues lo consideran un placer más entre otros que además los privaría de la vida contemplativa.

Los suicidas optan por poner fin a su existencia ya que detestan el sufrimiento, como decía Schopenhauer: "El suicida ama la vida, pero no acepta las condiciones en las que éstas viene dada". Los suicidas pueden optar por la autodestrucción o por la "muerte voluntaria" es decir, por terminar a tiempo con la vida. Para ellos es mas importante morir de una vez que vivir desgarrados interiormente.

Dentro de los primeros debe ubicarse aquellos cuyo suicido es producto de un acto impulsivo y autodestructivo, de una desesperación superlativa o de un delirio profundo; todas ellas condiciones patológicas en donde el suicidio es una certeza de acabar con su sufrimiento. Esta certeza es la que les juega en contra ya que no les permite el cuestionamiento o la crítica respecto de su posición ante la vida.

Existe otra clase de suicidas cuya característica no es la certeza impulsiva (que es una forma de evadir el sufrimiento de vivir) sino la certeza reflexiva. Esta es la llamada "muerte voluntaria" lo que la hace convertirse en el cénit del libre albedrío, en la verdadera soberanía sobre el cuerpo. Su decisión es consciente y voluntaria, no es producto de un arrebato impulsivo o un efecto delirante, y tampoco es forzado indirectamente por los demás o por sus condiciones de vida. Quien lleva a cabo esta "muerte voluntaria" es alguien que ha comprendido que puede morir porque así lo desea. Para ellos la muerte sobreviene porque han podido encontrarse a ellos mismos y rechazan mantenerse con vida únicamente por los demás. Quienes practican la muerte voluntaria se son leales a ellos mismos.

Por último está la categoría de los suicidados: son aquellos cuyas condiciones materiales de existencia (enfermedad, pobreza, soledad…) les hacen doloroso el simple hecho de desear ya que reconocen que sus esfuerzos serán vanos e inútiles y les hacen obsceno es acto de contemplar porque nunca han gozado de un instante de pasividad. No es su deseo suicidarse como tampoco lo es seguir vivos. Para ellos el término de la vida no es una opción entre varias, es por mucho la única ya que su muerte será superflua y su vida desechable. Este es el retrato de los excluidos, esas figuras políticas que no son rentables al sistema capitalista-neoliberal y por lo tanto su destrucción es inducida.

Mientras la persona sea rentable, o sea mientras se encuentre dentro de los parámetros de producción y consumo, se le considera una vida valiosa, pero cuando pierda esa rentabilidad será considerado un excluido, una vida no digna de ser vivida. A partir de ese momento estará muerto para el sistema y solo le faltará concretar el suicidio para estar muerto para si mismo; por eso no son suicidas sino suicidados, Podría decirse que este capitalismo-neoliberal tiene una gran tolerancia hacia los abusos y excesos siempre y cuando mantengan y fomenten la productividad.  


Sobre su prevención.

¿Qué ética manejan quienes evitan el suicidio ajeno? ¿Qué clase de promesas han de formular para convencer a un suicidante de que siga vivo? ¿Cómo está relacionada la prevención del suicidio con la inmortalidad y la no banalidad de la existencia? 

Respecto a la prevención la forma más básica de llevarla a cabo es la de tolerar la posibilidad de la "muerte voluntaria", es decir procurar que todo intento suicida quede solamente en la idea o la posibilidad de suicidio. Tolerar implicafacultar la opción de pensarlo o hablarlo sin que eso angustie a ninguno de los interlocutores y convertir en superfluo tanto el acto de morir como el de vivir. Esto es completamente opuesto a la idea del contraconvencimiento o de hablarle linduras sobre la perspectiva del futuro (que en el fondo son solamente formas de sobornar al malestar). Dicha actitud es un insulto para el suicidante porque implica negar su experiencia interior de abatimiento, vacío, tedio, desánimo, etc. Si ha llegado al punto de pensar en su auto-extinción es porque él mismo reconoce que puede estar sin porvenir, sin objeto, sin destino; y es solo de esa manera de la que se puede vivir. Puede concluirse entonces que la idea de la "muerte voluntaria" es un antídoto, una inmunización contra la autodestrucción de la vida producto de la desesperación extrema y de la inducción capitalista-neoliberal .

