domingo, 31 de marzo de 2013

Culto, Adoración y Sacrificio. La Dulía a los Santos como Modalidad de Refugios Psíquicos de Apariencia Benevolente.

Mtro. Rodolfo Zermeño Torres.



“La religión como neurosis no es la ‘esencia de la religión’ sino un estadio primitivo de esta”.
Oskar Pfister. Pastor Protestante y Psicoanalista.

Introducción.
El primer refugio para el malestar psíquico fue la religión; la primer forma de cura por la palabra fue la confesión; y la primer modalidad de salvación fue la creencia en la existencia de un Dios. Todo esto está conjugado en la religión católica que, al igual que el psicoanálisis, promueve el uso extensivo de la palabra como herramienta de salvación, la primera, y de alivio, la segunda.

Aunque su intención original fue dar sentido y salvación al alma humana, la religión católica se ha ido alejando de sus principios por una mala lectura de sus textos y por su conexión con elementos conflictivos de sus creyentes.

De esto se deriva que ciertas cuestiones religiosas como la dulía (adoración) a los Santos con sus correspondientes sacrificios (mandas) operan a la manera de un refugio psíquico de apariencia benevolente donde el sujeto se salvaguarda de su propia agresividad. Por lo tanto la modalidad de dulía a un Santo puede ser indicativo de las configuraciones defensivas de los sujetos (sean estos atendidos o no dentro de un encuadre psicoanalítico).

Sin embargo aunque toda relación con la divinidad está revestida de un carácter infantil, esto no necesariamente involucra cuestiones patológicas, pues la noción de objeto transformacional también puede ser utilizada para comprender la dinámica del culto; pero de haber una frustración muy grande a este nivel puede provocar una reacción defensiva de iguales proporciones que desencadenaría mecanismos similares a los del refugio psíquico.


Justificación.
Los Dioses han estado vinculados primordialmente con la ilusión de un Padre magnificado, la religión ha sido colocada como la garante de los límites y de la instauración de la ley; pero estas concepciones parecen ignorar que todo padre requiere de una madre. La labor de protección –entendida como holding– es un atributo de la función materna que también es cubierta por la religión.

¿Qué ocurre entonces cuando el conflicto no es con el padre sino con la madre? ¿Qué pasa si la presencia protectora e interpretadora no cumple su función? ¿Cómo se reeditan en la transferencia esas fallas?

Estas cuestiones exigen respuestas y la intención del presente ensayo es devolverle a la religión su carácter materno porque ya mucho se ha escrito con relación a lo paternal. Además en esta época posmoderna la caída de los absolutos está promoviendo formas de vínculo y adoración cada vez mas parcializadas, tal es el caso de los Santos.


Desarrollo.
Aunque la teoría de los refugios psíquicos de Steiner define a estos como “organizaciones de tipo mafioso” dentro de la cuales puede albergarse una persona para de ese modo evitar la aparición de angustias esquizo-paranoides o depresivo-reparatorias, no necesariamente dichas organizaciones deben tener el aspecto de persecutorias, siniestras o malévolas.
Un refugio psíquico le da al paciente un área donde reina una calma relativa que le protege de la tensión que siente cada vez que el analista establece con él un contacto significativo vivido como amenazador. […] estas organizaciones pueden estar representadas por organizaciones de negocios, colegios de internado, sectas religiosas, gobiernos totalitarios o pandillas mafiosas. Steiner, J. (1997: 21 y 23)
Pero tampoco es necesario que estas aparezcan como modalidades resistenciales ante un psicoanálisis clínico; en cambio deberían entenderse como formas defensivas recurrentes que pueden aparecer en diversos momentos de la vida del paciente.

La dulía a un Santo es una modalidad especial de refugio psíquico, sobre todo porque debido a sus características es similar pero diferente a las enunciadas por Steiner como “de tipo mafioso”. En ambas existen situaciones atormentadoras respecto al abandono de la organización, pero la diferencia estriba en que las organizaciones mafiosas sus operaciones malignas se manifiestan de forma directa, en cambio, en las organizaciones de tipo religioso la persecución está disfrazada bajo una apariencia de benevolencia, pero en ambas coexiste la idea de estructuración a manera de grupo.

Un tipo particular de grupo religioso es la cofradía, en donde un conjunto de creyentes se reúnen en torno a Cristo, la Viren María, algún Santo o reliquia con fines religiosos o asistenciales:
Una cofradía es: […] una junta, hermandad o sociedad cristiana de algunas personas que, no viviendo en comunidad ni obligándose por algunos votos o juramentos, se unen de común consentimiento para emplearse en algunas obras de piedad y practicar ciertos ejercicios espirituales con la aprobación de los legítimos superiores. Obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas citado por Serrera, R.M. (1991: 351)

Desde este punto de vista la cofradía tiene el mismo sentido que la Iglesia solo que la primera desde un punto de vista terrenal y la segunda desde una perspectiva celestial. A este respecto el Concilio Vaticano II (1964: párrafo 8, 9, 10 y 11) define las varias figuras de la Iglesia de la siguiente manera:
6. Del mismo modo que en el Antiguo Testamento la revelación del Reino se propone muchas veces bajo figuras, así ahora la íntima naturaleza de la Iglesia se nos manifiesta también bajo diversos símbolos tomados de la vida pastoril, de la agricultura, de la construcción, de la familia y de los esponsales que ya se vislumbran en los libros de los profetas.
La Iglesia es, pues, un "redil", cuya única y obligada puerta es Cristo (Jn., 10,1-10). Es también una grey, cuyo Pastor será el mismo Dios, según las profecías (cf. Is., 40,11; Ez., 34,11ss), y cuyas ovejas aunque aparezcan conducidas por pastores humanos, son guiadas y nutridas constantemente por el mismo Cristo, buen Pastor, y jefe rabadán de pastores (cf. Jn., 10,11; 1Pe., 5,4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn., 10,11-16).
La Iglesia es "agricultura" o labranza de Dios (1Cor., 3,9). En este campo crece el vetusto olivo, cuya santa raíz fueron los patriarcas en la cual se efectuó y concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rom., 11,13-26). El celestial Agricultor la plantó como viña elegida (Mt., 21,33-43; cf. Is., 5,1ss). La verdadera vid es Cristo, que comunica la savia y la fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que estamos vinculados a El por medio de la Iglesia y sin El nada podemos hacer (Jn., 15,1-5).
Muchas veces también la Iglesia se llama "edificación" de Dios (1Cor., 3,9). El mismo Señor se comparó a la piedra rechazada por los constructores, pero que fue puesta como piedra angular (Mt., 21,42; cf. Act., 4,11; 1 Pe., 2,7; Sal., 177,22). Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la Iglesia (cf. 1Cor., 3,11) y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se le dan diversos nombres: casa de Dios (1Tim., 3,15), en que habita su "familia", habitación de Dios en el Espíritu (Ef., 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap., 21,3) y, sobre todo, "templo" santo, que los Santos Padres celebran representado en los santuarios de piedra, y en la liturgia se compara justamente a la ciudad santa, la nueva Jerusalén. Porque en ella somos ordenados en la tierra como piedras vivas (1Pe., 2,5). San Juan, en la renovación del mundo contempla esta ciudad bajando del cielo, del lado de Dios ataviada como una esposa que se engalana para su esposo (Ap., 21,1ss).

