Rodolfo Zermeño Torres.
A propósito del inicio del mundial de futbol en tierras brasileñas publico esta entrada en referencia a la senda de formación que debe atravesar un candidato a psicoterapeuta para poder dedicarse al ejercicio clínico.
A lo largo de este
trabajo se tratará de responder una pregunta: ¿Hasta donde seguir y hasta donde
romper la técnica… Ignorancia, temeridad o desacato superyoico?
La ubico sobre el
terreno de juego, y digo terreno de juego porque la sesión terapéutica es lo
mas parecido a un partido de futbol: existen dos elementos que ponen en juego
sus estrategias para conseguir un objetivo. Bien pude haber dicho campo de
batalla pero he decidido sublimarlo a un deporte, que de uno u otro modo
implica un antagonismo.
Independientemente
de los motivos por los que un paciente acude a consulta (sufrimiento,
responderse a una pregunta, mandato…) y asiste religiosamente a sus sesiones a
pesar de sus resistencias, incomodidades y dolor psíquico se encuentra su
contraparte, el terapeuta, que también concurre a dicho encuentro, y a muchos
más con otros pacientes, para materialmente devorar de oído la vida de sus
pacientes. Algún karma (deuda superyoica) debe estar pagando o algún objeto
debe estar reparando (para entrar en términos mas psicoanalíticos). Al igual
que en el futbol este jugador terapéutico aparece en el campo de juego del
consultorio cargado de técnica y carisma, se ve enfrentado a un paciente
cargado de palabras y resistencias, se ubica ante un público expectante hecho
de fantasmas propios como padres, maestros, supervisor, terapeuta y autores
muchos autores; estos últimos siempre representan la mayoría, son los que mas
fuerte gritan, los que mas insultan y los que se sienten directores técnicos
creyendo tener la estrategia última que permitirá triunfar en el partido
terapéutico; recibe órdenes desde la banca porque ahí si hay un director
técnico palpable, normalmente el autor de su preferencia y que hostiga a modo
de superyo terapéutico rígido y severo, este no se cree tener la táctica
maravillosa, a este el jugador le ha adjudicado esa mágica habilidad casi del
mismo modo que el paciente ha depositado en su terapeuta el poder de su cura y
el conocimiento de su sufrimiento. Hasta aquí se agota el simil pambolero,
demás protagonistas como el árbitro, los dueños, los comentaristas e incluso
las vicisitudes como descender de división o ganar campeonatos tienen funciones
mas bien paralelas. En este momento lo que interesa es la relación
jugador-director técnico incluso por encima de la relación terapeuta-paciente.
El director
técnico, pomposo nombre para un entrenador, será llamado de ahora en adelante
el “autor-técnico” que es el encargado de pulir las potencialidades del “jugador-terapeuta”
en coparticipación con el supervisor quien se encarga del análisis posterior a
cada partido. Este último también tiene un papel relativo porque hay
jugadores-terapeutas que carecen de él por completo y, en el caso de quienes si
lo tienen, su presencia esta desfasada del partido-sesión.
Repasaremos
entonces el largo camino que debe atravesar un prospecto de jugador-terapeuta
para convertirse, si bien le va, en un crack o en algún afamado autor-técnico.
Inicialmente se inscribe en algún club-universidad para arrancar su carrera
futbo-terapéutica. Para su desgracia arranca muy joven, normalmente los
pacientes no hacen mucho caso a adolescentes tardíos o adultos incipientes,
pero así es como inicia. Llega cargado de ilusiones, fantasías y expectativas,
algunas las cumplirá otras no y también algunos de sus compañeros aspirantes se
quedarán en el camino. Durante su estadía en el club-universidad entrenará para
aprender metodologías, teorías y técnicas; muchas de ellas le parecerán nuevas,
otras destronarán viejos conocimientos y otras serán aborrecidas (lo siento
pero así son los entrenamientos porque a nadie le gusta hacer abdominales o
sentadillas). En este momento conocerá muchos autores-técnicos, estrategias,
tácticas y planteamientos para diferentes tipos de rivales y partidos.
Ingresará después de eso a las filiales a modo de servicio social y prácticas
profesionales; ahí es donde encontrará sus primeros rivales de categoría y
donde deberá poner a prueba las competencias adquiridas en el club-universidad
y además de todo seguir las instrucciones del autor-técnico de su supervisor o
asesor de prácticas (hasta este momento sí existe esa figura, que cumpla o no
con su labor es otra cosa). Es este momento el que marca el parteaguas de su
carrera profesional como jugador-terapeuta enfrentado al mundo real de los
pacientes y no a los éxitos de los libros de texto donde todos los pacientes
finalizan exitosamente.
El fogueo en las
filiales y divisiones menores (prácticas profesionales o servicio social) es de
los pocos momentos en que se permite cometer errores, la mayor parte de ellos
se le achacan a la ignorancia y falta de “colmillo” pero definitivamente
existen otros, para bien o para mal, que son producto de la precipitación de no
poder dejar de hacer algo pasando por alto las indicaciones del supervisor y
menospreciando el librito del autor-técnico; cometen sendos errores, pero son
temerarios, se animan a entrar en contacto con el paciente dejando el seguro
terreno de la técnica mas o menos aprendida para adentrarse en la práctica
autónoma y arrogante de quien cree que puede volar solo.
