domingo, 31 de marzo de 2013

Culto, Adoración y Sacrificio. La Dulía a los Santos como Modalidad de Refugios Psíquicos de Apariencia Benevolente.

Mtro. Rodolfo Zermeño Torres.



“La religión como neurosis no es la ‘esencia de la religión’ sino un estadio primitivo de esta”.
Oskar Pfister. Pastor Protestante y Psicoanalista.

Introducción.
El primer refugio para el malestar psíquico fue la religión; la primer forma de cura por la palabra fue la confesión; y la primer modalidad de salvación fue la creencia en la existencia de un Dios. Todo esto está conjugado en la religión católica que, al igual que el psicoanálisis, promueve el uso extensivo de la palabra como herramienta de salvación, la primera, y de alivio, la segunda.

Aunque su intención original fue dar sentido y salvación al alma humana, la religión católica se ha ido alejando de sus principios por una mala lectura de sus textos y por su conexión con elementos conflictivos de sus creyentes.

De esto se deriva que ciertas cuestiones religiosas como la dulía (adoración) a los Santos con sus correspondientes sacrificios (mandas) operan a la manera de un refugio psíquico de apariencia benevolente donde el sujeto se salvaguarda de su propia agresividad. Por lo tanto la modalidad de dulía a un Santo puede ser indicativo de las configuraciones defensivas de los sujetos (sean estos atendidos o no dentro de un encuadre psicoanalítico).

Sin embargo aunque toda relación con la divinidad está revestida de un carácter infantil, esto no necesariamente involucra cuestiones patológicas, pues la noción de objeto transformacional también puede ser utilizada para comprender la dinámica del culto; pero de haber una frustración muy grande a este nivel puede provocar una reacción defensiva de iguales proporciones que desencadenaría mecanismos similares a los del refugio psíquico.


Justificación.
Los Dioses han estado vinculados primordialmente con la ilusión de un Padre magnificado, la religión ha sido colocada como la garante de los límites y de la instauración de la ley; pero estas concepciones parecen ignorar que todo padre requiere de una madre. La labor de protección –entendida como holding– es un atributo de la función materna que también es cubierta por la religión.

¿Qué ocurre entonces cuando el conflicto no es con el padre sino con la madre? ¿Qué pasa si la presencia protectora e interpretadora no cumple su función? ¿Cómo se reeditan en la transferencia esas fallas?

Estas cuestiones exigen respuestas y la intención del presente ensayo es devolverle a la religión su carácter materno porque ya mucho se ha escrito con relación a lo paternal. Además en esta época posmoderna la caída de los absolutos está promoviendo formas de vínculo y adoración cada vez mas parcializadas, tal es el caso de los Santos.


Desarrollo.
Aunque la teoría de los refugios psíquicos de Steiner define a estos como “organizaciones de tipo mafioso” dentro de la cuales puede albergarse una persona para de ese modo evitar la aparición de angustias esquizo-paranoides o depresivo-reparatorias, no necesariamente dichas organizaciones deben tener el aspecto de persecutorias, siniestras o malévolas.
Un refugio psíquico le da al paciente un área donde reina una calma relativa que le protege de la tensión que siente cada vez que el analista establece con él un contacto significativo vivido como amenazador. […] estas organizaciones pueden estar representadas por organizaciones de negocios, colegios de internado, sectas religiosas, gobiernos totalitarios o pandillas mafiosas. Steiner, J. (1997: 21 y 23)
Pero tampoco es necesario que estas aparezcan como modalidades resistenciales ante un psicoanálisis clínico; en cambio deberían entenderse como formas defensivas recurrentes que pueden aparecer en diversos momentos de la vida del paciente.

La dulía a un Santo es una modalidad especial de refugio psíquico, sobre todo porque debido a sus características es similar pero diferente a las enunciadas por Steiner como “de tipo mafioso”. En ambas existen situaciones atormentadoras respecto al abandono de la organización, pero la diferencia estriba en que las organizaciones mafiosas sus operaciones malignas se manifiestan de forma directa, en cambio, en las organizaciones de tipo religioso la persecución está disfrazada bajo una apariencia de benevolencia, pero en ambas coexiste la idea de estructuración a manera de grupo.