Como se puede observar en todas ellas existe una figura central en torno a la cual giran las entradas y salidas (dicha figura sería Dios), pero más importante aún es que se constituyen como un lugar cerrado cuya protección se pierde en el momento de abandonarlo.

Las cofradías son entonces la materialización de la bondad religiosa, es decir que en torno a una figura Divina las mismas personas realizan actos en beneficio de otros. Pero entre la Iglesia y las cofradías estaría la adoración, sobre todo porque esta sería una modalidad individual de culto donde la protección solicitada no requiere de un grupo o hermandad, sino que es el mismo sujeto quien promueve dicho cuidado; sin embargo esta relación individual entre una persona y Dios puede estar, a su vez, mediada por un Santo, es decir que el carácter protector deviene de una figura intercesora.

Los Santos no representan a Dios, este únicamente puede ser encontrado en Él mismo, su hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo; en cambio los Santos son intermediarios ante Dios pues funcionan a manera de abogados o intercesores de colectivo en particular (nación, comunidad, lugar, actividad, clase, congregación, clan o familia). A esta afinidad protectora se le denomina Santo Patrón o Santa Patrona –ya que también la Virgen María puede servir de mediadora– y se le rinde una celebración denominada advocación[1].

La cualidad de refugio psíquico de la devoción a un Santo radica en su condición protectora; a su presencia o encomienda se le asocian sensaciones de seguridad, bienestar y confianza. En pocas palabras opera como un espacio de resguardo que exige una posición de incondicionalidad: el devoto está obligado a una serie de actos (denominados sacrificios) en consecuencia al favor pedido y al cumplimiento del mismo por parte de Dios a través de la mediación del Santo. Igual que las organizaciones de “tipo mafioso” existe un contrato implícito donde toda demanda exige una retribución. Pero lo interesante radica en que el sacrificio no es una acción demandada por Dios, y en caso de serlo sería únicamente una forma de manifestación externa de veneración y de ningún modo un acto que implicase dolor autoinflingido[2].

Pareciera ser entonces que la idea de ciertos fieles católicos acerca del sacrificio o la manda como algo doloroso o costoso no tiene fundamento eclesiástico, sin embargo la presencia de dicha ficción está tan extendida que es plausible relacionarla con la existencia de fantasías persecutorias y por ende de angustias esquizo-paranoides. Así mismo lo anterior podría estar relacionado con la condición infantil de desamparo total que es promovida por el catolicismo y que, a su vez, malentendida e incrementada por factores conflictivos intrapsíquicos provoca una sensación de no ser merecedor de amor o cariño por parte del otro, lo que redundaría en la necesidad de sobrecompensar o retribuir por cualquier auxilio o protección recibida; de esta manera, según Erich Fromm (1984: 20):
Hasta el punto en que la sociedad está desamparada respecto de la naturaleza, el miembro individual de la sociedad debe, como adulto, repetir la situación psíquica de la infancia. Toma parte de sus amores y temores infantiles y parte de su hostilidad, que tenía puestos en el padre o la madre, y los transfiere a una figura imaginaria, a Dios.
Esta misma cita permite comprender como operan las organizaciones eclesiásticas tanto grupales (seminarios, monasterios, claustros, cofradías…) como de culto individual (latría, dulía o hiperdulía).

Esta situación de desamparo está escenificada en el vínculo de veneración hacia Dios, de quien se teme su ira, por lo que las peticiones y favores se le hacen de forma indirecta por mediación de los Santos. Esto tal vez sería promovido por un juego doble de identificaciones dentro del psiquismo de los feligreses. En primer lugar ellos mismos se colocarían en la posición de pecadores –al mismo nivel que Adán y Eva– por lo que se autoconsiderarían indecorosos y por ende no merecedores de la piedad de Dios sino únicamente de sus castigos y venganza; pero al rezarle a los Santos considerarían que estos ya han estado colocados en la posición de sufrimiento, lo que implicaría una nueva identificación con la aflicción de estos y, por ende, se sentirían mas merecedores de su intercesión lo cual, sin embargo, volvería a ubicarlos en una postura de carencia frente a ellos pues aunque ambos son sufrientes el feligrés consideraría no haber sobrellevado tanto desconsuelo como ellos, por lo que él mismo se sentiría en deuda obligándose a un sacrificio que conllevara el mismo grado de dolor que el Santo mediador, dando lugar de ese modo a las “mandas” tan extremas a las que se someten ciertas personas que ven respondidas sus plegarias o peticiones.

Junto con todo esto se encuentran las turbulencias afectivas internas propias de cada persona que aún no han podido ser dominadas porque no hubo una madre que las metabolizara: “Una madre que no esté en sintonía con su infante es incapaz de contener y procesar las identificaciones proyectivas del infante, dejándolo, así, a merced de su fragmentaria y terrorífica experiencia.” Mitchell, S (2004: 178); ante esta carencia la religión se colocaría como organizador del psiquismo: “El infante experimenta, absorbe las capacidades organizativas de la madre y con el tiempo se identifica con ellas” Mitchell, S (2004: 179, 180), lo que le brindaría seguridad y es donde podría comenzar a operar como un refugio psíquico:
La función central que tienen las organizaciones patológicas de la personalidad, es la de contener y neutralizar estos impulsos primitivos […], y que para conseguirlo, el paciente selecciona objetos destructivos dentro de los cuales pueda proyectar partes destructivas de si mismo. […] Los vínculos que unen sus partes son, con frecuencia de carácter sadomasoquista, y constituyen un tipo de tiranía cruel. Steiner, J. (1997: 32 y 38)
Esto aplicaría sobre todo con aquellas doctrinas religiosas que fueron instauradas de manera muy rígida o por sacerdotes violentadores que veían la religión de manera persecutoria:
He descubierto que cierta educación cristiana, recibida por tantos pacientes nuestros, es enemiga de la vida y de la caridad, está en total contradicción con lo que en otro tiempo me había parecido un mensaje de alegría y amor en los evangelios. Entonces los volví a leer y se produjo el choque.  
Nada de lo que la Iglesia del siglo XX enseñaba a los que en ella formaba me parecía contenido ni en la Biblia ni en los evangelios. Dolto, F. (1978: Introducción).

