viernes, 29 de noviembre de 2013

Afectividad y Religiosidad. Aproximación Psicoanalítica a la Creencia.

Mtro. Rodolfo Zermeño Torres.




La creencia, en todas sus formas, es un elemento ligado perpetuamente a lo humano. A diferencia de los animales no existen en los seres humanos instintos preestablecidos que rijan completamente sus devenires, de ahí que siempre haga falta algún componente dador de sentido. El mito y la ciencia son los dos polos evolutivos de la creencia, y es por eso que el psicoanálisis no pude dar la espalda a esas producciones colmadas de significaciones para las personas; pero al mismo tiempo tampoco puede permitir que estas sean colocadas en polos separados y aislados ya que son un continuo de la misma finalidad; uno y otro se nutren mutuamente, se complementan. Bruno Bettelheim (2006: 72 y 73) lo demuestra cuando dice:
“Cuando mas segura se siente una persona en el mundo, tanto menos necesitará apoyarse en proyecciones ‘infantiles’ –explicaciones míticas o soluciones de cuentos de hadas para los eternos problemas vitales– y más podrá buscar explicaciones racionales. Cuanto más seguro de sí mismo se siente un hombre, tanto menos le cuesta aceptar una explicación que afirme que su mundo tiene muy poca importancia en el cosmos. […] Por otra parte, cuanto mas inseguro se siente uno de sí mismo y de su lugar en el mundo inmediato, tanto mas se retrotrae, a causa del temor, o se dirige hacia el exterior para conquistar el espacio. Es exactamente lo contrario de explorar sin una seguridad que libere nuestra curiosidad”

2.1 La naturaleza espiritual y religiosa del hombre.
La idea de un ser superior, de una ayuda divina o de un orden universal cognoscible permitirá que las personas se mantengan activas frente a las adversidades de la vida, les dará fuerza y sentido para seguir, de ahí que el hombre tenga la necesidad de creer[1]. “Es preciso creer. […] lo religioso es el sentido que se le quiere dar a la falla del saber”. Jacques Alain Miller en Chorne, D. y Goldenberg, M. Comps. (2006: 48 y 49). Porque es a partir de la creencia que se estimula la fantasía y después el pensamiento.
“Ferenczi sostiene que la identificación, precursora del simbolismo, surge de las tentativas del niño por reencontrar en todos los objetos sus propios órganos y las funciones de éstos. Según Jones, el principio del placer hace posible la ecuación entre dos cosas completamente diferentes por una semejanza de placer o interés. Hace algunos años, escribí un artículo basado en estos conceptos, en el que llegué a la conclusión de que el simbolismo es el fundamento de toda sublimación y de todo talento, ya que es a través de la ecuación simbólica que cosas, actividades e intereses se convierten en tema de fantasías libidinales. Puedo ampliar ahora lo expresado entonces (1923) y afirmar que, junto al interés libidinal, es la angustia que surge en la fase descrita la que pone en marcha el mecanismo de identificación”. Klein, M. (1930: 2 y 3).

Planteado así fantasía y creencia van de la mano. Carlos Domínguez Morano (1998: 100) argumenta que “Todo tipo de fantasía es posible para el que ora”, pero a esto podría esgrimirse que aunque no se ore también existe la posibilidad de fantasear, y aún así de fantasear con el cumplimiento completo del deseo. Pero ¿Por qué tampoco la fantasía se culmina? ¿Por qué se permanece perennemente en la misma trabazón? ¿Qué poder coarta el cumplimiento alucinatorio del deseo? Sigmund Freud en la 22ª conferencia respondió a esto de la siguiente manera: “El conflicto es engendrado por la frustración; […] Para que la frustración exterior tenga efectos patógenos es preciso que se le sume la frustración interior. Frustración externa e interna se refieren, desde luego, a diversos caminos y objetos”. Es decir que el deseo se origina en el conflicto –empatado en lo interno y lo externo– y de este parten las fantasías y por ende las creencias.

