La resiliencia como hojalatería de la subjetividad.
La resiliencia, según la definición de la Real Academia Española de
la Lengua es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite
y sobreponerse a ellas, pero en psicología clínica se incluye también la
capacidad de afrontamiento ante las crisis o situaciones traumáticas, así como
el fortalecimiento posterior una vez asumidas. El problema principal de esta
definición es la obligatoriedad de afrontamiento, recuperación y esperanza.
¿Por qué se vuelve obligatorio que alguien tenga una visión optimista de la
vida? ¿Qué poderosos intereses se mueven en todas aquellas técnicas diseñadas
para el desarrollo personal? ¿Por qué razón el sufrimiento es visto como algo indeseable?
¿A quien conviene que la recuperación post-traumática sea lo más inmediata
posible?
La resiliencia está
ilustrada con el símil de los metales, los cuales pueden deformarse sin
romperse; esto puede ser llevado al extremo de la maleabilidad y la
ductibilidad. Mientras más maleable
sea un metal, más precioso es (por ejemplo el oro que puede formar láminas muy
muy delgadas y adoptar diversas formas a partir de eso) o más práctico es (como
el cobre que puede "hilarse" y de ese modo conducir energía. Pero, ¿Por
qué elegir un metal como metáfora de un ser humano traumatizado?
Un ser humano roto no sirve,
tiene que ser adaptable, recuperar su firmeza; debe estar presentable de nuevo,
no pude mostrarse desgastado sino íntegro. Es la falacia del maquillaje, no
importa como estés por dentro, siempre que estés presentable.
La sociedad actual parece
estar más enfocada en la superación del trauma porque entonces se puede
hablar de eso y no del trauma mismo. Se prefiere esa historia heroica (y
por ende escasa ya que parece más la excepción que la regla) que la dolorosa; se
opta por la esperanza por encima de la tragedia. Pero en ésta lógica se
oculta algo: la idea de que el sufrimiento es la única vía de transformación y
crecimiento. Es decir, se busca negar el dolor (porque este implica una
sensación de la cual puede darse cuenta y puede transmitirse al otro, el cual
puede desgastarse por empatía) pero se intenta darle a la crisis un lugar
como disparador del desarrollo personal. ¿Por qué el cambio tiene que venir
precedido de un trauma? ¿Por qué la necesidad imperiosa de cambiar?
El sufrimiento, a
diferencia del dolor, es la experiencia subjetiva de lo traumático. Es lo que
se hace y se piensa del trauma; el dolor es lo que se siente. El sufrimiento es de lo que se puede hablar, el
dolor es lo que puede ser sentido pero sólo puede ser transmitido hasta que se
hace pasar por la palabra.
La resiliencia desvía la
palabra, la usa para hablar del
futuro, no del pasado. Intenta aplicarla para la superación y las nuevas
perspectivas, no para la puesta en escena del evento doloroso. No permite la
transmisión ni la tramitación, en cambio busca la transformación.
¿Por qué insistir en el
metal como resiliente? ¿Qué tiene esa superficie brillante, pulida, rígida y fría
que es tan atractiva para la psicología clínica? ¿Por qué no hablar de la
madera como ejemplo de entereza? La madera parte de lo vivo, es imperfecta
y rugosa pero su tacto es cálido, incluso aromático (dependiendo del árbol de
origen), su desgaste adopta la forma de eso que con lo que entra en contacto.
Si bien es cierto que es incapaz de recuperar su aspecto original, puede
repararse pero para eso necesita de otros elementos (cosa que no ocurre con el
metal, que por si mismo puede ser fundido de nuevo). En ella pueden verse
las marcas de su historia y de sus reparaciones (en el metal no, este se ve
siempre limpio, lustrado, brillante, en pocas palabras: perfecto).
La resiliencia no tiene
porque ser una restauración que permita dar la apariencia que se tenía antes de
que pasaran los años o los traumas (a veces el trauma es envejecer). Pero en la
clínica actual esa es su intención, y es una intención paradójica puesto que no
permite el cambio ni la transformación (aunque así lo anuncie) simplemente
quiere dejar al sujeto igual de productivo que antes.