Es por todo lo anterior que la forma de vínculo entre el sujeto y la religión es altamente transferencial y permite dar cuenta de las fantasías, ansiedades y objetos del mundo interno del paciente. Si bien es cierto que la relación psicoanalítica no es una relación de adoración –como si lo es la religión– en ambas existen aspectos comunes como la posición de desamparo y la demanda al otro: “La suposición de la existencia de un Parlante paradójicamente silencioso implica la constitución de un campo de alocución que ofrezca un soporte mínimo a la creencia en aquel con quien se pretende conversar” González, F.M. (1998: 182); de ahí que aprehender la manera en la que el sujeto vive la religión y el culto permitirá abordar estratos muy profundos del psiquismo del paciente:
La transferencia está llena de significado y de historia. […] en la transferencia como una relación en la que permanentemente está ocurriendo algo, pero sabemos que ese algo se constituye esencialmente en el pasado del paciente  y en su relación con sus objetos internos, sus concepciones con respecto a los mismos o a lo que él imagina que estos han sido. Joseph, B. (1993: 235)
Esto es igualmente válido en la situación analítica como fuera de ella, ya que la relación religiosa puede darse con independencia del setting analítico pero si esta es mencionada en el curso de un psicoanálisis puede obtenerse de ella información relevante acerca de sistemas defensivos muy primitivos presentes en el paciente.

Sin embargo aunque se hable de cuestiones primitivas algunas de estas pueden no ser patológicas como los refugios psíquicos sino que están revestidas de una cualidad infantil cuya presencia en la vida adulta es incluso esperable. Tal es el caso de los objetos transformacionales: “En muchas religiones, por ejemplo, el sujeto cree que la divinidad tiene la potencia real de transformar el ambiente total. […] La búsqueda de esta experiencia puede generar esperanza, hasta un punto de confianza en si y clarividencia”. Bollas, C. (1987: 32). Pero si la esperanza colocada en ellos se ve no recompensada pueden aparecer reacciones de frustración que rayarían en lo patológico y moverían al sujeto al alejamiento defensivo de la realidad buscando resguardo en sus propios objetos internos. “Llegamos a tener fe en una Divinidad cuya ausencia, curiosamente, se considera prueba tan importante para la existencia del ser humano como su presencia. […] No debe sorprender que diversas psicopatologías emerjan del fracaso […] en ser desilusionado de este vínculo” Bollas, C. (1987: 34).

La frustración proveniente de la falta de respuesta ante la plegaria hacia un Santo, en caso de estar anclada en personalidades muy primitivas o carentes de estructuración, puede desencadenar rigideces y regresiones frenéticas como resultado de la fantasía de no sentirse merecedor de los favores de dicha Deidad por las carencias inherentes a ellos mismos. “De hecho, la búsqueda del objeto transformacional, en individuos con caracteres tanto narcisistas como esquizoides, equivale a un reconocimiento interior de la necesidad de reparación del yo; como tal, es una búsqueda de salud, un poco maníaca” Bollas, C. (1987: 39).

Pero en caso de tratarse de personalidades mas estructuradas la pura presencia de la imagen del Santo los coloca solo en situación regresiva de reparación –y no de fantasía de carencia– que les permite reflexionar sobre ellos mismos y establecer un diálogo interno; justo lo mismo que ocurre en el setting psicoanalítico, con la diferencia de que la presencia del Santo es solamente una imagen –gráfica, escultórica o mental– mientras que la del psicoanalista es una presencia real, observable o no, que se comunica efectivamente por medio de la palabra.
Según yo lo veo, el paciente ha regresado al nivel de la falta básica, pero cada regresión señala hacia la región de insania que la persona alberga en su interior. […] la paradoja es que mientras el paciente hace regresión a su carencia, en procura de una transformación milagrosa, el trabajo ordinario del analista, que consiste en escuchar, clarificar e interpretar, introduce un idioma diferente para transformar la vida psíquica. […]  nuestra confiabilidad, nuestra no intrusividad, el uso que hacemos del pensamiento empático para ir al encuentro de los requerimientos del analizado, suelen ser más maternales que el cuidado real que les brindó su madre. Y en esos momentos, la identificación que e paciente hace del analista como el objeto transformacional no es diferente de la que el infante estableció entre la madre y estos procesos. Bollas, C. (1987: 40 y 41).

Por lo tanto puede decirse que la presencia de otro que escucha y que favorece la propia escucha (como puede ser el psicoanalista o un Santo o Deidad) promueve en las personas que ya han alcanzado la posición depresivo-reparatoria una sensación de contención que favorece la tendencia a la reparación; pero en personalidades mas primitivas, y aún ubicadas en la posición esquizo-paranoide, la misma presencia (o ausencia) promueve mecanismos cada vez mas regresivos que solo mantienen al sujeto en la posición de carencia o falta básica.


Conclusión.
Todos los seres humanos poseemos aspectos infantiles y primitivos en nuestra personalidad, la meta del psicoanálisis es poder integrarlos con las partes maduras, pero antes de él existió la religión cuya finalidad era también favorecer el desarrollo humano con miras hacia la salvación. Ambos coexisten actualmente aunque desde marcos referenciales diferentes y brindan a las personas espacios de escucha y reflexión.

Sin embargo la labor de ambos puede verse obstaculizada por las condiciones psíquicas propias de cada persona; para el psicoanálisis esto es lo que le provee de un campo de acción específico pues es ahí –en la psicopatología y el conflicto– donde se desarrolla la clínica; pero a nivel de lo religioso no se cuenta con un espacio apropiado para la atención a dichas dificultades individuales, mas bien se les ve como obstáculos a la fe o como actos de sacrilegio o herejía.

Las carencias afectivas de algunas personas promueven en ellas un acercamiento a la religión en donde buscan respuestas o favores específicos pero, si carencia es muy grande, al momento de no obtener lo solicitado su carencia es confirmada y magnificada provocando así una regresión masiva a etapas infantiles. En cambio si la persona es más madura la ausencia de respuesta por parte de lo religioso lo ubica en una posición de reflexión y de reparación. Esto mismo puede llegar a ocurrir en el transcurso de un psicoanálisis clínico en donde la condición de carencia promovería una fuga hacia refugios psíquicos que mantendrían al paciente en la rigidez.