Un tipo particular de grupo religioso es la cofradía, en donde un conjunto de creyentes se reúnen en torno a Cristo, la Viren María, algún Santo o reliquia con fines religiosos o asistenciales:
Una cofradía es: […] una junta, hermandad o sociedad cristiana de algunas personas que, no viviendo en comunidad ni obligándose por algunos votos o juramentos, se unen de común consentimiento para emplearse en algunas obras de piedad y practicar ciertos ejercicios espirituales con la aprobación de los legítimos superiores. Obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas citado por Serrera, R.M. (1991: 351)

Desde este punto de vista la cofradía tiene el mismo sentido que la Iglesia solo que la primera desde un punto de vista terrenal y la segunda desde una perspectiva celestial. A este respecto el Concilio Vaticano II (1964: párrafo 8, 9, 10 y 11) define las varias figuras de la Iglesia de la siguiente manera:
6. Del mismo modo que en el Antiguo Testamento la revelación del Reino se propone muchas veces bajo figuras, así ahora la íntima naturaleza de la Iglesia se nos manifiesta también bajo diversos símbolos tomados de la vida pastoril, de la agricultura, de la construcción, de la familia y de los esponsales que ya se vislumbran en los libros de los profetas.
La Iglesia es, pues, un "redil", cuya única y obligada puerta es Cristo (Jn., 10,1-10). Es también una grey, cuyo Pastor será el mismo Dios, según las profecías (cf. Is., 40,11; Ez., 34,11ss), y cuyas ovejas aunque aparezcan conducidas por pastores humanos, son guiadas y nutridas constantemente por el mismo Cristo, buen Pastor, y jefe rabadán de pastores (cf. Jn., 10,11; 1Pe., 5,4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn., 10,11-16).
La Iglesia es "agricultura" o labranza de Dios (1Cor., 3,9). En este campo crece el vetusto olivo, cuya santa raíz fueron los patriarcas en la cual se efectuó y concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rom., 11,13-26). El celestial Agricultor la plantó como viña elegida (Mt., 21,33-43; cf. Is., 5,1ss). La verdadera vid es Cristo, que comunica la savia y la fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que estamos vinculados a El por medio de la Iglesia y sin El nada podemos hacer (Jn., 15,1-5).
Muchas veces también la Iglesia se llama "edificación" de Dios (1Cor., 3,9). El mismo Señor se comparó a la piedra rechazada por los constructores, pero que fue puesta como piedra angular (Mt., 21,42; cf. Act., 4,11; 1 Pe., 2,7; Sal., 177,22). Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la Iglesia (cf. 1Cor., 3,11) y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se le dan diversos nombres: casa de Dios (1Tim., 3,15), en que habita su "familia", habitación de Dios en el Espíritu (Ef., 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap., 21,3) y, sobre todo, "templo" santo, que los Santos Padres celebran representado en los santuarios de piedra, y en la liturgia se compara justamente a la ciudad santa, la nueva Jerusalén. Porque en ella somos ordenados en la tierra como piedras vivas (1Pe., 2,5). San Juan, en la renovación del mundo contempla esta ciudad bajando del cielo, del lado de Dios ataviada como una esposa que se engalana para su esposo (Ap., 21,1ss).

Como se puede observar en todas ellas existe una figura central en torno a la cual giran las entradas y salidas (dicha figura sería Dios), pero más importante aún es que se constituyen como un lugar cerrado cuya protección se pierde en el momento de abandonarlo.

Las cofradías son entonces la materialización de la bondad religiosa, es decir que en torno a una figura Divina las mismas personas realizan actos en beneficio de otros. Pero entre la Iglesia y las cofradías estaría la adoración, sobre todo porque esta sería una modalidad individual de culto donde la protección solicitada no requiere de un grupo o hermandad, sino que es el mismo sujeto quien promueve dicho cuidado; sin embargo esta relación individual entre una persona y Dios puede estar, a su vez, mediada por un Santo, es decir que el carácter protector deviene de una figura intercesora.