Cioran es muy claro al respecto: Debe enseñarse el suicidio como si fuera una asignatura de la educación básica. Para él la sola idea de que uno es capaz de acabar con sus problemas por medio del suicidio es lo que hace la vida mas tolerable. "Lo hermoso del suicidio es que es una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse. […] El del suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir. Esa es mi teoría. […] He dicho que sin la idea del suicidio me habría matado desde siempre. Que la vida es soportable tan solo con la idea de que podemos abandonarla cuando queramos. Depende de nuestra voluntad. Este pensamiento, en lugar de ser desvitalizador, deprimente es un pensamiento exaltante. En el fondo nos vemos arrojados a este universo sin saber porque. No hay razón alguna para que estemos aquí. Pero la idea de que podemos triunfar sobre la vida, de que la tenemos en nuestras manos, de que podemos abandonar el espectáculo cuando queramos es una idea exaltante. […] No es matarse, sino tener la idea de matarse. […] No necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos matarnos. […] yo no abogo por el suicidio, sino por la utilidad de esa idea. Es necesario incluso que se diga a los niños en la escuela: 'mirad, no os desepereis, poder mataros cuando querais' […] 'pero no te mates en un arranque, en un instante'". Cioran (2012: 73-74). 



Cioran, E.M. (2012). Conversación con Leo Gillet. En Conversaciones. México: Tusquets.

 


domingo, 8 de septiembre de 2019

Excluidos y Refugiados en la Formación Psi.





Existen dos figuras políticas que aparecen constantemente dentro del mundo de la formación clínica en el campo psi: los excluidos y refugiados.



Desde el momento en que alguien decide comenzar una formación que desembocará en el ejercicio clínico sabe que junto con los seminarios y las actualizaciones de carácter teórico tendrá también que llevar a cabo prácticas empíricas. Es decir que durante un lapso su profesionalización estará determinada por el escrutinio que la gerontocracia  institucional lleve a cabo sobre su desempeño, el cual estará mediado frecuentemente por la entrega de documentación y evidencias.



Cuando un practicante, un prestador de servicio social o un pasante se presenta en alguna institución para empezar una práctica empírica requiere de todo un aparato burocrático (generación de documentos y evidencias que comprueben su ejercicio y su apego a la normatividad vigente) que de cuenta de todas sus actuaciones. Dicho aparato solo se encarga de almacenar los datos mientras que la gestión de los mismos corre a cuenta del interesado (aunque existan procedimientos que busquen simplificar dicha gestión). En ese momento el sujeto de la práctica solo puede encargarse de tener en orden la mayor cantidad de elementos, pero su actuación estará determinada por quienes funjan como supervisores.



La figura política del excluido es aquel que se encuentra fuera de ciertos criterios de consideración académica, lo que provoca que quede sin acceso o acceda parcialmente a la práctica empírica. Ya sea debido al promedio bajo, al insuficiente número de créditos, a su desfase semestral o a su pertenencia a diversos planes de estudios va siendo relegado para la elección de los campos de práctica. Termina por acomodarse en espacios que no son de su interés o ejerciendo actividades más por obligación que por convicción; ésta marginalización solo le deja el camino de la obediencia o el del acto compulsivo y repetitivo, en caso de que realmente llegue a llevarlo a cabo.



El refugiado es aquel que accede a un centro de prácticas empíricas ajeno a la institución donde llevó a cabo su formación teórica. No pertenece a la institución a la que llega y está lejos de la institución a la que pertenece. Estará condenado a ser siempre un forastero y a lidiar con esa condición, es decir que será incluido como un excluido, como alguien pasajero y eventual cuya existencia se da solamente en términos de su adherencia a un rol predeterminado burocráticamente. Responde, como mínimo, a un par de de demandas institucionales (la de origen y la de llegada) y debe acoplarse a ellas lo que va a poner en entredicho su pertenencia e identificación con ciertos referentes teórico-técnicos.

sábado, 25 de mayo de 2019

Excesos Y Restos De La Maternidad In(al)canzable.

Mtro. Rodolfo Zermeño Torres.


Vivimos en la época de la TECNO-CRIANZA, una vertiente de la capitalización de los cuerpos a los cuáles se les supone ignorantes y se les instruye en todo tipo de artificios para garantizar la llegada del nuevo ser, cuyo cuerpo se vuelve mas importante que el del cuerpo gest(ad)or. Es un período de tiempo en donde lo higiénico y lo tecnológico son más importantes que lo humano.

Lejos quedaron ya los tiempos de las funciones maternas/paternas (Winnicott) y la parentalidad (Lebovici). Con el acceso a las tecnologías de la información y comunicaciones se accede rápidamente a miles de consejos, diagnósticos y experiencias que van minando la capacidad de los cuidadores para el ejercicio personal de la crianza. La subjetividad de quien está en contacto con los infantes es constantemente vulnerada mediante artículos y recomendaciones supuestamente científicos. Esto deriva en una MATERNIZACIÓN, es decir en una mecanización de los cuidados donde lo más importante llega a ser la higiene en lugar de la interacción, y donde el cuidador pasa a convertirse en un registrador de datos que serán luego entregados para su análisis en manos de un experto; pareciera ser que en estos tiempos criar es una actividad permanentemente regulada por los imperativos del progreso.