Creer en una entidad superior a nosotros es delegar en ella un poco de nuestro narcisismo y omnipotencia para después reconocer que se puede influir sobre esta: “Por consiguiente, la transición de la magia a la religión se habría producido a través de una frase que podría expresarse en la fórmula ‘Se hará mi voluntad, con tu ayuda’”. Reik, T. (1967: 117)

Pero también es ceder a la necesidad de darse explicaciones acerca de su reducido poder sobre el mundo y su desvalimiento ante los elementos: “El hombre primitivo ha combatido el miedo al ambiente con ayuda de su naciente intelecto. […] Ha intentado prevenirse contra el miedo frente a lo inexplicable esencial con la imaginación mítica  Diel, P. (1959: 33). Esta es justamente la evolución de la fantasía, desde la creencia esperanzadora hasta el pensamiento científico y explicativo, pero también da cuenta de la insuficiencia intelectual ante la angustia del desvalimiento frente a la vida: “Lo religioso hoy en día se sitúa más allá de los límites de lo que se puede demostrar. […] El triunfo de la religión explota el hecho de que la ciencia se ve obligada a confesar que el Otro de la ciencia no existe”. Jacques Alain Miller en Chorne, D. y Goldenberg, M. Comps. (2006: 49 y 50).

Tomando en cuenta lo anterior el hombre –para evitar caer en la angustia– se vio obligado a disociarse a si mismo y al mundo en una realidad externa y una realidad interna. La primera fue depositada en la ciencia y la segunda en la religión. La ciencia se ocupó de las regularidades del universo físico y eterno mientras que la religión propuso un intento de ilusión acerca de lo profundo y personal, tratando de infundir a los seres humanos el mismo carácter trascendental e inmortal; o sea que simultáneamente la religión promovió la creación de un Dios omnipotente ajeno a cada persona pero también concibió a cada ser humano como un Dios para si mismo. Esta vicisitud no fue inmediata sino evolutiva y, en el caso de la religión católica, está significada por la división entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
“El Cristianismo nace siguiendo la huellas de un hombre, Jesús de Nazareth, que ha adquirido un puesto de relieve en la conciencia universal por haber sacado a Dios del Templo y de la casta sacerdotal y haberlo trasplantado en el corazón de la humanidad”. De Paoli, L. (2010:  108).

Por haberse dividido así los dominios de la ciencia y la religión los grandes sistemas de la psicología dejaron de lado el hecho religioso y la experiencia espiritual. Sin embargo el psicoanálisis evitó quedar al margen de él (S. Freud, O. Pfister, T. Reik, E. Fromm, V. Frankl, F. Dolto, P. Diel. J. Lacan…). El psicoanálisis coloca a la religión en la encrucijada entre la vivencia inconsciente, el hecho cultural y el efecto del discurso por medio del cual dan y se dan cuenta de él. Colocado al nivel de otras manifestaciones discursivas podría decirse que
“El psicoanálisis no sabe si Dios existe o no, sino tan sólo interroga, a quien afirma o niega su existencia, sobre el significado oculto que esa afirmación o negación posee en su dinámica personal. Todavía expresado de otro modo: el psicoanálisis no ‘sabe’ lo que acaece en la experiencia de fe o de increencia. Tan sólo se aventura a interpretar la intervención que en esa experiencia pueden tener las estrategias del deseo inconsciente. Esa fe siempre comportará elementos de la propia historia que permanecerán ocultos por siempre a la propia mirada consciente de quien la profesa. […] El psicoanálisis, en realidad, no sabe más que de la cuestión del inconsciente, que es la que delimita y configura su campo de saber. […] los mecanismos inconscientes de fondo pueden, paradójicamente, ser idénticos en un caso u otro. Nada escapa a esta grave cuestión psicoanalítica, porque nada humano escapa a la cuestión del inconsciente, que es, repito, la única que el psicoanálisis nos plantea”. Domínguez Morano, C. (2006: 10 y 17)

Esta clase de aproximación psicoanalítica de la religión es permitida ya que ambos se colocan dentro del dominio de lo interno, no es que sean equiparables ni homologables, sino que ambos autorizan la presencia de la subjetividad y creen en ella como fundamento del desarrollo personal.
“Psicoanálisis y religión se sostendrían tan solo en la creencia, en el hecho de que tanto la una como el otro caen fuera del campo de la ciencia propiamente dicho. Esto supone, en efecto, que la diferencia entre creer y saber se encuentra establecida en los espíritus”. ”. Jacques Alain Miller en Chorne, D. y Goldenberg, M. Comps. (2006: 48 y 49).

2.2 Religión y divinidad.
En la más tierna infancia aparecen los primeros cuidados por parte de los progenitores, ante la ausencia o insuficiencia de estos surgen fantasías de desprotección que llevan aparejadas un temor al medio ambiente. El niño se siente desvalido y a merced de todo aquello que no reconoce como familiar, al contrario, se siente seguro en las situaciones conocidas o bajo el amparo de sus cuidadores. Para él ser amado es ser protegido.