Los Santos no representan a Dios, este únicamente puede ser encontrado en Él mismo, su hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo; en cambio los Santos son intermediarios ante Dios pues funcionan a manera de abogados o intercesores de colectivo en particular (nación, comunidad, lugar, actividad, clase, congregación, clan o familia). A esta afinidad protectora se le denomina Santo Patrón o Santa Patrona –ya que también la Virgen María puede servir de mediadora– y se le rinde una celebración denominada advocación[1].

La cualidad de refugio psíquico de la devoción a un Santo radica en su condición protectora; a su presencia o encomienda se le asocian sensaciones de seguridad, bienestar y confianza. En pocas palabras opera como un espacio de resguardo que exige una posición de incondicionalidad: el devoto está obligado a una serie de actos (denominados sacrificios) en consecuencia al favor pedido y al cumplimiento del mismo por parte de Dios a través de la mediación del Santo. Igual que las organizaciones de “tipo mafioso” existe un contrato implícito donde toda demanda exige una retribución. Pero lo interesante radica en que el sacrificio no es una acción demandada por Dios, y en caso de serlo sería únicamente una forma de manifestación externa de veneración y de ningún modo un acto que implicase dolor autoinflingido[2].

Pareciera ser entonces que la idea de ciertos fieles católicos acerca del sacrificio o la manda como algo doloroso o costoso no tiene fundamento eclesiástico, sin embargo la presencia de dicha ficción está tan extendida que es plausible relacionarla con la existencia de fantasías persecutorias y por ende de angustias esquizo-paranoides. Así mismo lo anterior podría estar relacionado con la condición infantil de desamparo total que es promovida por el catolicismo y que, a su vez, malentendida e incrementada por factores conflictivos intrapsíquicos provoca una sensación de no ser merecedor de amor o cariño por parte del otro, lo que redundaría en la necesidad de sobrecompensar o retribuir por cualquier auxilio o protección recibida; de esta manera, según Erich Fromm (1984: 20):
Hasta el punto en que la sociedad está desamparada respecto de la naturaleza, el miembro individual de la sociedad debe, como adulto, repetir la situación psíquica de la infancia. Toma parte de sus amores y temores infantiles y parte de su hostilidad, que tenía puestos en el padre o la madre, y los transfiere a una figura imaginaria, a Dios.
Esta misma cita permite comprender como operan las organizaciones eclesiásticas tanto grupales (seminarios, monasterios, claustros, cofradías…) como de culto individual (latría, dulía o hiperdulía).

Esta situación de desamparo está escenificada en el vínculo de veneración hacia Dios, de quien se teme su ira, por lo que las peticiones y favores se le hacen de forma indirecta por mediación de los Santos. Esto tal vez sería promovido por un juego doble de identificaciones dentro del psiquismo de los feligreses. En primer lugar ellos mismos se colocarían en la posición de pecadores –al mismo nivel que Adán y Eva– por lo que se autoconsiderarían indecorosos y por ende no merecedores de la piedad de Dios sino únicamente de sus castigos y venganza; pero al rezarle a los Santos considerarían que estos ya han estado colocados en la posición de sufrimiento, lo que implicaría una nueva identificación con la aflicción de estos y, por ende, se sentirían mas merecedores de su intercesión lo cual, sin embargo, volvería a ubicarlos en una postura de carencia frente a ellos pues aunque ambos son sufrientes el feligrés consideraría no haber sobrellevado tanto desconsuelo como ellos, por lo que él mismo se sentiría en deuda obligándose a un sacrificio que conllevara el mismo grado de dolor que el Santo mediador, dando lugar de ese modo a las “mandas” tan extremas a las que se someten ciertas personas que ven respondidas sus plegarias o peticiones.