Pero el mantenimiento de la progenie se ha vuelto igual de importante que su llegada. Se puede decir que se ha pasado de medicina de fertilización a la de FETILIZACIÓN, es decir que el cuerpo de la mujer se vuelve prioritario únicamente en la medida que es garante de la implantación del embrión y como contenedor del feto. En un exceso de políticas de sustentabilidad se le pone más atención a la generación venidera que a la actual.

Desde lo bio-político se espera por parte de la mujer un cuerpo dócil y un útero en optimas condiciones, mientras que desde lo psico-político se buscan cuidadores entusiasmados con los hitos evolutivos (biológicos, neurológicos, psicológicos) y ávidos de conocimientos tecno-científicos que les garanticen una CRIANZA DE PRIMER MUNDO (estandarizada de acuerdo a familias heteronormadas, blancas y burguesas); de ahí lo inalcanzable de la maternidad que siempre es insuficiente en relación con los modernos aportes pediátricos. Y para mantener bajo producción todos esos potenciales cuerpos gestantes se recurre a dos estrategias: miedo y tristeza de no poder procrear y cuidar eficientemente.

Existe también un reiterado acto de violencia caracterizado por la presión social y cultural hacia la maternidad colocada como estandarte de la feminidad lograda. Violencia que repercute en la creencia de que una mujer solo puede encontrarse a si misma hasta que lleva un hijo en su vientre o lo tiene entre sus brazos. Esto obedece a las dos instituciones sobre las que se fundamente la "FEMINIDAD OCCIDENTAL": la heterosexualidad y la maternidad, en donde cualquier comportamiento que amenace a éstas como los amores ilegítimos, el aborto y el lesbianismo, son catalogados como desviaciones y actos criminales.

Así mismo se deja a los cuidadores recurrentemente solos en su tarea lo que propicia que sus malestares sean acallados o volcados con la única persona que tienen a su disposición: el infante al que cuidan. Y una vez que ocurre eso el juicio llega a ser lapidario bajo la presión de tener que amar incondicionalmente a ese ser del que se hacen cargo. O sea que el imperativo es DEBER AMAR TODO EL TIEMPO. Lo que nunca se toma en cuenta es que ese malestar dirigido al la progenie es un último recurso despues de que todo lo demás se ha agotado.

De todo lo anterior puede desprenderse la idea de que la crianza (independientemente de quienes la ejerzan) es una nueva MODALIDAD DE ESCLAVITUD tanto para el cuidador como para quien es cuidado. La existencia de una multiplicidad de saberes que buscan conformar un sistema idealizado de protección y correcciones, van estandarizado las funciones y anulando el poco margen de acción para el vínculo más temprano e importante de los seres humanos. La imposición de la tecno-crianza aniquila la experiencia íntima de maternaje y paternaje volviéndola un asunto político susceptible de ser auditado y regulado por cualquiera que se sienta en posesión de saberes al respecto de la higiene y los cuidados.

jueves, 19 de abril de 2018

Fidelidad y Adicción. Ser la droga para el otro.



Esto va a ser un juego de palabras.

La adicción en la psiquiatría.

Psiquiátricamente la adicción involucra aspectos como dependencia (la sustancia se necesita), tolerancia (hace falta mayor cantidad de sustancia para tener el mismo efecto), intoxicación (un consumo muy intenso en un corto periodo de tiempo puede llevar al colapso), abstinencia (la falta de la sustancia provoca una serie de malestares e inconvenientes). Cualquiera de éstos términos bien puede ser aplicado a las relaciones personales.

En la adicción y en el amor lo ajeno siempre es consumido. En el primer caso la sustancia es introducida al organismo y metabolizada; en el segundo el objeto amado es desgastado al momento de moldearlo y exigirle cosas.

Amor y droga.

El lugar ideal del objeto de amor está donde se encuentra el lugar real del objeto de adicción: no desperdiciar ni un gramo, ni un mililitro, no in milímetro…. Aprovecharlo todo !!!!!
La sustancia no se queja, las personas si. Y la sustancia está ahí, las personas no. Lo que se le pide a una sustancia no se le puede pedir a una persona, o se le puede pedir pero no puede cumplirlo.
La droga no te juzga y no se va por razones atribuidas a la propia persona; vincularse amorosamente implica ser responsable, drogarse no, incluso deja lugar para

La droga proporciona un placer alcanzable, un placer que cada vez va siendo reemplazado por un shot energético producto del declive de la libido, del cansancia, del desgaste. El adicto lo es porque no le quedan fuerzas para ser otra cosa; lo mismo que el monógamo, es más difícil cumplirle a muchas personas.
El shot energiza al narcisismo, antes de él no había nada, solo miserias de autovaloracion; después del shot o la droga hay un extasis maníaco en el que se siente que todo se puede. O tal vez puede ser que coloca al sujeto en un estado ideal (libre de inhibiciones) más que en un estado alterado. La droga descubre quien se es realmente, encamina el deseo (y eso no se debe a sus propiedades farmacodinámicas sino al sujeto mismo) por lo tanto la el objeto-droga es investido de deseo como se inviste al objeto-amado de expectativas.