Por último solo puede decirse que la dulía a un Santo se ubica como un refugio psíquico de apariencia benevolente ya que las personalidades primitivas buscan en ellos una estructuración mejor de la que recibieron en su ambiente infantil, pero al no encontrarlo se regresionan demandando cada vez mas y desarrollando actitudes de dependencia y humillación a manera de sacrificios y mandas autoimpuestas, de las cuales también puede obtenerse información valiosa acerca de la estructuración psíquica del sujeto.


Referencias bibliohemerográficas.

AciPrensa. (2009). Enciclopedia Católica On Line. AciPrensa. Fecha de modificación 25 de noviembre de 2009. Revisado el 27 de marzo de 2013. Disponible en: http://ec.aciprensa.com/wiki/Sacrificio 
---------. (2010). Enciclopedia Católica On Line. AciPrensa. Fecha de modificación 8 de octubre de 2010. Revisado el 26 de marzo de 2013. Disponible en: http://ec.aciprensa.com/wiki/Culto_cristiano
Bollas, C. (1987). Sombra del Objeto, La. Buenos Aires: Amorrortu.
Coeditores Católicos de México. (1997). Catecismo de la Iglesia Católica. Conforme al Texto Latino Oficial. México: Buena Prensa.
Concilio Vaticano II. (1964). Constitución Dogmática. Lumen Gentium. Sobre la Iglesia. Ciudad del Vaticano: Vaticano.
Dolto, F. (1978). Evangelio ante el Psicoanálisis, El. Madrid: Cristiandad.
González, F.M. (1988). Guerra de las Memorias, La. Psicoanáisis, Historia e Interpretación. México: Universidad Iberoamericana / Plaza y Valdés.
Joseph, B. (1993). Equilibrio Psíquico y Cambio Psíquico. España: Julián Yébenes.
Mitchell, S. (2004). Más Allá de Freud. Barcelona: Herder.
Serrera, R.M. (1991). Guadalajara Ganadera. Estudio Regional Novohispano 1760-1805. Guadalajara, Mex: Ayuntamiento de Guadalajara.
Steiner, J. (1997). Refugios Psíquicos. Organizaciones Patológicas en Pacientes Psicóticos, Neuróticos y Fronterizos. Madrid: Biblioteca Nueva.
Yañez Roasles, R.H. (2002). Guerra Espiritual y Resistencia Indígena. El Discurso de Evangelización en el Obispado de Guadalajara, 1541-1765. Guadalajara, Jal. Mex.: Universidad de Guadalajara.



[1] : “En su sentido más general es un homenaje que se rinde a una persona o cosa. […] Hay varios grados de este culto:
·         Latría: si se dirige directamente a Dios, es superior, absoluto, el culto supremo, o culto de adoración, o, de acuerdo con el término teológico consagrado, un culto de latria (latría). Este culto soberano se debe solamente a Dios; si se dirigiese a una criatura se convertiría en idolatría.
·         Dulía: Cuando el culto se dirige a Dios sólo indirectamente, es decir, cuando su objeto es la veneración de los mártires, de los ángeles o los santos, es un culto subordinado dependiente del primero y relativo, en la medida en que se honra a las criaturas de Dios por sus relaciones particulares con Él. Los teólogos lo designan como culto de dulía, un término que denota servidumbre, y que, cuando se usa para denotar nuestro culto a los siervos distinguidos de Dios, implica que su servicio a Él es su título a nuestra veneración (cf. Chollet, loc. cit., col. 2407, y Bouquillon, Tractatus de virtute religionis, I, Brujas, 1880, 22 ss).
·         Hiperdulía: Como la Santísima Virgen tiene un rango supereminente y absolutamente independiente entre los santos, el culto que se le rinde se llama hyperdulia (para el significado e historia de estos términos vea Suicer, Thesaurus ecclesiasticus, 1728).” AciPrensa (2010: Párrafo 1 a 4).
[2]Pero en realidad, por sacrificio se entiende universalmente la ofrenda hecha a la deidad de un don perceptible por los sentidos, como manifestación externa de nuestra veneración, que tiene por objeto alcanzar la comunión con ella”. AciPrensa (2009: párrafo 1)


viernes, 29 de marzo de 2013

La Ciencia en la Creencia. El Proceso de Investigación Científica Entre Psicoanálisis y Religión.

Mtro. Rodolfo Zermeño Torres.

Freud definió al psicoanálisis, junto con la educación y el gobierno, como la profesión imposible; esto partiendo del principio que los tres pretendían convertir al hombre en alguien que pudiera reconocerse a si mismo y por ende regularse.

Educación y gobierno encuentran su máxima expresión en la religión ya que esta se constituye como la cúspide de ambos, pues no solo enseña al hombre como debe comportarse sino también como debe pensar.

El psicoanálisis podría colocarse como ajeno a esta concepción ya que busca la libertad del individuo y además, epistemológicamente, tiende a la independencia. “Relacionar ambos términos, así como los campos que éstos designan, parecería implicar su conciliación o su oposición, mientras que, por el contrario, la validez epistemológica y la eficacia práctica del psicoanálisis dependen de la afirmación de su autonomía.” Kristeva, J. (1986: 9).

La idea de estudiar la religión a través del psicoanálisis parte de la similitud de sus procedimientos pues en ambos es la palabra la que se reviste de considerable importancia ante la demanda formulada a un otro; incluso sus contextos y dispositivos llegan a ser casi idénticos: Ambos requieren de un espacio apropiado (ya sea consultorio o templo) y la palabra dirigida se hace desde la intimidad (al psicoanalista se le tiene a la espalda, mientras que de la figura religiosa solo se tiene una simulación) hacia la incertidumbre que se reviste de la ilusión y la esperanza de respuesta (del psicoanalista se aguarda también su palabra mientras que del Santo se espera una señal); así mismo suele acudirse a ellos a raíz de un malestar o sufrimiento para el cual uno mismo se considera imposibilitado para solventarlo.

Sin embargo esta analogía es solo aparente ya que etimológicamente son opuestos:
Etimológicamente, el análisis es una disolución: ana, de abajo hacia arriba, a través; presente; aoristo, elüsa F. lüsō, destruir, desatar, disolver, pagar; lat. luō, pagar expiar; solvo, desatar, de se–luō; verbo skr. lu–na–ti, partir, dividir, aniquilar; got. fra–liusan, perder; lat. luxus, luxado; etcétera. Kristeva, J. (1987: 21).

