domingo, 7 de febrero de 2021

 

Tecno-Psicosis y Paranoia Existencial en tiempos de pandemia.

Rodolfo Zermeño Torres.

 

Cuerpos… ¿…humanos, cyborgs o zombies?

La propagación del COVID ha expuesto una singular condición humana: todos estamos moribundos y nos mantenemos con vida ya que estamos conectados a máquinas.

 

Cómo cadáveres ambulantes sobrevivimos gracias a dos formas de animación: el cyborg o el zombie.

 

Nuestro cuerpo ha estado bajo ataque desde el inicio del capitalismo y ha sido víctima del llamado fuego amigo: el capitalismo extrae energía de los seres vivos para ponerla al servicio de la producción de capital. Para mantener en funcionamiento a ese cuerpo humano lo ha dotado de prótesis tecnológicas que en tiempos recientes se les conoce como gadgets; todos estos aditamentos nos han ido volviendo una especie de cyborgs.

 

Esta tecnologización de los cuerpos se nos ha vendido, literalmente, como una forma de potenciar nuestras capacidades y alcances. Normalmente se aprecia con sospechosa alegría cada nueva optimización de la relación cuerpo-máquina.

 

Por el otro lado el virus nos ha convertido en una especie de zombies: cuerpos animados por las más básicas necesidades como respirar o alimentarse.

 

Todos los síntomas del SARS (síndrome severo respiratorio agudo) reeditan condiciones humanas en tiempos del capitalismo neoliberal:

  • Elevación de la temperatura: por la facilidad que tenemos para “calentarnos” y “explotar” cuando algo no marcha como lo planéabamos.
  • Dolor de cabeza: por las tensiones a las que nos someten constantemente.
  • Insuficiencia respiratoria: por la sensación de asfixia de las exigencias sobre humanas de vida productiva.
  • Cuerpo cortado: por la creciente disociación respecto de nuestra conciencia corporal y la necesidad de que sea un experto quien “pretenda conocer” ese cuerpo.
  • Tos seca: por la necesidad de expulsar lo que llevamos dentro.

 

¿Guerra contra el virus o cultivo del virus?

El virus por sus propias características es invisible aunque omnipresente, siendo que la única forma en que se manifiesta es a través de su inoculación en los seres vivos entonces opera desde los cuerpos de las personas. Lo terriblemente dramático de esta pandemia es que los contagiados son personas a las que amamos; por lo tanto considerar al virus un enemigo nos coloca en la posición de hacer la guerra contra nuestros seres queridos; o de que ellos la hagan en contra nuestra.

 

"Si te cuidas tú, nos cuidamos todos". Ese es el eslogan oficial con carácter paradójico. Cuidarse a uno mismo implica dos cosas: a) nadie puede cuidarme mas que yo mismo; b) si no me cuido soy un peligro para el otro. En función de ello puede decirse que ésta estrategia es parcial ya que deja excluido la otra mitad de los cuidados: "Si me cuidas tú, también te cuidaré a ti". En esta complementariedad ni yo ni el otro es visto como enemigo sino como cuidador. Pareciera que al sistema no le conviene que nos veamos como cuidadores mutuos sino como peligros ambulantes.

 

Esta situación parece un sub-texto que siempre podrá capitalizarse. La cuestión radica, según el mismo discurso neoliberal, en que al virus podemos ubicarlo como el enemigo del cual hay que protegernos mientras que al capitalismo rara vez lo cuestionamos o señalamos como fuente de nuestros malestares.

 

Este ha sido el gran éxito del capitalismo: lograr ubicar al enemigo en otro lugar. Incluso ahora el enemigo somos nosotros mismos. Llevamos la muerte del otro en nosotros, ya sea porque evitamos la presencia de los demás o porque los contagiamos.

 

No se puede separar la existencia corporal de la psíquica o la social. Freud fue muy claro al indicar que “el yo es ante todo un yo corporal” y que “toda psicología individual era al mismo tiempo psicología social”. Por lo tanto esta pandemia es biológica, económica y política.

 

Tal vez el único modo de resistencia al “el enemigo somos nosotros” es asumir que “el virus somos nosotros”; y a partir de eso infectar al sistema capitalista debilitando su énfasis en la competencia y la sobreanía y aumentando la cooperación.