Es en este momento
de la formación en donde comienzan a destacarse aquellos jugadores-terapeutas
que marcarán diferencia. Algunos lo harán por su apego inamovible a la técnica,
otros por sus desacatos y ocasionales chispazos de éxito a pesar de cargar con
muchos fracasos. Pero son justamente estos los que interesan, esos fronterizos
entre la rebeldía y el liderazgo, aquellos que separándose del resto se
arriesgan a perderlo o a ganarlo todo. Aún les faltarán muchos partidos y
campeonatos pero tienen las ganas y el hambre de triunfo que los apegados a la técnica
nunca tendrán. Y se valen de mil estrategias: apelan sus núcleos neuróticos,
psicóticos o perversos, se aclimatan al paciente o simplemente usan su carisma
y encanto propio pero lo logran y el paciente se mantiene ahí, prendido de la
transferencia y avanzando poco a poco. Consiguieron lo primero que es lograr
que el paciente volviera a consulta y, conocedores pero no conformes con eso,
trabajan sesión a sesión creyendo que esa puede ser la última preocupados mas
por el paciente que por la técnica, atendiendo siempre al paciente (en el
sentido de darle atención) y no atendiendo siempre a la técnica (en el sentido
de apegarse a ella).
Con esto no se está
diciendo que haya un desapego total a las teorías y técnicas o que se abran
caminos novedosos para cada paciente siguiendo la intuición. Eso no se puede
hacer porque trabajamos con personas, nunca se podrá ser experto en cada uno de
los pacientes pero si se puede estar preparado en cuanto a teoría, técnica y
metodología para desde ahí abordar a ese paciente. Estar preparado implica
leer, entender y comprender lo que los autores-técnicos dicen sobre tal o cual
tipo de paciente pero también implica ser espontáneo y flexible porque después
de todo la experiencia que tengamos es igual de válida que la de los
autores-técnicos. Solo no fallan los que no se atreven aunque también es cierto
que los que mas fallan es porque mas se atreven. Pero ese es el meollo del
asunto terapéutico mas que enseñar conocimientos es enseñar un estilo de vida,
la conformación de una confianza para que el jugador-terapeuta crea en sus
habilidades y se pueda plantar frente al paciente, escucharlo sin juzgar,
permitirle ser creativo y dejar que intente colocar su sufrimiento en palabras
sin querer precipitarse a llevar a cabo la interpretación milagrosa a veces
también hay que saber esperar, el silencio también es terapéutico.
En franca respuesta
a la pregunta formulada al principio del ensayo se puede decir que el
seguimiento de la técnica es lo que marca un camino y permite ir avanzando por
terrenos seguros, sin embargo para poder seguir fielmente la técnica hay que
conocerla y conocerla implica saber su historia, desarrollo, pormenores,
excepciones y variaciones. Todo esto es un conocimiento que se puede lograr
pero siempre de manera limitada, apegarse únicamente a un autor puede
permitirnos conocer su técnica de manera profunda pero nos privaría de conocer
la de otros; al contrario, conocer acerca de muchos nos daría un gran bagaje y
muchas herramientas pero no conoceríamos suficiente sobre uno en específico.
Aún así, para
ahondar en una técnica muy específica hace falta entrenamiento y práctica, el
primero de ellos pueden darlo los institutos de formación el segundo es más
complicado porque requiere pacientes. Invariablemente de que se esté o no en un
entrenamiento o que se haga de manera autodidacta siempre habrá elementos que
no serán contemplados, ya sea por resistencia o ignorancia, y que por lo tanto
no podrán ser aplicados. Es justamente en este limbo teórico-práctico que hace
su aparición, por segunda ocasión, el desacato técnico. Porque en este momento
es forzoso hacer algo por el paciente aún a pesar de ignorar el procedimiento
específico a llevar a cabo. Aquí toma cuerpo la teoría implícita, aquí la
transferencia y el carisma del terapeuta son los que pueden llevar a buen
puerto el destino, aunque sea, de esa sesión ya en las posteriores será
cuestión del terapeuta investigar la técnica del Otro para ese tipo de
situaciones.
Entonces, la
ruptura de la técnica es algo que desde siempre está presente en la práctica
clínica de cualquier terapeuta, es imposible prescindir de ella porque nunca se
tienen los conocimientos suficientes y porque siempre hay exigencia de un algo
más ante cada paciente. Como ignorancia implica el desconocimiento de una parte
del espectro de competencias; como temeridad conlleva el riesgo de la rebeldía
pero también la posibilidad de liderazgo pudiendo potenciar la concepción de un
nuevo tipo de técnica y como desacato superyoico involucra la ruptura con el
autor preferido o con el asesor, muchas veces como contratransferencia y otras
tantas como resistencia. Es este último el mas peligroso de todos para la
ruptura técnica porque inviste, en un grado mayor que los otros, aspectos
incoscientes.
Así pues la ruptura
técnica es una opción válida de manera ocasional cuya aparición plantea la
necesidad de actualizarse pero que también posibilita la creación de un estilo
propio de hacer psicoterapia; siempre involucrará aspectos de ignorancia,
temeridad y desacato superyoico en su mayor parte inconscientes pero no por eso
menos valiosos si se da la oportunidad de trabajarlos en el espacio del
análisis didáctico.