Mtro. Rodolfo Zermeño Torres.
Las experiencias
místicas pueden ser definidas como toda sensación de contacto con la divinidad
y, como tales, se deben contar entre las experiencias más profundas del ser
humano en el sentido total de haber sido experimentadas, es decir, vívidas en
lo íntimo como si fuesen parte de la realidad sensible y material. La experiencia
mística está relacionada con el fenómeno místico, la primera pertenece al
sujeto y la segunda al objeto, su carácter místico es el estar fundidos en un
solo movimiento donde la aprehensión sensible es lo que brinda materialidad. La
experiencia mística aborda de forma muy singular al sujeto y al objeto pero no
puede ser adjetivada, es decir que surge de lo vivido y se mantiene por la
imposibilidad de ser nombrada; es decir que ya no es el sujeto quien guía la
experiencia, sino que es el fenómeno lo que comanda la percepción; o sea que es
un estado logrado donde la sensación y la forma se reúnen.
La realidad psíquica del
analizado prevalece sobre toda otra realidad. El lugar psíquico donde todos
vivimos nuestra vida mas profunda es un lugar indescriptible de vivencias
exclusivamente personales a donde no podemos llevar a nadie. […] el paciente no
olvida nunca lo que ha vivenciado dentro de las formas de transferencia, que
guardan para él una fuerza de convencimiento mas grande que todo lo adquirido de
otra manera. […] el psicoanálisis, paradójicamente, proporciona curación por el
‘conocimiento experiencial’ en el contexto de una relación ritualizada y muy
profunda; así también, la manera de conocimiento experiencial e inefable (y de
convencimiento) del místico es la manera mas esencial del conocer humano.
Rizzuto, citado por Font, J. (1999: 70)
Es un fenómeno
innombrable que desde lo místico es calificado de misterioso, mientras que en lo
psicoanalítico lo es de enigmático. Pero ambos están relacionados en la
encrucijada entre experiencia y fenómeno, en la reflexión que se hace de lo
vivido (reflexión entendida en su acepción de reflejo y de cavilación), en la
complacencia interna de lo que debería satisfacerse externamente. Es un acto
que va más allá de la necesidad y el deseo es la realización absoluta de la
pulsión: “Lo que Lacan llamó el goce es fundamentalmente esa satisfacción
interna de la pulsión” Miller, J-A. (sin fecha: 56).
Su carácter es
ominoso, desde lo planteado por Sigmund Freud, puesto que se reviste de “lo
familiarmente desconocido” y deja una sensación de permanente asombro y
participación. En términos psicoanalíticos podría definírsele como la
unión-del-ser-con-el-todo: “El misticismo es la obscura autopercepción del
reino exterior al yo, o sea el ello” Freud, citado por Font, J. (1999: 69).
O sea que la experiencia mística revierte la relación entre lo
natural-sobrenatural y entre lo consciente-inconsciente colocando a quien la
vive en una situación donde los límites del yo parecen difusos ante el contacto
con una entidad que lo sobrepasa pero al mismo tiempo lo contiene. Es una
situación de entrega y desalojo mutuo, es el cumplimiento del deseo de ser Uno.
Esta entidad
estaría colocada en los límites del espacio y del tiempo: es parte propia y
ajena; pertenece al pasado y al presente. Sería un objeto internalizado que
arropa desde adentro luego de haber sido elaborado a partir de las experiencias
mas originarias; partiendo desde lo arcaico se dirigiría hacia lo nuevo de una
forma a la vez aperturante hacia lo externo e integrador de lo interno. Es
contemplación y éxtasis simultáneamente, es finito pero ilimitado en tanto
trasciende el tiempo lógico.
Pero además
operaría también como una sublimación que dirige pero libera el deseo; más allá
de ser solamente un retorno de lo reprimido se convierte en una opción
convocadora de un objeto al cual se le permite presencia y ausencia. Es decir
que libera al sujeto y al objeto.