Cuando el amor se mezcla con dolor, se vuelve adicción.

A veces se ama con remordimiento. Se ama a través del sacrificio (sobrepasamiento de los límites) que se ha hecho por estar con el objeto amado.
Amar incondicionalmente es sobrepasar los límites del pudor; se abandona todo el mundo por una sola persona.
La muerte chiquita (orgasmo) es la felicidad suprema, se muere por quien se ama (morir a manos del objeto amado como incomparable acto de entrega).

La doble moral de la exclusividad

Vivimos en un mundo extraño que tiene dos opiniones distintas respecto del mismo acto: la preferencia de un objeto por encima de todos los demás. Cuando esa preferencia es por un ser amado se le llama fidelidad (es una aspiración de las almas puras y se ha convertido en un controvertido ideal matrimonial), cuando es por una sustancia se le llama adicción (es vista como algo detestable que impide disfrutar de las demás opciones de la vida).

Hay que repensar al objeto-droga, poder trasponerla hacia la posición de la fidelidad y descolocarla del lugar de adicción. Cuando al ser amado se le pide fidelidad se le está exigiendo algo que va más allá del compromiso de exclusividad. Porque más que una petición hacia la otra persona se convierte en una obligación con uno mismo: uno debe convertirse en la droga del otro. ¿Qué tipo de transmutación debe de operar en uno para volverse eso? ¿Puede uno ser todo para el otro? ¿Puede otro ser todo para uno?

La a-dicción como falta en la palabra. No se enuncia el deseo, se lo repite.

¿Qué hay en el objeto-droga que lo vuelve tan atractivo? El objeto adictivo es un objeto fácil (no porque sea sencillo encontrarlo o mantenerlo, sino porque vuelve simple al adicto, sabe que quiere eso y sólo eso). Cualquier otro objeto es complicado porque nunca alcanza la satisfacción. Aunque ésta es la esencia de la pulsión, estar insatisfecha, siempre buscando nuevos objetos para que lo posible ocupe el lugar de la repetición infatigable de lo mismo.
La adicción es rutina, la fidelidad es copia (cassetes). Ambas implican la pérdida de la creatividad, se espera que todo sea lo mismo, sin variaciones ni cambios ni contrastes. Obvio nunca se cumple esa expectativa. Se busca la anulación de la diferencia. La adicción es la irrupción del gris en el matiz de la multicolor experiencia de la intoxicación; lo mismo puede decirse de la monogamia respecto de la fugacidad del enamoramiento.
La adicción es la más lastimosa de las compulsiones repetitivas; porque invariablemente se busca lo mismo, se reitera y ni si quiera hay posibilidades de imaginarse un placer distinto. Su consecuencia es el aislamiento. El estancamiento en un solo objeto evita el contacto con los demás, los desprovee del atractivo.

La obligación del desear apoderándose del desear: limita el abanico de intereses y posibilidades hasta que lo reduce a una sola afición. El deseo retrocede, los objetos son difuminados y va quedando una sola opción.

La única forma de salir de la adicción es con el retorno a la palabra (a-dicto es aquel que se ha quedado sin palabra porque su deseo queda obturado por el objeto que lo hace callar) y la palabra solamente puede existir cuando sirve para generar duda, no para generar certeza (la certeza es adictiva). Ser escéptico ante la pareja implica dudar de ella; no de su libertad sino de la posibilidad de hacernos sentir completos. Reconocer que el otro no puede ser todo para nosotros, y que nosotros no podemos ser todo para el otro nos permite liberarnos. Nos libera de la carga de ser la satisfacción plena para alguien más, y lo libera para re-emprender su búsqueda en otros horizontes. El amor como búsqueda es libertad, el amor como estancamiento en un solo objeto amoroso es adicción. Esta libertad no es una independencia total, sino que  involucra la posibilidad de buscar nuevos y variados objetos. La contraparte adictiva implicaría la aceptación de que el otro decida por uno mismo.






martes, 27 de febrero de 2018

La resiliencia como hojalatería de la subjetividad.