Religión en cambio tiene tres sentidos distintos que pueden ser abordados.
Hay varias acepciones sobre el origen de la palabra. Según el mismo Cicero provendría del prefijo “re-” – “de nuevo” y “legere” – “leer”, en alusión a la tradición de las cultos y místicas de la época en donde se releían los textos sagrados.
Otros proponen que viene también de “re-” pero con el verbo “ligare” (de raíz indoeuropea *leig- “unir, ligar”) aludiendo al objetivo de las religiones de “unir o acercar a la persona con dios o los dioses”. Esta teoría era bastante popular entre los filósofos clásicos, especialmente los platonistas. Sin embargo no se llega a entender por que es “religio” y no “religatio”, que conservaría mejor la forma original del verbo.
La última teoría es que esté emparentada con el adjetivo “religiens” – “cuidadoso” opuesto a “negligens” – “negligente”, también compuesto por “re-” y “legere” – “leer, seleccionar”. Estaría también más emparentada con el significado original de la palabra “religio” – “temor a los dioses” ya que uno que tiene cierto temor va a ser “cuidadoso” / “religiens” con ellos.  Sin Autor (sin año).

Se puede observar entonces que al psicoanalizarse el sujeto va disolviendo los viejos vínculos con su historia que no le permiten vivir el presente. Al analizarse le da el justo cauce a aquellas experiencias y afectos para que su influencia en el presente sea menor, o al menos sea re-conocida. Al analizarse desanuda sus ataduras para ordenarlas y desliga para vincularse. En cambio en la religión el sujeto va religándose con sus aspectos infantiles, deja de crecer y pasa a creer, reincide en la dependencia de fuerzas superiores a él y les teme pasando entonces a cuidarse de ellas o a adorarlas.

En conclusión puede decirse que el contexto psicoanalítico y el religioso se oponen mutuamente ya que uno tiende al crecimiento y desarrollo vía la disolución de los vínculos tempranos, mientras que el otro pretende reforzar dichas ligaduras fomentando una relación de dependencia. Donde ambas dimensiones se unen sería en la neurosis.

Junto con lo anterior debe considerarse que dentro de la experiencia religiosa coexisten aspectos enigmáticos tanto del lado psicoanalítico como del lado místico; el principal de ellos tiene que ver con el sentido de la experiencia religiosa como captación afectiva de una entidad sobrenatural; esto implica que dicha entidad es no registrable desde el punto de vista científico, pero tampoco son accesibles los estratos inconscientes en donde dicha entidad es percibida y significada.

Y es justo esta razón la que permite que el método psicoanalítico pueda ser utilizado para la investigación de los fenómenos de implicación religiosa; entendiendo por estos últimos todos aquellos inspirados en un culto particular y no aquellos propios de manifestaciones sagradas o milagrosas. Es decir que la investigación psicoanalítica puede ayudar al esclarecimiento de los afectos que se ponen en juego al momento de ser partícipe de cualquier experiencia religiosa, y de ningún modo intenta negar o menoscabar los rituales y cultos religiosos. O como diría Domínguez Morano, C. (2009: 47 y 48)
El estado actual de las relaciones entre psicoanálisis y religión obliga a renunciar a respuestas a priori con las que se pretendiera, por una parte o por otra, disponer de un saber acabado y definitivo sobre lo que tiene lugar en una esfera u otra de la experiencia humana. Por eso me he referido una y otra vez a ese carácter “interminable” que necesariamente debe tener el diálogo entre el psicoanálisis y la religión. Diálogo siempre vivo y siempre inacabado, desde el momento en el que surja una nueva palabra de fe y se pretenda aplicar a ella la hermenéutica psicoanalítica. Dicho de otro modo, el psicoanálisis no sabe de antemano qué es lo que pasa en la religión ni cuál pueda ser la naturaleza última del objeto de su creencia. Se limita tan sólo a indagar el sustrato de esa creencia en la vida psíquica. La cuestión no es tanto si la fe religiosa es o no psicoanalíticamente viable; se trata más bien de intentar dilucidar las motivaciones latentes de esa fe o, también, de una increencia. Una cuestión, por lo tanto, que no se resuelve desde un debate meramente especulativo ni mediante el aporte de pruebas o argumentos, sino en un campo epistémico nuevo que es el que inaugura el psicoanálisis.

Por lo tanto es menester reconocer los límites de ambos modos de pensamiento. Por el lado del psicoanálisis se encuentra la búsqueda de la verdad individual que trata de ser localizada en una historia particular; por el lado de la religión católica se busca la salvación universal mediante la unidad en Cristo y en la Iglesia. Pero esta búsqueda de la verdad individual e histórica de ningún modo pretende dictaminar sobre lo verdadero o falso de la convicción religiosa, únicamente busca rastrear la historia a través del discurso, no del discurso católico oficial, sino de la apropiación de este por parte del sujeto.

Dichas precisiones son imprescindibles para reconocer los alcances de la presente investigación: no intenta negar las creencias ni los fenómenos asociados a la religión, mas bien trata de comprenderlos en términos psicodinámicos proporcionando una descripción de los mecanismos psíquicos involucrados en ellos.

Para realizar esta investigación hace falta delimitar de mejor manera el campo a inquirir, ya que tanto la cuestión de la religiosidad como la de la experiencia religiosa abarcan una gran cantidad de fenómenos. Para efectos de esta investigación se hará especial énfasis en “La imagen del Santo como Objeto de Dulía[1]”; esto viene determinado por una serie de acotaciones respecto a la posición del sujeto ante la Fe[2] y particularmente respecto al Culto Cristiano[3]; es decir que se contempla al Culto Cristiano como un acto psíquico y a la imagen del Santo como un objeto afectivo. De este modo se considera que esta investigación es una modalidad de psicoanálisis operativo partiendo de lo siguiente:
En el psicoanálisis operativo se utiliza el conocimiento psicoanalítico en situaciones grupales, institucionales o comunitarias y tiene la ventaja sobre el psicoanálisis aplicado de que es posible utilizar la comprensión observando sus efectos. […] al respecto es útil aclarar que no existen ‘fenómenos psicoanalíticos’; en todo suceso intervienen seres humanos y, por lo tanto, se puede utilizar el psicoanálisis. El psicoanálisis operativo exige siempre un trabajo de campo y es por esta última exigencia que se lo debe diferenciar también de la especulación basada en conocimientos o teorías psicoanalíticas que constituye –esta última– una variante del psicoanálisis aplicado. […] se utilizan conocimientos psicoanalíticos para comprender o para investigar, pero no se utiliza el método psicoanalítico, este último es solo privativo del psicoanálisis clínico […].” Bleger, J. en Ziziemsky, D. (ed.) (1977: 123)

Sin embargo se debe recordar que el psicoanálisis, según Freud, se define de tres modos distintos: como método de investigación, como un conjunto de teorías obtenidas por la aplicación de dicho método y como técnica terapéutica.