La experiencia de Dios parte
necesariamente de un movimiento de Él hacia el hombre: un llamado que conocemos
como gracia. Lo que el hombre hace es responder a ese llamado y entrar en
contacto con el Otro. Para experimentar a Dios, el hombre necesita oír ese
llamado. Grupo Épsimo (1991: 23)
Es, igualmente,
un aspecto completamente afectivo que estaría centrado en la experiencia
placentera y manifestado en un acto creador distanciado de la genitalidad;
aunque también podría tomar la forma de experiencias pseudo-místicas que
estarían del lado de lo patológico, regresivo e infantil. Desde esta
perspectiva habría que diferenciar entre la creación sublimatoria dadora de
sentido y plena de significado, y la creación de una formación de compromiso
cuya única función es evitar temporalmente la angustia.
Este terror y pánico mortal
[…] es el origen de todo sentimiento religioso, fuente de la creación de los
mitos. El esfuerzo para vencer este terror primitivo espiritualizándolo, es
decir, transformándolo en compresión de sus causas, señala el origen tanto de
la vida religiosa como de la ciencia, y determina su evolución. La ciencia es
una forma tardía de ese esfuerzo. Diel, P. (1959: 31)
Para poder
distinguir lo místico de lo pseudo-místico debe determinarse el carácter
central de la omnipotencia. En la experiencia mística verdadera hay impotencia
reflejada en una total imposibilidad para referirse a la vivencia y a la
entidad superior; al contrario de la experiencia pseudo-mística donde existe
una fantasía de omnipotencia reflejada en la identificación con la deidad que
esconde un trasfondo de inseguridad y angustia.
Lo místico
convoca al despojo y al desasimiento de todas las certezas pues no requiere de
elementos externos para dar cuenta de su vivencia personal e íntima; mientras
que lo pseudo-místico involucra la tendencia al dominio y al control, presenta
aferramiento a lo externo y perseverancia a la comunicación con otros para
garantizar de ese modo el autoconvencimiento de su propia experiencia.
En la experiencia
mística hay un respeto hacia el misterio, se le vislumbra en su
ininteligibilidad y se le acepta únicamente como sensación permitiéndose
asombrarse cada vez. En cambio en lo pseudo-místico hay una perseverancia para
asir el misterio a través de la creencia convirtiéndolo así en una ideología,
más allá de argumentar que lo que buscan es alejarse de todo lo racional. Pedro
Santidrían (1991) afirmaría que dicha sensación de unión con Dios no es fruto
del conocimiento sino del amor.
Sin embargo esta polarización
constituye solamente la presentación de los dos extremos en donde pueden
colocarse los diversos fenómenos religiosos:
Cada ser humano, se acuerdo
con sus estructura de personalidad e historia, tiene una vivencia de Dios
específica, única. Son los rasgos neuróticos los que distorsionan, empobrecen y
en ocasiones suprimen esta vivencia, siempre necesitada de depuración. […] la
gracia, pues, actúa por los caminos que ofrecen las estructuras psicológicas
del ser humano. Desde luego, podría elegir otras vías, pero al operar sobre
nuestra realidad individual y social, se sujeta a las leyes científicas
sociales, antropológicas, que rigen cada momento histórico. […] la experiencia
de Dios estará condicionada, por tanto, a la imagen interna que el ser humano
se haya formado de Dios, producto de la interrelación de los elementos
socioculturales conjugados y del interjuego de los fenómenos intrapsíquicos de
los pulsional. Grupo Épsimo (1991: 12 y 13).
Este
mismo sentido de la experiencia mística como personal e intransferible es
difícilmente comunicable pues de manera externa pareciera que todo permanece
igual, pero internamente genera una revolución tan intensa que se trastoca todo
lo conocido anteriormente y motiva un deseo de repetirla y recrearse en ella
constantemente.
Otro
carácter distintivo es el desasimiento de todo objeto de deseo pues estos
operan como interruptores de la experiencia mística. Suele recurrirse, en su
lugar, al intento inconcluso de comunicación; al compartir con el otro más que
al apropiarse del otro. Este hablar de lo que solo se siente pero no se sabe es
el verdadero y total acto de amor: “hacer el amor es hacer poesía”
comentaría Lacan (1973: 220). En esto se desprende de todo goce con el cuerpo o
los fantasmas y se accede a un goce a través de la falta y más allá de ella, es
decir un goce que no es fálico ni de completud y que, por ende, esta fuera del
síntoma, la regresión y el infantilismo de las experiencias pseudo-místicas.