Junto con todo esto se encuentran las turbulencias afectivas internas propias de cada persona que aún no han podido ser dominadas porque no hubo una madre que las metabolizara: “Una madre que no esté en sintonía con su infante es incapaz de contener y procesar las identificaciones proyectivas del infante, dejándolo, así, a merced de su fragmentaria y terrorífica experiencia.” Mitchell, S (2004: 178); ante esta carencia la religión se colocaría como organizador del psiquismo: “El infante experimenta, absorbe las capacidades organizativas de la madre y con el tiempo se identifica con ellas” Mitchell, S (2004: 179, 180), lo que le brindaría seguridad y es donde podría comenzar a operar como un refugio psíquico:
La función central que tienen las organizaciones patológicas de la personalidad, es la de contener y neutralizar estos impulsos primitivos […], y que para conseguirlo, el paciente selecciona objetos destructivos dentro de los cuales pueda proyectar partes destructivas de si mismo. […] Los vínculos que unen sus partes son, con frecuencia de carácter sadomasoquista, y constituyen un tipo de tiranía cruel. Steiner, J. (1997: 32 y 38)
Esto aplicaría sobre todo con aquellas doctrinas religiosas que fueron instauradas de manera muy rígida o por sacerdotes violentadores que veían la religión de manera persecutoria:
He descubierto que cierta educación cristiana, recibida por tantos pacientes nuestros, es enemiga de la vida y de la caridad, está en total contradicción con lo que en otro tiempo me había parecido un mensaje de alegría y amor en los evangelios. Entonces los volví a leer y se produjo el choque.  
Nada de lo que la Iglesia del siglo XX enseñaba a los que en ella formaba me parecía contenido ni en la Biblia ni en los evangelios. Dolto, F. (1978: Introducción).

Es por todo lo anterior que la forma de vínculo entre el sujeto y la religión es altamente transferencial y permite dar cuenta de las fantasías, ansiedades y objetos del mundo interno del paciente. Si bien es cierto que la relación psicoanalítica no es una relación de adoración –como si lo es la religión– en ambas existen aspectos comunes como la posición de desamparo y la demanda al otro: “La suposición de la existencia de un Parlante paradójicamente silencioso implica la constitución de un campo de alocución que ofrezca un soporte mínimo a la creencia en aquel con quien se pretende conversar” González, F.M. (1998: 182); de ahí que aprehender la manera en la que el sujeto vive la religión y el culto permitirá abordar estratos muy profundos del psiquismo del paciente:
La transferencia está llena de significado y de historia. […] en la transferencia como una relación en la que permanentemente está ocurriendo algo, pero sabemos que ese algo se constituye esencialmente en el pasado del paciente  y en su relación con sus objetos internos, sus concepciones con respecto a los mismos o a lo que él imagina que estos han sido. Joseph, B. (1993: 235)
Esto es igualmente válido en la situación analítica como fuera de ella, ya que la relación religiosa puede darse con independencia del setting analítico pero si esta es mencionada en el curso de un psicoanálisis puede obtenerse de ella información relevante acerca de sistemas defensivos muy primitivos presentes en el paciente.

Sin embargo aunque se hable de cuestiones primitivas algunas de estas pueden no ser patológicas como los refugios psíquicos sino que están revestidas de una cualidad infantil cuya presencia en la vida adulta es incluso esperable. Tal es el caso de los objetos transformacionales: “En muchas religiones, por ejemplo, el sujeto cree que la divinidad tiene la potencia real de transformar el ambiente total. […] La búsqueda de esta experiencia puede generar esperanza, hasta un punto de confianza en si y clarividencia”. Bollas, C. (1987: 32). Pero si la esperanza colocada en ellos se ve no recompensada pueden aparecer reacciones de frustración que rayarían en lo patológico y moverían al sujeto al alejamiento defensivo de la realidad buscando resguardo en sus propios objetos internos. “Llegamos a tener fe en una Divinidad cuya ausencia, curiosamente, se considera prueba tan importante para la existencia del ser humano como su presencia. […] No debe sorprender que diversas psicopatologías emerjan del fracaso […] en ser desilusionado de este vínculo” Bollas, C. (1987: 34).