Para la investigación psicoanalítica operativa se debe tomar en cuenta que se está tratando de ampliar el campo teórico aunque esto no implique ningún tipo de interpretación tendiente a la cura de algún paciente, sobre todo porque en las investigaciones de campo no se trata propiamente con pacientes sino con individuos que voluntariamente aceptaron formar parte de la misma.
En la díada, el analista es, además, investigador, sólo en la medida en que investiga con medios psicoanalíticos genuinos (por ejemplo, asociación libre, percepción contratransferencial e interpretaciones). Este tipo de investigación es la patria de origen (Mutterboden) de la formación teórica del psicoanálisis. […] La investigación psicoanalítica dentro de la díada consiste en la obtención de conocimientos sobre el paciente y su relación con el terapeuta que el analista hace en la situación analítica. En lo que sigue llamaremos a éstos, conocimientos diádico-específicos, o casuísticos. La curación resulta del hecho de que el analista comunica al paciente sus impresiones, incluyendo los procesos afectivos de interacción (transferencia y contratransferencia), de acuerdo a las reglas del arte, en forma de interpretaciones. […] El tipo de conocimientos que se comunica al paciente por medio de interpretaciones debe distinguirse estrictamente de aquellos que resultan de "impresiones acumuladas", los que, en su formulación general como conocimiento psicoanalítico, constituyen la teoría del psicoanálisis. Thoma, H. y Kachele, H. (1989: 504 y 505)

Visto así puede decirse que el psicoanálisis operativo ha sido segregado y sus aportaciones se han mantenido en un nivel diferente (¿o inferior?) de las obtenidas en contextos clínicos. Sin embargo es necesario colocar al psicoanálisis operativo en el mismo escalón que el psicoanálisis clínico. Otro problema que se presenta entre la disyuntiva psicoanálisis clínico – psicoanálisis operativo es la cuestión de la cantidad de individuos ya que en la clínica se aplican los estudios de caso, mientras que en lo operativo las investigaciones son de índole grupal (psicosociales).

Sin embargo Erich Fromm (1984: 10 - 14) afirma lo siguiente acerca de la homologación de los métodos clínico y psicosocial:
La superación de la oposición teórica existente entre la psicología individual y psicología social lograda por el psicoanálisis fundamenta la afirmación de que el método de una investigación sociopsicológica puede ser esencialmente igual al método que aplica el psicoanálisis en la investigación de la psique individual. […] Lo que interesa al psicoanálisis es la experiencia; la investigación de su influencia sobre el desarrollo emocional es su principal finalidad. […] El método del psicoanálisis individual es por lo tanto un método ‘histórico’: la comprensión del desarrollo emocional sobre la base del conocimiento de la historia de la vida del individuo. […] Si bien el método de la psicología social no es básicamente diferente de aquel de la psicología individual, hay empero una diferencia que es menester señalar: En tanto que la investigación psicoanalítica se interesa principalmente en individuos neuróticos, la investigación sociopsicológica trabaja con grupos de gente normal. […] De allí que esta psicología pueda pasar por alto hasta el conocimiento de las experiencias infantiles individuales de los diversos miembros del grupo sometido a la investigación; a partir del conocimiento de las pautas de vida socialmente condicionadas en que estas personas estuvieron situadas luego de los primeros años infantiles, puede arribar a una comprensión de las actitudes psíquicas comunes a ellas. La psicología social se propone investigar la forma en que ciertas actitudes psíquicas comunes a los miembros de un grupo se hallan relacionadas con sus experiencias vitales comunes[4].

Paralelamente a estas puntualizaciones Frommianas acerca del papel de las actitudes psíquicas comunes como relacionadas con experiencias vitales compartidas, se puede argumentar que una investigación de psicoanálisis operativo acerca de la Fe deberá tomar en cuenta la cuestión de la intersubjetividad, sobre todo porque a partir de esta puede comprenderse que no hay posibilidad de una investigación completamente objetiva ni de una contaminación totalmente subjetiva.
El factor intersubjetivo es entonces una cualidad fundamental de la actividad cognoscitiva, tanto por lo que se refiere al diálogo con el objeto (sobre todo si es otro ser humano, como en el caso del psicoanálisis), como por lo que está relacionado con las demás personas que puedan y quieran hablar sobre el objeto. […] El conocimiento psicoanalítico nace entonces en el contexto de una psicología intersubjetiva de dos personas y es ahí fundamentalmente donde se tiene que avalar y confirmar. Villanueva, C. (2005: 28, 35).

Derivado de ambas posturas puede concluirse que una investigación cuyo eje gire en torno al estudio del Culto Cristiano por medio del psicoanálisis es una posibilidad completamente viable en términos metodológicos, sobre todo porque la única forma de acceder a la actitud religiosa proviene del discurso sobre la propia experiencia en el acto comunicativo con el objeto de Culto, y dicha experiencia estará dada en términos afectivos porque la dulía (adoración) al Santo involucrará una forma de vínculo ante él[5]; vínculo que puede ser analizado desde las tres aristas del discurso analítico planteadas por Julia Kristeva (1987: 17 y 18) y que –aunque implicados en una investigación no clínica– se encuentran en total concordancia con las investigaciones del psicoanálisis operativo en su modalidad psicosocial:
La palabra analítica opera con signos que comprenden por lo menos tres tipos de representaciones: representaciones de palabras (análogas al significante de la lingüística), representaciones de cosas (análogas al significado de la lingüística) y representaciones de afectos (inscripciones psíquicas móviles, sometidas a las operaciones de “desplazamiento” y “condensación” del proceso primario, y que denominé “semióticas” por oposición a las representaciones “simbólicas” propias o consecutivas del sistema de la lengua). Decir que la significación es una significancia que comprende estos tres tipos de representaciones […] Se trata de abrir, en y más allá de la escena de las representaciones lingüísticas, modalidades de inscripción psíquica que son previas o que trascienden el lenguaje, y de está manera, reencontrar el sentido etimológico del griego semeion —huella, marca, particularidad.