La resiliencia, según la definición de la Real Academia Española de la Lengua es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, pero en psicología clínica se incluye también la capacidad de afrontamiento ante las crisis o situaciones traumáticas, así como el fortalecimiento posterior una vez asumidas. El problema principal de esta definición es la obligatoriedad de afrontamiento, recuperación y esperanza. ¿Por qué se vuelve obligatorio que alguien tenga una visión optimista de la vida? ¿Qué poderosos intereses se mueven en todas aquellas técnicas diseñadas para el desarrollo personal? ¿Por qué razón el sufrimiento es visto como algo indeseable? ¿A quien conviene que la recuperación post-traumática sea lo más inmediata posible?

La resiliencia está ilustrada con el símil de los metales, los cuales pueden deformarse sin romperse; esto puede ser llevado al extremo de la maleabilidad y la ductibilidad. Mientras más maleable sea un metal, más precioso es (por ejemplo el oro que puede formar láminas muy muy delgadas y adoptar diversas formas a partir de eso) o más práctico es (como el cobre que puede "hilarse" y de ese modo conducir energía. Pero, ¿Por qué elegir un metal como metáfora de un ser humano traumatizado?

Un ser humano roto no sirve, tiene que ser adaptable, recuperar su firmeza; debe estar presentable de nuevo, no pude mostrarse desgastado sino íntegro. Es la falacia del maquillaje, no importa como estés por dentro, siempre que estés presentable.

La sociedad actual parece estar más enfocada en la superación del trauma porque entonces se puede hablar de eso y no del trauma mismo. Se prefiere esa historia heroica (y por ende escasa ya que parece más la excepción que la regla) que la dolorosa; se opta por la esperanza por encima de la tragedia. Pero en ésta lógica se oculta algo: la idea de que el sufrimiento es la única vía de transformación y crecimiento. Es decir, se busca negar el dolor (porque este implica una sensación de la cual puede darse cuenta y puede transmitirse al otro, el cual puede desgastarse por empatía) pero se intenta darle a la crisis un lugar como disparador del desarrollo personal. ¿Por qué el cambio tiene que venir precedido de un trauma? ¿Por qué la necesidad imperiosa de cambiar?

El sufrimiento, a diferencia del dolor, es la experiencia subjetiva de lo traumático. Es lo que se hace y se piensa del trauma; el dolor es lo que se siente. El sufrimiento es de lo que se puede hablar, el dolor es lo que puede ser sentido pero sólo puede ser transmitido hasta que se hace pasar por la palabra.

La resiliencia desvía la palabra, la usa para hablar del futuro, no del pasado. Intenta aplicarla para la superación y las nuevas perspectivas, no para la puesta en escena del evento doloroso. No permite la transmisión ni la tramitación, en cambio busca la transformación.

¿Por qué insistir en el metal como resiliente? ¿Qué tiene esa superficie brillante, pulida, rígida y fría que es tan atractiva para la psicología clínica? ¿Por qué no hablar de la madera como ejemplo de entereza? La madera parte de lo vivo, es imperfecta y rugosa pero su tacto es cálido, incluso aromático (dependiendo del árbol de origen), su desgaste adopta la forma de eso que con lo que entra en contacto. Si bien es cierto que es incapaz de recuperar su aspecto original, puede repararse pero para eso necesita de otros elementos (cosa que no ocurre con el metal, que por si mismo puede ser fundido de nuevo). En ella pueden verse las marcas de su historia y de sus reparaciones (en el metal no, este se ve siempre limpio, lustrado, brillante, en pocas palabras: perfecto).

La resiliencia no tiene porque ser una restauración que permita dar la apariencia que se tenía antes de que pasaran los años o los traumas (a veces el trauma es envejecer). Pero en la clínica actual esa es su intención, y es una intención paradójica puesto que no permite el cambio ni la transformación (aunque así lo anuncie) simplemente quiere dejar al sujeto igual de productivo que antes.

Muchos clínicos entienden la resiliencia como el poder enfocarse en lo que uno aún conserva, en lugar de atender lo que uno ha perdido. Esto es cierto, pero no es completo. No tiene nada de malo querer ver lo dañino de la historia; los sufrimientos suelen ser mas comunes (común en su doble acepción tanto de aquello que es generalizado, como de aquello que todos compartimos) que los placeres; la visión del pasado como algo que ha dejado de ser persecutorio es igual de valiosa que la perspectiva de un futuro por venir (ya sea como una espera pasiva o como esperanza en un proyecto).