Muchos clínicos entienden
la resiliencia como el poder enfocarse en lo que uno aún conserva, en lugar de
atender lo que uno ha perdido. Esto es cierto, pero no es completo. No tiene nada de malo querer ver lo dañino de la
historia; los sufrimientos suelen ser mas comunes (común en su doble acepción
tanto de aquello que es generalizado, como de aquello que todos compartimos)
que los placeres; la visión del pasado como algo que ha dejado de ser
persecutorio es igual de valiosa que la perspectiva de un futuro por venir
(ya sea como una espera pasiva o como esperanza en un proyecto).
Ser resiliente va más allá
de tener esperanzas en el futuro, más que apelar a los recursos con los que aun
contamos; ser resiliente es poder hablar del trauma, asociarlo con lo propio y
con lo ajeno, es entender que se puede salir fortalecido de una crisis,
incluso cuando esa fortaleza sea una forma de melancolía, un modo de ver el
mundo como sufriente o absurdo. ¿Por qué se insiste tanto en el optimismo?
Cuando alguien reconoce lo absurdo de su paso por el mundo deja de tratar de
alcanzar el sentido impuesto por los demás y podrá tener su propio criterio.
La resiliencia no
implicaría entonces desarrollo personal, porque el desarrollo sería una línea trazada de antemano por las
normalizaciones; la resiliencia apuntaría hacia el cambio de posición
subjetiva, a tomar un nuevo signficante después de haber abandonado otro
significante (se muta un goce por otro); sólo puede dejar un significante
cuando ya ha encontrado uno nuevo. O sea que la crisis puede ser entendida como
ese conjunto de eventos que cuestionan la identificación del sujeto, que lo
hacen tambalear en su identidad y por ende pueden hacerlo salir de su
alienación. Es decir que hace una desintentificación con lo que lo
precedía (el discurso de la producción-consumo o de todo-irá-bien), es como
de repente darse cuenta que hay muchas canciones para cantar.
Puede concluirse que surgen
tres elementos en la constelación de la resiliencia: crisis, dolor/sufrimiento
y recuperación/transformación. Cada uno de los cuales podría ser entendido
desde una perspectiva distinta al de la psicología positiva y la clínica de la
adaptación.
La idea de crisis pretende
manejarse como pasajera y externa, como una tormenta que limita las
posibilidades y por ende facilita la toma de decisiones: se resuelve o no se
resuelve. Pero más allá de la resolución es la posibilidad de desalienación. La
crisis pone en jaque el saber del otro, cuestiona la normalización al demostrar
que el mundo no era como estaba planeado. La crisis pos-pone al otro y su saber
y pro-pone al sujeto y su deseo como aval de si mismo.
El dolor/sufrimiento sería el componente subjetivo,
"En sí, el dolor no tiene algún valor o significación. Está allí, hecho
de carne o de piedra, y, sin embargo, para calmarlo debemos tomarlo como la
expresión de otra cosa, despegarlo de lo real transformándolo en símbolo"
Nasio, J.D. (1996: 21). El sufrimiento será eso que hacemos con lo doloroso, la
forma propia de interpretarlo, tramitarlo y transmitirlo; independientemente de
que el otro pueda recibirlo o quiera transformarlo en una suerte de adaptación.
La
recuperación/transformación son las dos caras de la misma moneda adaptativa: si
uno se recupera es porque volvió a su forma anterior, y si uno cambia es debido
a una transformación que apunta hacia el futuro esperanzador. Ambas serían
normalizadoras y, por ende, alienantes. Otra posibilidad sería el cambio de
posición subjetiva (ubicarse de manera distinta frente a la castración y el
deseo del Otro).
Por lo tanto la crisis marca
la zozobra de la seguridad que proporcionaba la normalización; la promesa de
recuperación/transformación viene como la primera opción de rescate por parte
del Otro. Hasta ahí queda la resiliencia, como el intento de volver a ser lo de
antes o la posibilidad de recomenzar con lo que aún queda. Pero esta operación
clínica no hace nada con la angustia ya que niega el dolor/sufrimiento al
centrarse únicamente en la recuperación y en la aparición de la esperanza.
Nasio, J.D. (1996). El
libro del dolor y del amor. Argentina: Gedisa.