Por lo tanto, y derivado de todo lo dicho anteriormente, esta investigación será denominada “Afectividad y Fe. El Santo como Objeto de Dulía”; su objetivo principal será “Identificar, por medio de una investigación cualitativa, los mecanismos psíquicos que intervienen en la elección de un Santo para conformar una dulía, con la finalidad de explicar su carácter protector para ese individuo o familia en particular” y las técnicas de recolección de datos serán:
         Entrevistas a los fieles para conocer su historia personal y su historia de vinculación con dicho Santo (dulía).
         Análisis del discurso de las oraciones[6] con licencia eclesiástica[7] que tiene dicho Santo.
         Revisión de la hagiografía[8] e iconografía[9] de dicho Santo.
El primer punto permitirá conocer el imaginario que las personas tienen acerca del Santo a través de la asociación libre, mientras que los otros dos involucrarán el "discurso oficial" del Vaticano acerca de dicho personaje y serán analizadas mediante la hermenéutica.

Partiendo de ello el capítulo teórico de la tesis contendrá los siguientes tópicos y subtópicos:
  1. Teoría de la afectividad en el psicoanálisis.
1.1.  Deseo.
1.2.  Afectividad.
1.3.  Identificación.
  1. Doctrina católica de la Fe y la Comunión de los Santos.
2.1.  La Fe.
2.2.  La Comunión de los Santos.
2.3.  Culto y dulía.
  1. Psicoanálisis del acto de adoración religioso.
3.1.  Lo familiar e infantil como sustrato de lo religioso.
3.2.  La experiencia de la creencia y su manifestación en el culto.
3.3.  La imagen del Santo y la identificación con su carácter protector.
3.4.  El sacrificio y la penitencia como modalidad del sentimiento de culpa.

Debido a la gran cantidad de Vírgenes, Ángeles y Santos aún me encuentro en proceso de seleccionar uno en particular para hacerlo el eje central de la tesis y comenzar la investigación a profundidad sobre él. La elección radicará en la popularidad de dicho Santo, la extensión de su Dulía (milagros o peticiones que se le adjudican), las fiestas patronales en su advocación y la cantidad de información e iconografía disponible sobre su vida y obra.

Por otro lado sería conveniente que el Santo elegido tuviera una parroquia erigida en su honor para de ese modo facilitar la localización de sus fieles y garantizar un espectro poblacional amplio para la realización de las entrevistas.

Por último solo me queda mencionar que esta investigación es completamente legítima desde el punto de vista metodológico y aunque pudiera parecer polémica desde el punto de vista teórico se debe recordar que los aspectos místicos y religiosos fueron abordados anteriormente por: Sigmund Freud (Moisés y la Religión Monoteísta; el Porvenir de una Ilusión, Tótem y Tabú), Thedor Reik (Psicología de la Peligión), Otto Rank (El Mito del Nacimiento del Héroe), Carl Gustav Jung (Psicología y Religión), Joseph Campbell (El Héroe de las Mil Caras. Psicoanálisis del Mito), Fraçoise Dolto (El Evangelio ante el Psicoanálisis), Carlos Domínguez Morano (Experiencia Cristiana y Psicoanálisis; Creer después de Freud; El Psicoanálisis Freudiano de la Religión), Erich Fromm (Psicoanálisis y Religión; El Dogma de Cristo; Y Sereís como Dioses), Julia Kristeva (Al Principio era el Amor. Escritos de Psicoanálisis y Fe), Luigi de Paoli (Psicoanálisis del Cristianismo), Ignace Lepp (La Nueva Tierra), Carlos Biro y José Cueli (Los 10 mandamientos y el Psicoanáisis). Por lo tanto esta investigación cuenta con un gran sustento bibliográfico pero no por ello es poco novedosa ya que su originalidad radica en que no se elige a Dios como centro del estudio sino a un Santo y su carácter protector vinculado a una persona o familia en particular.


Referencias bibliohemerográficas.

Domínguez Morano, C. (2009). Teología y Psicoanálisis. En Revista Iberoamericana de Teología. Vol. V(9). México: Universidad Iberoamericana.
AciPrensa. (2010). Enciclopedia Católica On Line. AciPrensa. Fecha de modificación 8 de octubre de 2010. Revisado el 26 de marzo de 2013. Disponible en: http://ec.aciprensa.com/wiki/Culto_cristiano
---------. (2012a). Enciclopedia Católica On Line. AciPrensa. Fecha de modificación 3 de mayo 2012. Revisado el 26 de marzo de 2013. Disponible en: http://ec.aciprensa.com/wiki/Fe
---------. (2012b). Enciclopedia Católica On Line. AciPrensa. Fecha de modificación 16 de junio de 2012. Revisado el 26 de marzo de 2013. Disponible en: http://ec.aciprensa.com/wiki/Dulía  
---------. (2012c). Enciclopedia Católica On Line. AciPrensa. Fecha de modificación 9 de marzo de 2012. Revisado el 28 de marzo de 2013. Disponible en: http://ec.aciprensa.com/wiki/Oración   
Congregación para la Doctrina de la Fe. (1992). Instrucción sobre algunos aspectos relativos al uso de los instrumentos de comunicación social en la promoción de la Doctrina de la Fe. Fecha de publicación 30 de marzo de 1992. Revisado el 28 de marzo de 2013. Disponible en: http://multimedios.org/docs/d001049/
Fromm, E. (1984). Dogma de Cristo, El. México: Paidós.
Kristeva, J. (1987). Al Comienzo Era el Amor. Psicoanálisis y Fe. Buenos Aires: Gedisa.
Sanfuentes Echeverria, O. (2010). Iglesia Católica y sus Imágenes de Devoción, La. En Conserva. No.15.
Sin Autor (Sin año). Etimología de la Lengua Española. Definiciones sobre el Origen del Léxico Castellano o Español. Fecha de Consulta: 17 de marzo de 2013 Disponible en:  http://etimologia.wordpress.com/2007/02/19/religion/
Thoma, H. y Kachele, H. (1989). Teoría y Práctica del Psicoanálisis. 1 Fundamentos. Barcelona: Herder. Edición Virtual.
Villanueva, C. (2005). Fundamentos del Concepto de Intersubjetividad en la Teoría Psicoanalítica. Tesis de Maestría UIC.
Ziziemsky, D. (ed.). (1977). Métodos de Investigación en Psicología y Psicopatología. Buenos Aires: Nueva Visión.