Ser resiliente va más allá de tener esperanzas en el futuro, más que apelar a los recursos con los que aun contamos; ser resiliente es poder hablar del trauma, asociarlo con lo propio y con lo ajeno, es entender que se puede salir fortalecido de una crisis, incluso cuando esa fortaleza sea una forma de melancolía, un modo de ver el mundo como sufriente o absurdo. ¿Por qué se insiste tanto en el optimismo? Cuando alguien reconoce lo absurdo de su paso por el mundo deja de tratar de alcanzar el sentido impuesto por los demás y podrá tener su propio criterio.

La resiliencia no implicaría entonces desarrollo personal, porque el desarrollo sería una línea trazada de antemano por las normalizaciones; la resiliencia apuntaría hacia el cambio de posición subjetiva, a tomar un nuevo signficante después de haber abandonado otro significante (se muta un goce por otro); sólo puede dejar un significante cuando ya ha encontrado uno nuevo. O sea que la crisis puede ser entendida como ese conjunto de eventos que cuestionan la identificación del sujeto, que lo hacen tambalear en su identidad y por ende pueden hacerlo salir de su alienación. Es decir que hace una desintentificación con lo que lo precedía (el discurso de la producción-consumo o de todo-irá-bien), es como de repente darse cuenta que hay muchas canciones para cantar.

Puede concluirse que surgen tres elementos en la constelación de la resiliencia: crisis, dolor/sufrimiento y recuperación/transformación. Cada uno de los cuales podría ser entendido desde una perspectiva distinta al de la psicología positiva y la clínica de la adaptación.

La idea de crisis pretende manejarse como pasajera y externa, como una tormenta que limita las posibilidades y por ende facilita la toma de decisiones: se resuelve o no se resuelve. Pero más allá de la resolución es la posibilidad de desalienación. La crisis pone en jaque el saber del otro, cuestiona la normalización al demostrar que el mundo no era como estaba planeado. La crisis pos-pone al otro y su saber y pro-pone al sujeto y su deseo como aval de si mismo.

 El dolor/sufrimiento sería el componente subjetivo, "En sí, el dolor no tiene algún valor o significación. Está allí, hecho de carne o de piedra, y, sin embargo, para calmarlo debemos tomarlo como la expresión de otra cosa, despegarlo de lo real transformándolo en símbolo" Nasio, J.D. (1996: 21). El sufrimiento será eso que hacemos con lo doloroso, la forma propia de interpretarlo, tramitarlo y transmitirlo; independientemente de que el otro pueda recibirlo o quiera transformarlo en una suerte de adaptación.

La recuperación/transformación son las dos caras de la misma moneda adaptativa: si uno se recupera es porque volvió a su forma anterior, y si uno cambia es debido a una transformación que apunta hacia el futuro esperanzador. Ambas serían normalizadoras y, por ende, alienantes. Otra posibilidad sería el cambio de posición subjetiva (ubicarse de manera distinta frente a la castración y el deseo del Otro).

Por lo tanto la crisis marca la zozobra de la seguridad que proporcionaba la normalización; la promesa de recuperación/transformación viene como la primera opción de rescate por parte del Otro. Hasta ahí queda la resiliencia, como el intento de volver a ser lo de antes o la posibilidad de recomenzar con lo que aún queda. Pero esta operación clínica no hace nada con la angustia ya que niega el dolor/sufrimiento al centrarse únicamente en la recuperación y en la aparición de la esperanza.


Nasio, J.D. (1996). El libro del dolor y del amor. Argentina: Gedisa.


miércoles, 28 de diciembre de 2016

En la Fila (con "f" de falta) de la gasolina.



La actual crisis de combustibles ha evidenciado algo: Somos iguales por lo que carecemos, no por lo que poseemos. Es tal la herida narcisística infringida por el menoscabo de gasolina que muchos han optado por conseguirla a cualquier precio, ante eso otros han aprovechado para revenderla aparentemente obedeciendo a la ley de la oferta y la demanda. Sin embargo esto es más complejo aún ya que implica procesos de desfalisización.

Las largas filas en las gasolineras han logrado una de las utopías en donde las promesas políticas han fracasado: igualdad. En esas interminables hileras de vehículos pueden verse mezclados coches último modelo, camionetas todo terreno, utilitarios y automóviles desvencijados cuyas mejores épocas hace mucho tiempo pasaron.

La noción de igualdad implica la desaparición de las diferencias. Al menos durante su detenimiento en la fila todos los vehículos son iguales, se asemejan en su condición de motores inactivos; sólo será hasta que se pongan en marcha que reincorporarán -para sus dueños- las diferencias de las que estaban dotados. Esta última particularidad es la que sirve de palanca de cambio desde la política hasta la subjetividad. Los sujetos de la fila están en posición de objetos, se ven desprovistos de su status social al demandar un único tipo de mercancía: el combustible; hasta ahí todos son iguales. Pero éste hidrocarburo dista mucho de ser solamente el elemento que hará funcionar sus automotores, además les restituirá el sentimiento de si que se irá recuperando conforme vuelvan a apropiarse del manejo de su vehículo.