La frustración proveniente de la falta de respuesta ante la plegaria hacia un Santo, en caso de estar anclada en personalidades muy primitivas o carentes de estructuración, puede desencadenar rigideces y regresiones frenéticas como resultado de la fantasía de no sentirse merecedor de los favores de dicha Deidad por las carencias inherentes a ellos mismos. “De hecho, la búsqueda del objeto transformacional, en individuos con caracteres tanto narcisistas como esquizoides, equivale a un reconocimiento interior de la necesidad de reparación del yo; como tal, es una búsqueda de salud, un poco maníaca” Bollas, C. (1987: 39).

Pero en caso de tratarse de personalidades mas estructuradas la pura presencia de la imagen del Santo los coloca solo en situación regresiva de reparación –y no de fantasía de carencia– que les permite reflexionar sobre ellos mismos y establecer un diálogo interno; justo lo mismo que ocurre en el setting psicoanalítico, con la diferencia de que la presencia del Santo es solamente una imagen –gráfica, escultórica o mental– mientras que la del psicoanalista es una presencia real, observable o no, que se comunica efectivamente por medio de la palabra.
Según yo lo veo, el paciente ha regresado al nivel de la falta básica, pero cada regresión señala hacia la región de insania que la persona alberga en su interior. […] la paradoja es que mientras el paciente hace regresión a su carencia, en procura de una transformación milagrosa, el trabajo ordinario del analista, que consiste en escuchar, clarificar e interpretar, introduce un idioma diferente para transformar la vida psíquica. […]  nuestra confiabilidad, nuestra no intrusividad, el uso que hacemos del pensamiento empático para ir al encuentro de los requerimientos del analizado, suelen ser más maternales que el cuidado real que les brindó su madre. Y en esos momentos, la identificación que e paciente hace del analista como el objeto transformacional no es diferente de la que el infante estableció entre la madre y estos procesos. Bollas, C. (1987: 40 y 41).

Por lo tanto puede decirse que la presencia de otro que escucha y que favorece la propia escucha (como puede ser el psicoanalista o un Santo o Deidad) promueve en las personas que ya han alcanzado la posición depresivo-reparatoria una sensación de contención que favorece la tendencia a la reparación; pero en personalidades mas primitivas, y aún ubicadas en la posición esquizo-paranoide, la misma presencia (o ausencia) promueve mecanismos cada vez mas regresivos que solo mantienen al sujeto en la posición de carencia o falta básica.


Conclusión.
Todos los seres humanos poseemos aspectos infantiles y primitivos en nuestra personalidad, la meta del psicoanálisis es poder integrarlos con las partes maduras, pero antes de él existió la religión cuya finalidad era también favorecer el desarrollo humano con miras hacia la salvación. Ambos coexisten actualmente aunque desde marcos referenciales diferentes y brindan a las personas espacios de escucha y reflexión.

Sin embargo la labor de ambos puede verse obstaculizada por las condiciones psíquicas propias de cada persona; para el psicoanálisis esto es lo que le provee de un campo de acción específico pues es ahí –en la psicopatología y el conflicto– donde se desarrolla la clínica; pero a nivel de lo religioso no se cuenta con un espacio apropiado para la atención a dichas dificultades individuales, mas bien se les ve como obstáculos a la fe o como actos de sacrilegio o herejía.

Las carencias afectivas de algunas personas promueven en ellas un acercamiento a la religión en donde buscan respuestas o favores específicos pero, si carencia es muy grande, al momento de no obtener lo solicitado su carencia es confirmada y magnificada provocando así una regresión masiva a etapas infantiles. En cambio si la persona es más madura la ausencia de respuesta por parte de lo religioso lo ubica en una posición de reflexión y de reparación. Esto mismo puede llegar a ocurrir en el transcurso de un psicoanálisis clínico en donde la condición de carencia promovería una fuga hacia refugios psíquicos que mantendrían al paciente en la rigidez.