[1] Dulía es “Término teológico que designa el honor tributado a los santos,”. AciPrensa (2012b: párrafo 1).
[2] Entendida esta como Creer y Confiar. “La fe puede ser considerada objetiva o subjetivamente. Objetivamente, representa la suma de verdades reveladas por Dios en la Escritura y la tradición, y que la Iglesia nos presenta (ver regla de fe) de forma breve en sus credos. Subjetivamente, la fe representa el hábito o virtud por el cual obtemperamos a esas verdades.” AciPrensa (2012a: párrafo 3).
[3] Entendida esta como: “En su sentido más general es un homenaje que se rinde a una persona o cosa. En este sentido podemos hablar de culto al héroe, culto al emperador, a los demonios, a los ángeles, incluso a las reliquias, y en especial a la Cruz. Este artículo se ocupará del culto cristiano de acuerdo con la siguiente definición: homenaje que se rinde a Dios, a Jesucristo, a sus santos, a los seres o incluso a los objetos que tienen una relación especial con Dios.
Hay varios grados de este culto:
·         Latría: si se dirige directamente a Dios, es superior, absoluto, el culto supremo, o culto de adoración, o, de acuerdo con el término teológico consagrado, un culto de latria (latría). Este culto soberano se debe solamente a Dios; si se dirigiese a una criatura se convertiría en idolatría.
·         Dulía: Cuando el culto se dirige a Dios sólo indirectamente, es decir, cuando su objeto es la veneración de los mártires, de los ángeles o los santos, es un culto subordinado dependiente del primero y relativo, en la medida en que se honra a las criaturas de Dios por sus relaciones particulares con Él. Los teólogos lo designan como culto de dulía, un término que denota servidumbre, y que, cuando se usa para denotar nuestro culto a los siervos distinguidos de Dios, implica que su servicio a Él es su título a nuestra veneración (cf. Chollet, loc. cit., col. 2407, y Bouquillon, Tractatus de virtute religionis, I, Brujas, 1880, 22 ss).
·         Hiperdulía: Como la Santísima Virgen tiene un rango supereminente y absolutamente independiente entre los santos, el culto que se le rinde se llama hyperdulia (para el significado e historia de estos términos vea Suicer, Thesaurus ecclesiasticus, 1728).” AciPrensa (2010: Párrafo 1 a 4).
[4] Las cursivas son mías.
[5]En lo que respecta a los santos, la dulía incluye veneración e invocación; siendo la primera el honor rendido directamente a ellos y la segunda teniendo en mente primeramente la ventaja del peticionario” AciPrensa (2012b: Párrafo 1).
[6] Un acto de la virtud de religión que consiste en pedir ciertos dones o gracias de Dios. En un sentido más general, se trata de la aplicación de la mente a las cosas divinas, no simplemente para adquirir conocimientos respecto a ellas, sino para utilizar ese conocimiento como medio de unión con Dios. Esto puede llevarse a cabo a través de la alabanza o de la acción de gracias, pero definitivamente la petición constituye el acto principal de la oración.
Las palabras que usa la Escritura para referirse a ella son: invocar (Gn 4, 26), interceder (Job 22, 10); mediar (Is 53, 10), consultar (I Re 28, 6); suplicar (Ex 32, 11) y, con mucha frecuencia, clamar. Los Padres hablan de ella como “la elevación del alma a Dios”, con miras a pedirle cosas apropiadas (San Juan Damasceno, “De fide”, III, 24, in P.G. XCIV, 1090). También la ven como comunicación y conversación con Dios (San Gregorio de Niza, “De oratione dominica”, en P.G. XLIV, 1125) o como diálogo con Dios (San Juan Crisóstomo, “Homilia XXX in Gen.”, n. 5, en P.G. LIII, 280). Es, pues, la manifestación a Dios de nuestros deseos, ya sea respecto a nosotros mismos o a otros. Tal manifestación, es claro, no pretende enseñarle algo a Dios, ni darle indicaciones sobre lo que debe hacer. Sólo quiere apelar a su bondad respecto a las cosas que nos son necesarias. La necesidad, por otro lado, de esa apelación no nace de que Dios ignore nuestros sentimientos o necesidades, sino de que nosotros debemos dar forma a nuestros deseos, concentrar la totalidad de nuestra atención en lo que queremos pedirle, ayudarnos a apreciar nuestra cercana relación con Él. No hace falta que la expresión sea externa o vocal; basta la interna y mental.
Por la oración nosotros reconocemos el poder y la bondad de Dios, a la vez que nuestra precariedad y dependencia. Por eso es que la oración es un acto de la virtud de religión que implica la mayor reverencia a Dios y que nos acostumbra a volver el rostro hacia Él en toda circunstancia.  AciPrensa (2012c: párrafo 1, 2 y 3).
[7] La aprobación o licencia eclesiástica presupone el dictamen del censor o censores –si se considera oportuno que haya más de uno (cf. c. 830)–, garantiza que lo escrito no contiene nada contrario al Magisterio auténtico de la Iglesia sobre fe y costumbres y atestigua que han sido observadas todas las prescripciones de la ley canónica en la materia. Por consiguiente, es oportuno que la misma concesión haga referencia explícita al canon correspondiente. Congregación para la Doctrina de la Fe (1992: II–7–2).
[8] Historia y biografía de los Santos.
[9] Las imágenes constituyen un lenguaje simbólico para hacer visible aquello que no lo es y poseen, al mismo tiempo, la cualidad de llegar al alma de los individuos. He aquí dos cualidades fundamentales de las imágenes visuales: el de representar (volver a presentar) y el de conmover, ¿cómo, sino, expresar sentimientos como el amor, sino es a través de gestos sensoriales como el tacto de una mano y la luz de una mirada cariñosa? Es el caso en que realidades internas pueden cobrar formas visibles a través de signos y símbolos. El signo representa, en la medida que vuelve a presentar una cosa que ya no está presente. El símbolo, en cambio, remite a algo más profundo porque rememora. Incluye sentimientos involucrados en la memoria. Esta última es sensorial, es vida. […]Las formas de representarlos son las que varían culturalmente, tanto en el tiempo como en el espacio. Las características iconográficas que acompañan estas representaciones no son inherentes a los personajes descritos sino que responden a la forma en que los artistas imaginaron y al significado que ellos atribuyeron a esos elementos. Dependen también de las fuentes de inspiración: algunas imágenes surgen de las narraciones contenidas en las Escrituras, otras de los llamados Evangelios Apócrifos, otras de las vidas de santos. En definitiva, las imágenes religiosas no conllevan una interpretación unívoca. Al contrario, para poder entender las imágenes religiosas es indispensable realizar ejercicios iconográficos y culturales. […] El fiel debe sentir el fuego abrasador de las llamas del infierno cuando está frente a una pintura del pecado y debe sentir toda la ternura maternal de una Virgen que lleva en brazos a su Hijo. Sanfuentes Echeverria, O. (2010: 20, 21 y 24)