Basta recordar que las agencias de venta de coches tienen identificados a los compradores según su pertenencia a segmentos de mercado, lo que les permite ofrecerles ciertos tipos de vehículos "acordes" a sus necesidades; una misma línea de coches puede tener diferentes precios según los accesorios incluidos. Esto da como resultado que un vehículo sea algo más que un medio de transporte, se vuelve una extensión del yo, una insignia, una diferencia entre el yo y el resto (no-yo).

Una vez que cada automóvil sea recargado de combustible el narcisismo de su propietario recuperará la "potencia" que había perdido al estar formado en la fila. Esta es una de las razones por las cuales los llamados virtuales a las protestas, paros y manifestaciones se pierden como un conteo de likes en facebook. La razón es simple: la convocatoria realizada en internet ofrece sólo un objeto discursivo que es bien recibido y anhelado únicamente mientras no se accede al objeto mercancía (en este caso la gasolina). La indignación del ciudadano en paro (que puede ser, literalmente, quien se encuentra formado esperando para cargar gasolina o quien está desempleado) se suma a la de otros "parados" solo mientras comparten esta condición de igualdad; aquí se encuentran fusionados únicamente por ligas libidinales, no por un lazo social o discursivo (como el promovido por las incitaciones a la protesta hechas en redes sociales). Y toda vez que han abandonado la gasolinera su identificación con el resto de la fila de vehículos y ciudadanos en espera desaparece, con esto reaparece una supuesta apatía ante la situación de desabasto.

Este fenómeno puede ser percibido en los diferentes momentos en donde el incremento al precio de algún producto o servicio afecta solamente a una parte de la población. Por ejemplo, el alza al transporte público favorece las reclamaciones estudiantiles, no así el aumento en el costo de los alimentos o medicinas (que a su vez generará inconformidad en otros sectores). Es por eso que los propietarios de automóviles se muestran tan cercanos unos a otros durante su estancia en la fila de espera pero tan alejados en la misma proporción que pisan el acelerador de su auto. Mientras carecían del combustible estaban desfalicizados, una vez que lo adquieren creen recuperar ese falo (ese velo imaginario que cubre la falta), de ahí que se vuelquen a manifestarlo ávidamente en redes sociales haciendo un llamamiento a la unidad nacional y a las protestas masivas. Su sentimiento de si ha sido restituido en la medida en que han podido llenar su tanque (libidinal y de gasolina).

viernes, 24 de junio de 2016

La Clínica Diluida (de-la-huida); al respecto de los modelos de "prácticas profesionalizantes".*




En efecto, comparado con todos los otros sistemas, el psicoanálisis es el más apropiado para trasmitir al estudiante un conocimiento cabal de la psicología.
Sigmund Freud.  (1919[1918])
¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?


Es necesario hacer una pequeña aproximación al concepto de "práctica profesional": La práctica se entiende como a) lo pragmático (simple y facilón por excelencia) o b) la praxis (la conjunción de teoría y técnica al servicio, en este caso, del paciente). Por otro lado lo profesional es todo aquello que compete al desarrollo de una profesión (es profesional todo aquel individuo preparado que recibe una remuneración por el ejercicio de su actividad; éste encuentra su opuesto en el amateur). Actualmente la "práctica profesional" está signada por el modo pragmático en que una profesión encuentra soluciones a los problemas planteados por las instituciones; es decir, la práctica profesional pasa a ser una herramienta que busca amaestrar para el mercado.

En contraparte, la praxis vocacional, surge de un lugar distinto, desde la subjetividad. Es la puesta en ejercicio del deseo de intervenir en y desde el deseo propio. La praxis vocacional implica el despliegue de un proyecto personal para la atención de un problema específico detectado por un estudiante especialmente sensible a ciertos malestares; en ella entran en juego la pasión y el placer.

La disciplina nunca podrá tomar el relevo cuando el placer por una actividad se ha perdido. Si el practicante no disfruta la experiencia profesional esto no podrá ser recuperado por vía de la imposición sistemática de reglas.

El practicante es el nuevo modelo de eficientización de recursos. La práctica profesional pagada solventa, a bajo costo, áreas auxiliares de la industria cuya rotación es constante y por lo tanto esperable. "Gratificar" a un estudiante es mejor que pagar a un profesionista, y esto es un círculo vicioso.