Por último solo puede decirse que la dulía a un Santo se ubica como un refugio psíquico de apariencia benevolente ya que las personalidades primitivas buscan en ellos una estructuración mejor de la que recibieron en su ambiente infantil, pero al no encontrarlo se regresionan demandando cada vez mas y desarrollando actitudes de dependencia y humillación a manera de sacrificios y mandas autoimpuestas, de las cuales también puede obtenerse información valiosa acerca de la estructuración psíquica del sujeto.


Referencias bibliohemerográficas.

AciPrensa. (2009). Enciclopedia Católica On Line. AciPrensa. Fecha de modificación 25 de noviembre de 2009. Revisado el 27 de marzo de 2013. Disponible en: http://ec.aciprensa.com/wiki/Sacrificio 
---------. (2010). Enciclopedia Católica On Line. AciPrensa. Fecha de modificación 8 de octubre de 2010. Revisado el 26 de marzo de 2013. Disponible en: http://ec.aciprensa.com/wiki/Culto_cristiano
Bollas, C. (1987). Sombra del Objeto, La. Buenos Aires: Amorrortu.
Coeditores Católicos de México. (1997). Catecismo de la Iglesia Católica. Conforme al Texto Latino Oficial. México: Buena Prensa.
Concilio Vaticano II. (1964). Constitución Dogmática. Lumen Gentium. Sobre la Iglesia. Ciudad del Vaticano: Vaticano.
Dolto, F. (1978). Evangelio ante el Psicoanálisis, El. Madrid: Cristiandad.
González, F.M. (1988). Guerra de las Memorias, La. Psicoanáisis, Historia e Interpretación. México: Universidad Iberoamericana / Plaza y Valdés.
Joseph, B. (1993). Equilibrio Psíquico y Cambio Psíquico. España: Julián Yébenes.
Mitchell, S. (2004). Más Allá de Freud. Barcelona: Herder.
Serrera, R.M. (1991). Guadalajara Ganadera. Estudio Regional Novohispano 1760-1805. Guadalajara, Mex: Ayuntamiento de Guadalajara.
Steiner, J. (1997). Refugios Psíquicos. Organizaciones Patológicas en Pacientes Psicóticos, Neuróticos y Fronterizos. Madrid: Biblioteca Nueva.
Yañez Roasles, R.H. (2002). Guerra Espiritual y Resistencia Indígena. El Discurso de Evangelización en el Obispado de Guadalajara, 1541-1765. Guadalajara, Jal. Mex.: Universidad de Guadalajara.



[1] : “En su sentido más general es un homenaje que se rinde a una persona o cosa. […] Hay varios grados de este culto:
·         Latría: si se dirige directamente a Dios, es superior, absoluto, el culto supremo, o culto de adoración, o, de acuerdo con el término teológico consagrado, un culto de latria (latría). Este culto soberano se debe solamente a Dios; si se dirigiese a una criatura se convertiría en idolatría.
·         Dulía: Cuando el culto se dirige a Dios sólo indirectamente, es decir, cuando su objeto es la veneración de los mártires, de los ángeles o los santos, es un culto subordinado dependiente del primero y relativo, en la medida en que se honra a las criaturas de Dios por sus relaciones particulares con Él. Los teólogos lo designan como culto de dulía, un término que denota servidumbre, y que, cuando se usa para denotar nuestro culto a los siervos distinguidos de Dios, implica que su servicio a Él es su título a nuestra veneración (cf. Chollet, loc. cit., col. 2407, y Bouquillon, Tractatus de virtute religionis, I, Brujas, 1880, 22 ss).
·         Hiperdulía: Como la Santísima Virgen tiene un rango supereminente y absolutamente independiente entre los santos, el culto que se le rinde se llama hyperdulia (para el significado e historia de estos términos vea Suicer, Thesaurus ecclesiasticus, 1728).” AciPrensa (2010: Párrafo 1 a 4).
[2]Pero en realidad, por sacrificio se entiende universalmente la ofrenda hecha a la deidad de un don perceptible por los sentidos, como manifestación externa de nuestra veneración, que tiene por objeto alcanzar la comunión con ella”. AciPrensa (2009: párrafo 1)


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