Su sensación de protección se basa en la creencia de la omnipotencia de los padres. Conforme va creciendo y desarrollándose descubre debilidades en sus cuidadores, esto le hace dejar de idealizarlos y poco a poco los percibe de manera más realista; sin embargo esto, aunque sea un signo de madurez, va en detrimento de su sensación de seguridad lo que provoca en él la necesidad de buscar otras figuras de resguardo.

Los padres, a su vez, van reconociendo sus propias carencias y los efectos producidos por la falta de confianza del niño en ellos. Esto promueve que también los padres busquen figuras que los reemplacen como guardianes y provoquen en el infante la necesidad de refrenarse y obedecer, aunque sean basados en el temor.

La idea de entidades sobrenaturales –entre ellas Dios, el demonio y los santos– es la opción que permite solventar ambas necesidades (tanto infantiles como parentales). “Los temores irreales requieren esperanzas irreales” Bettelheim, B. (2006: 184).

Podría decirse entonces que el sentimiento religioso tiene sus bases en la vida infantil.
“La Religión tiene su origen en el Eros, principio de felicidad y de Unión. […] En la alegría y la confianza, nace la experiencia de la bondad del universo y, en este sentido, se ha podido hablar de una religiosidad natural del niño”. Vergote, A. (1969: 191)

Desde este punto de vista la religión es maternal porque “Es preciso que el hombre haya gozado de la experiencia de la seguridad, de la dicha y de la integridad originarias” Vergote, A. (1969: 216) pero al mismo tiempo es paternal debido a que
“el padre despierta en el hombre la representación de Dios […] Se intuye a Dios a través del padre real, pero también se lo intuye a través de la imagen del padre en él en virtud del complejo de Edipo. […] La paternidad de Dios debe, por lo tanto, tener un polo correspondiente, la relación dialéctica con la figura maternal”. Vergote, A. (1969: 231 y 255)  
La imagen divina se revelaría entonces como la síntesis compleja de ambas figuras parentales.

Este modo de pensamiento infantil es también propio de las sociedades primitivas. Al analizar la evolución de las creencias puede notarse entonces la existencia de estadios intermedios entre la magia y la religión.
“La magia supone una actitud de compulsión y coerción; la religión una actitud de dependencia y humildad. […] La primera actitud está expresada en las palabras ‘se hará mi voluntad’; la segunda en la frase ‘se hará tu voluntad’. […] “En la magia el hombre es dueño de su destino; en la religión se ha subordinado a Dios y le confía su destino”. Reik, T. (1967: 115 y 116).

A partir de lo anterior podría suponerse que cualquier modalidad de la creencia equivaldría a una neurosis, sin embargo esto dista mucho de ser cierto. Creer es una propiedad del psiquismo de los seres humanos: se cree porque se espera, y se espera porque se anhela la llegada de un objeto satisfactor que ya se tuvo antes (primer vivencia de satisfacción). La creencia dentro de la religión está fundamentada en la necesidad de sentirnos salvados.

Pero esto implica que la salvación vendrá por parte de otro, sensación que ya había vivido antes: “Se necesita creer, durante algún tiempo, en la magia para compensar la privación a la que, prematuramente, ha estado expuesta una persona en su infancia debido a la violencia de la realidad que lo ha constreñido”. Bettelheim, B. (2006: 71)

Sin embargo para Freud, a lo largo de sus textos dedicados a lo religioso, la noción de Dios es la idea de un padre todopoderoso y, la religión, sería un simple consuelo ante las amenazas del medio ambiente; consuelo que únicamente lograría mantener una fijación infantil en los seres humanos esperanzados en un mejor lugar después de la muerte, paliativo para lograr sobrellevar las vicisitudes de la vida terrenal. En resumen:
“1) Dios es invención del hombre, lo cual refiere a la proyección que en éste se hace de las representaciones inconscientes del Padre omnipotente de la infancia. 2) El origen de la actitud religiosa se remonta a la vivencia del desamparo del niño, de aquí nace la función del consuelo y protección de la religión, que es deseo e ilusión. 3) La imagen de dios emerge exclusivamente de la relación del niño con su padre, ésta es la heredera del conflicto edípico, con sus consecuentes renuncias instintivas”. Seminario Mayor. Diócesis de San Juan de los Lagos (sin fecha: párrafo 1).

El problema de esta lectura freudiana radica en dos elementos: 1) Establece que la devoción religiosa es causada por un sentimiento colectivo de culpabilidad generado en la matanza del padre originario y que, por lo tanto, promueve una necesidad de castigo, represión y renuncia a los deseos; y 2) Está basada en la concepción de un Dios vengador y autoritario propio del Antiguo Testamento.