 

También hay otra solución mas poética: la solidaridad del contagio (en oposición a la democratización del virus), yo enfermo, aunque el virus no haya entrado en mi cuerpo, cuando los que amo enferman. Cultivar el contagio (como lo plantea la activista boliviana María Galindo[i]) es crear redes de apoyo para la subsistencia y para el cuidado de los que amamos; en oposición al encerramiento y aislamiento paranoico del prójimo como enemigo. A final de cuentas nuestra gestión de la salud siempre ha sido domiciliaria y hogareña.

 

Tecno-Psicosis.

Melanie Klein define a las psicosis como aquellas posiciones anobjetales, es decir en donde no existe diferencia entre el yo y el objeto, el adentro y el afuera.

 

La tecno-psicosis nos ha hecho vivir en la máquina digital del internet. La psique-corporal inaugurada por Freud se ha vuelto una red interconectada que nada tiene que ver con aquel inconsciente desconocido para el propio sujeto por efectos de la represión.

 

Ahora lo desconocido es lo externo, el virus (que se niega a revelarse a los escrutinios de las tecno-ciencias).

 

La estructura económica se ha colapsado arrasando así a los sujetos de la producción-consumo. No hay formación del inconsciente que permita dar cuenta del retorno de lo reprimido; en cambio emerge la angustia pura.

 

Rota la promesa del capitalismo-neoliberal se desligan todas las ligaduras libidinales. El neo-libidinalismo no permite hacer trabajo de duelo sino duelo de trabajo (la gente combate por volver a incorporarse a su succionador de esfuerzo) se niega a la pasividad.

 

Como no es posible la inhibición de las funciones entonces el sistema opta por la cancelación “ordenada” (se obliga y se organiza el cese de actividades). La única forma de mantener activas a las personas es mediante la angustia de la reclusión (dentro de sus cabezas suceden toda clase de fantasías persecutorias). Como no se puede permitir que los cuerpos bajen los ritmos (por efecto de la enfermedad, agotamiento o voluntad de descanso) se opta por impulsarlos a ser vigilantes de los otros.

 

Los sistemas financieros han conseguido, por fin, la libre circulación de mercancías al anular a los seres humanos (conexiones en lugar de vínculos y transacciones en lugar de interacciones), todo queda registrado y todo es controlable (pueden tumbarse cuentas de redes sociales).

 

El sistema médico ha sido reemplazado por el sistema medi(áti)co. Cada psique-corporal es al mismo tiempo un portador psíquico del miedo o físico del virus. De cualquier forma uno termina por matar al otro: porque obtura su presencia o porque lo inocula del virus.

 

¿Confinamiento: internalización o infernalización de la pandemia?

El confinamiento como internamiento se divide en dos componentes: internalización e infernalización. Se interna a las personas dentro de sus propias casas (tal como el virus se aloja en el cuerpo del huésped hasta que lo aniquila) y de hace un infierno de su existencia (uno de los síntomas con valor diagnóstico es la elevación de la temperatura) “el infierno son los otros” decía Sartre, y aquí los otros son los que están fuera de casa, pero poco a poco también nuestros familiares lo son. Según Chiozza el virus pasa de las vías respiratorias superiores a los pulmones mediante un goteo en la garganta (fueron los ricos, poderoros y trabajadores transnacionales quienes ayudaron a esparcir el virus que ahora va diezmando a los verdaderos pulmones del país; los obreros y empleados explotados). El virus colapsa los pulmones hasta el punto de dar una sensación de agitamiento ante el más mínimo y cotidiano esfuerzo; esta fatiga está perfectamente ilustrada en los cuerpos de los trabajadores que salen por necesidad a tratar de no perder la vida (por hambre o por enfermedad). La recomendación médica es no esforzarse de más, la respuesta del capitalismo es el tele-trabajo, mantener a los puestos administrativos (de control y supervisión) laborando desde el hogar. No cabe duda: somos moribundos conectados a máquinas, sean estos respiradores artificiales o computadoras y smart-phones.