Entendiendo que el servicio debe ser cubierto por el cliente, la universidad privada privilegia la docencia por encima de la investigación y la extensión (cultural y deportiva); se vuelve más importante la incorporación de clientes para la supervivencia en el mercado; esto a pesar del canibalismo de la misma red de universidades.

Si las tres profesiones imposibles son educar, gobernar y psicoanalizar ¿Qué posibilidades existen de una práctica profesional universitaria? ¿Qué se enseña? ¿Cómo se gobierna esa práctica? ¿Qué tipo de clínica se realiza?

La universidad es una institución social que RE-produce competencias según lo que le demanda la iniciativa privada. Sin embargo la iniciativa privada no RE-quiere sujetos liberales sino sujetos de producción. Además la universidad concentra y controla los saberes para determinar relaciones de poder que permiten "contar" la historia desde un solo lugar.

La licenciatura en psicología es una carrera sui-generis compuesta mayormente por mujeres pero dominada por hombres; la sumisión se vuelve la norma: ejercer desde lo que el otro pide. En este caso el otro son todos aquellos a quienes la universidad brinda servicio y provee con practicantes para su correcto funcionamiento desde la mascarada de "la formación en la experiencia profesional".

Este modelo está basado en la idea de "la competencia para el mercado laboral" en lugar de la autogestión de la iniciativa, caso curioso en una profesión liberal como la psicología.

La práctica profesional es el primer encuentro sistematizado con el quehacer clínico organizado a manera de un servicio de salud (público, privado o institucional). Como tal cumple con el primero de los objetivos: acercar al alumno a la esfera laboral extra-académica; pero deja de lado un segundo objetivo: el contacto con clínicos de reconocida trayectoria.

La identidad profesional es consolidada a través de las prácticas pero, si se carece de dicha identidad o tendencia, el espacio de prácticas puede volverse una obscura premoción del futuro que, lejos de alentar el seguimiento de la carrera, promueve la claudicación del esfuerzo dando por resultado una deserción.

La práctica profesional puede llegar a ser una desilusión total cuando al practicante lo único que le muestran es: "mira: esto es lo que harás el resto de tu vida". Un supervisor que no hace clínica provoca decepción en el estudiante quien no puede ver en aquel un modelo de recorrido profesional.

Así mismo, el espacio de la "super-visión" se convierte en un calabozo de torturas donde el practicante se encuentra bajo la hiper-mirada del pseudo-experto quien, a su vez, es objeto de una hipervigilancia institucional más preocupada por el llenado de formatos para mantener el prestigio universitario frente a las organizaciones públicas y privadas a quienes se les ofertó una amplia bolsa de practicantes fieles, sumisos y eficientes.

Desde esta perspectiva el panorama es completamente desalentador para el practicante quien, en lugar de preguntarse ¿Qué me trae hoy el paciente? Se angustia ante la duda ¿Qué le llevaré hoy al supervisor? Quien, a su vez, se encuentra atareado realizando planes y programas para mantener ocupados a los practicantes dando así una apariencia de efectividad.

Otra gran dificultad emanada de esto es la ligereza con la que se tratan los incumplimientos de los alumnos en las asignaturas del curriculum teórico. Aquí las autoridades suelen apoyar mucho al alumno, tratando de mantener estable la matrícula de clientes y así seguir generando ingreso; pero al momento de realizar actividades de práctica profesional la exigencia se vuelve extrema, pues, del estricto apego a las políticas y las fechas de entrega dependen las alianzas y planes de cooperación con otras instituciones. Cualquier falla en las entregas devendrá en pérdida de confianza hacia la universidad. El practicante pasa a ser un empleado de la universidad aún sin haber egresado; es decir, acontece una crisis de identidad: se le exige como profesionista contratado y se le desapega de su identidad y autonomía.

Ésta última circunstancia genera un falso-self. El practicante hace síntoma de su éxito pues cree que lo único que puede esperar de los demás es la satisfacción total de sus demandas.

Si bien todos los practicantes son iguales, también es un hecho que todos los practicantes son distintos. Un practicante es diferente al otro, y no es igual a si mismo en el primer mes de sus prácticas que en el último semestre de su carrera. La tendencia a la homologación y estandarización niega sistemáticamente dichas diferencias y hace ver a todos los practicantes como iguales, exigiéndoles lo mismo para los pacientes: atenderlos como iguales.

Proponer un mismo tipo de atención es un absurdo para todo aquel que ha tenido experiencia clínica; lo que con un paciente es adecuado con otro puede resultar desastroso. Reconocer las diferencias subjetivas entre los practicantes promoverá que éstos reconozcan, a su vez, las diferencias entre sus pacientes. 


*Conferencia dictada en la "Semana de Psicología UTAN 2016".