Contrario a dicha concepción Oskar Pfister postula, en su correspondencia con Freud (1966), que la religión no pude equipararse a una compulsión obsesiva por la simple presencia de los ritos apaciguadores y carentes de sentido, sino que la religión vista como neurosis no es la esencia de la religión sino un estadio previo de esta; en cambio en las religiones mas desarrolladas (cristianismo, budismo…) lo que se busca es la liberación de las coerciones y se critica la aceptación pasiva de cualquier principio o condición, eliminando así su carácter obsesivo.

Françoise Dolto (1978), siguiendo ese camino, plantea la idea de un Dios de características menos calamitosas y más cercano al Nuevo Testamento. En lugar de tomar a Dios-Padre como eje de sus disertaciones toma a Dios-Hijo y sobre él elabora una lectura diferente –menos neurótica– de de su relación con los hombres. Para ella Jesús enseña el deseo e impulsa a él, no de manera directa sino sublimada; incluso va mas allá al agregar que el mensaje Cristiano está en total concordancia con los descubrimientos freudianos acerca del inconsciente.

En esta misma línea se ubica Carlos Domínguez Morano (2006: 204) quien afirma que “la experiencia religiosa difícilmente puede surgir donde no se han dado, como condición previa, experiencias fundantes de amor, de protección, de contacto y comunicación que nos hacen sentirnos previamente deseados, amados y protegidos por otros”. A este respecto el Nuevo Testamento es fiel representante: “Nosotros nos amamos porque Dios nos amó primero” 1ª carta de Juan 4:19 (La Biblia con Deuterocanónicos. Versión Popular); y “Pidan y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta y se les abrirá. Porque el que pide recibe, y el que busca encuentra; y al que llama a la puerta se le abre” Mateo 7: 7-8 (La Biblia con Deuterocanónicos. Versión Popular).

En conjunto con lo anterior se debe destacar que la religión posee dos aristas, una individual y otra cultural. La primera ha sido explicitada ya en los párrafos anteriores y se encuentra vinculada evidentemente con la experiencia íntima e infantil de cada persona en cuanto a la sensación de ser amados y protegidos. La segunda tiene que ver con el alejamiento de esa experiencia particular, con el descentramiento del sentido propio y la caída en el ceremonial impersonal e impuesto. Aquí radica la esencia de la religión como neurotizante y que se refiere es solo aquel aspecto de esta que promueve la alienación del individuo ya sea convirtiéndose en ideología o superstición. En el primer caso es utilizada por los grupos de poder para evitar la libertad del individuo basándose en un juicio de autoridad que permite solo creer en lo que ellos dicen.
“Las palabras y los conceptos que se refieren a fenómenos vinculados con la experiencia psíquica y mental se desarrollan y crecen –o se deterioran– con la persona cuya a experiencia se refieren. Cambian a medida que ella cambia. Tienen una vida, como ella tiene una vida. […] Si el concepto resulta alienado – es decir, separado de la experiencia a la que se refiere – pierde su realidad y se transforma en un artefacto de la mente del hombre. […] La idea que expresaba una experiencia se ha transformado en una ideología, que usurpa el lugar de la realidad subyacente que está en el interior del ser humano viviente. […] Además este proceso es ayudado por el hecho de que, apenas el sistema de pensamiento se convierte en el núcleo de una organización, surge una burocracia que, con el fin de retener el poder y el control,  procura hacer resaltar mas las diferencias que lo que se comparte”. Fromm, E. (1967: 22, 23, 26).

Confirmando lo anterior Jacques Alain Miller en Chorne, D. y Goldenberg, M. Comps. (2006: 46) agregará que “No todas las religiones se valen de la verdad […] sino de la ley, es decir, de lo que ha sido ordenado, de modo que se basa en la obediencia”.

En el otro caso, la superstición, la vía de coacción es el temor y la disolución del sentido de unidad promovido por una creencia estable y coherente.
“El error fundamental de la religión, por el cual se transforma en superstición, es el de no acentuar la significación profunda del símbolo supremo. Dios-Espiritu-Personal es verídico concebido como simbolismo, como imagen comparativa. […] Dicho de otro modo: el sentido del símbolo ‘Dios-Espíritu’ es la confianza en una regularidad legal del mundo y de la vida” Diel, P. (1959: 39)

Ambos extremos apuntan a la borradura de la experiencia individual en cuanto a lo religioso, la ideología porque impone la experiencia y la superstición porque la destruye al evitar las regularidades de la misma.





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[1] Nótese que se utiliza la palabra “necesidad” y no “deseo” de creer. El hombre necesita creer, pero lo que desea es un objeto en el cual colocar esa creencia.