 

Para vencer esa disociación propia de la posición esquizo-paranoide y acceder así a un mayor contacto con la realidad hace falta la integración de los objetos, el fortalecimiento del yo y la disminución de la severidad del superyo. Todo esto ha sido suprimido por el estado de excepción en el que el virus nos ha colocado: reduce al mínimo todo contacto con la realidad socialmente compartida, acentúa la presencia de objetos persecutorios, infantiliza al yo mediante la confusión y desinformación y eleva el sadismo superyoico a niveles fascistas. En resumen; las políticas de confinamiento se han vuelto un dictador internalizado

 

Del mismo modo pasamos a una disolución-disociación del mundo social. Lo social ha intentado reducirse a interacciones digitales, se obliga al cierre tempranero de establecimientos (lo que determina la clausura de muchos de ellos) y a la reclusión en casa (cada casa se ha vuelto una celda y un panóptico simultáneamente) “Al cuidarte te cuidas a ti y a la sociedad” así reza el eslogan que bien podría entenderse como promesa-amenaza de cualquier prisión. Lo social se diluye porque las calles, puntos de encuentro y hasta los no-lugares han dejado de estar saturados. Al mismo tiempo se disocia porque el afuera y los otros han pasado a ser, como diría Melanie Klein, objetos parciales persecutorios, queda solo la pregunta de la angustia paranoide ¿Me atacan porque son malos y yo muy bueno? Enfrentada a la angustia depresiva ¿Me castigan por que he sido muy malo?

 

El miedo al virus (sea propio, interiorizado o normalizado) lo coloca por encima del miedo a la muerte que es al mismo tiempo su velo y su ecaparate. Se muestran diariamente las cifras de muertos (estrategia terrorista del “no estamos jugando”) y la culpa aparece: a nivel civil se señala a los que no se han cuidado, a nivel político se crítica a los que no nos han cuidado. Sea como sea no se buscan soluciones sino culpables.

 

De la política (arte de distinguir a los amigos de los enemigos) hemos pasado a las biopolíticas (el personal de salud-científica como los únicos que pueden tomar decisiones) y pronto llegaremos a las psicopolíticas (el control de las mentes porque los cuerpos han sido ya separados y anulados los contactos).

 

El capital también tiene miedo.

Humanizar al capitalismo y sus elementos no es nada nuevo, pero ahora toma formas siniestras: “los mercados se están poniendo nerviosos”.

 

En un primer momento se habló de “el virus somos nosotros” haciendo referencia a como la naturaleza reclamaba poco a poco los espacios urbanos y turísticos. Pero ésta analogía puede ir más allá del ecosistema para extrapolarse a la matriz cibernética. Si poco a poco nos hemos ido convirtiendo en cyborgs (empalme de vida biológica y tecnológica) el virus nos ha vuelto zombies (cuerpos degradados por una forma de existencia no viva). Estamos llegando al punto de ser zombies-cyborgs: nuestros aditamentos tecnológicos nos mantienen en funcionamiento pero nuestro cuerpo mortal e inoculado está cada vez más fatigado. Ahora el virus que infecta los sistemas informáticos somos nosotros. El algoritmo intentará controlarnos mediante la captura de información personal en las redes sociales (de ahí la proliferación de apps y plataformas que invaden la intimidad y presionan para hacer espectáculo y exposición de lo doméstico y personal) todo esto solo con la intención de capitalizar el malestar, el sufrimiento y la angustia.

 

Mutación del virus y devaluación.

¿Hacia donde nos lleva este malestar que ya se ha vuelto síntoma? A la encrucijada entre biología y economía a través de la política. Los virus mutan (el humano es el virus del sistema económico capitalista) pero las políticas se resisten a cambiar (se sigue protegiendo a los intereses económicos). Se ha preferido optar por modificar la vida biológica (vacunas y tratamientos) que por modificar las estructuras económicas de desigualdad y precariedad (proteger solo a unos provocará mas mutaciones del virus). Ante un virus democrático que no discrimina, las decisiones políticas si se han vuelto discriminatorias. Es decir, el avance del virus será importante hasta que alcance los mercados financieros.

 

La mutación del virus podrá ser capitalizada económicamente dependiendo del contagio y la propagación; pero a la inversa, la mutación de la precarización (que transforma asalariados en paristas, o que vuelve ejecutivos en desempleados) descapitalizará los mercados. El cuerpo biológico inoculará también al cuerpo económico. El virus no solo devalúa el cuerpo biológico sino también el económico.

 

La rutina económica se rompe (los efectos del freno en la producción-consumo) y sus consecuencias son desconocidas; a diferencia del deseo que solo se conoce por sus devenires y por la culpa que provoca, el síntoma económico se vuelve imposible de aprehender.

 



[i] María Galindo, Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir. en. Amadeo, P. (editor). (2020). Sopa de Wuhan. (1era edición). ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio)

No hay comentarios:

Publicar un comentario