Conferencia dictada en el marco de la "Semana de Clínica y Psicopatología" de la Universidad Tangamanga.
San Luis Potosí, S.L.P., Mex. 30 de noviembre de 2012.
“Cuando ya no quede
sitio en el infierno, los muertos caminarán por la tierra”
George A. Romero. Dawn of the Dead.
“Es más fácil
imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”
Fredric Jameson.
Resumen.
•
El fenómeno de los muertos vivientes ha cobrado relevancia en la
actualidad, luego de un periodo de disminución en la cantidad de películas
producidas (los años 90’s) su interés y entusiasmo se ha visto revivido a
partir del siglo XXI (sobre todo en las películas de zombies en total
concordancia con las características propias de sus personajes). Cabe destacar
que desde una perspectiva histórica es el vampiro el monstruo originario,
siendo el zombie una derivación de este, pero que en ambos casos es el muerto
que regresa; pero no cualquier muerto, y no cualquier regreso. Vuelve el que
alguna vez fue amado y su regreso es una forma de negar su muerte, por lo tanto
no es él quien vuelve a la vida, sino sus deudos y familiares los que no le
permiten partir y ausentarse, es decir, morise: morir e irse.
•
Para el psicoanálisis es imposible ignorar los fenómenos de masas, y los muertos
vivientes se prestan tanto al análisis social como al psicoanálisis. Como
metáfora representan al sujeto despojado de su ser y de su tener (no es un ser
vivo y tampoco posee voluntad). Desde el punto de vista de la sociología
interesa que en la posmodernidad y transmodernidad el sujeto deja de importar
en cuanto a sus creencias, y pasa a ocupar un lugar solo como sujeto de
consumo.
•
Y desde el punto de vista de la psicopatología, tema central de estos
coloquios, el vampiro y el zombie implican un adormecimiento que se provoca dentro
de la transferencia: el letargo, que es la actuación de la presencia de un
muerto (presencia que anuncia una ausencia), que invade tanto al paciente como
al psicoanalista. Se podría decir entonces que el letargo en consulta equivale
a una pesadilla vivenciada en transferencia; completamente opuesto al
aburrimiento del que habló Winnicott y al que consideraba un importante
indicador de perturbación mental.
Introducción.
¿Qué fascinación causa la muerte para
provocar que en ocasiones sea esperada, en otras negada y en otras ignorada
pero nunca resignada?
Hablar del muerto no es suficiente, porque
la muerte es solo uno de los extremos del muerto viviente, el otro es la vida
o, para decirlo con mayor precisión, la apariencia de vida y la apariencia de
muerte. La vida es presencia, movimiento, promesa de un fin; la muerte es
ausencia, quietud, es la llegada del fin. El muerto viviente por ende será
la presencia de la ausencia, el movimiento de la quietud y el anuncio del fin[1].
El fenómeno de los muertos vivientes nos
enfrenta a una dicotomía de la negación, nos coloca en la misma posición del
perverso que niega la diferencia anatómica de los sexos y constituye entidades
andróginas o bisexuadas para asegurarse de no caer en la angustia.
La existencia de los muertos vivientes,
igual que la de otros monstruos clásicos (hombres lobos y brujas), obedece al
tema del amor. Lo que constituye al muerto viviente no es que tenga la apariencia de
vitalidad, sino que regresa por amor. El muerto viviente es aquel al que no se le permite morirse (morir e irse)
ni amorirse (amor-irse), ya sea porque se le sigue amando o porque aún no se le
ha terminado de destruir por medio del amor[2].
Comentaba Freud en “Duelo y Melancolía”
que en la depresión la sombra del objeto cae sobre el yo. La ideación suicida,
y su culminación, sería el polo opuesto del muerto viviente. El deseo de seguir amando
hace revivir al muerto, la nostalgia de no recibir su amor conlleva al suicidio.
Es bien sabido por la cultura popular que la mordedura de un
vampiro o un zombie sella el destino del otro convirtiéndolo a su vez en uno de
ellos; transformación que
simbolizaría el deseo de unión permanente. ¿No se dice acaso en la promesa
matrimonial “Hasta que la muerte nos separe[3]”?
La vampirización o zombificación serían entonces la negación de esa posible
separación.
Orígenes del fenómeno de los muertos
vivientes.
El muerto viviente es un fenómeno
universal, así lo demuestran las formas de nombrarlos en diversos lugares del
tiempo y el mundo: dragur para los nórdicos, jiangshi para
los chinos, gul para los árabes, gangshi para los koreanos, kyonshi
para los japoneses y revenant para la Europa del este, cuyo mas afamado
exponente es el vampiro.
Robert
Gubern (2002) puntualiza que la idea del muerto viviente está encadenada a las
grandes pandemias que han azotado la historia de la raza humana. Principalmente
en la edad media la alta mortalidad y los paupérrimos conocimientos médicos
promovieron entierros masivos y prematuros, cuya característica principal era
la falta de comprobación de la muerte (catalepsia o coma) y la precipitación en
los entierros. Todo esto dio como resultado el escape de varios “muertos” de
sus tumbas con la consiguiente alarma y espanto entre sus familiares y
conocidos.
La esencia de los afectos prodigados a los muertos
descansa en una profunda ambivalencia; por un lado fueron muy
amados, pero también muy odiados y por ende muy temidos; incluso llega a
relacionarlos con los propios padres o cuidadores[4].
Freud (1997a: 64 y 65) citando a Rudolf Kleinpaul refiere lo siguiente:
Ha recurrido a los restos de la antigua creencia en las almas
entre los pueblos civilizados para figurar el vínculo entre los vivos y los
muertos. También a juicio de este autor, ella culmina en el convencimiento de
que los muertos atraen hacia sí a los vivos con un placer asesino. Los muertos
matan; el esqueleto que hoy usamos como figura de la muerte demuestra que la
muerte misma es alguien que mata. El vivo no se sentía seguro frente al asedio
del muerto hasta que no interponían entre ambos unas aguas separadoras. Por eso
se tendía a enterrar a los muertos en islas, se los llevaba a la otra orilla
del río; de ahí las expresiones «más acá» y «más allá». Un posterior
atemperamiento ha limitado la malignidad de los muertos a aquellas categorías a
las que no podía menos que atribuirse un particular derecho al rencor -como los
asesinados que persiguen a su asesino en forma de espíritus malignos- y los que
fallecieron en estado de no saciada añoranza -como las novias-. Pero originariamente, opina Kleinpaul, todos los muertos eran vampiros,
todos tenían rencor a los vivos y procuraban hacerles daño, arrebatarles la
vida. Fue el cadáver el que por primera vez proporcionó el concepto de espíritu
maligno.
Posteriormente
aclara que el miedo a los muertos tiende a
relacionarse con la proyección de la propia agresividad y los deseos de muerte,
aunque de manera consciente aparente temerse a su regreso vengativo[5].
Cuando una mujer pierde a su marido por fallecimiento, o una
hija a su madre, no es raro que el supérstite se vea aquejado por unos penosos
escrúpulos que llamamos «reproches obsesivos»: dudan sobre si ellos mismos no
son culpables, por imprevisión o negligencia, de la muerte de la persona amada.
[…] La indagación psicoanalítica de estos casos nos ha dado a conocer los
secretos resortes pulsionales de este padecimiento. […] No es que el doliente
fuera de hecho culpable o incurriera en el descuido que el reproche obsesivo
asevera; empero, dentro de él estaba presente algo, un deseo inconsciente para
él mismo, al que no le descontentaba la muerte y la habría producido de haber
estado en su poder el hacerlo. Ahora bien, tras la muerte de la persona amada
el reproche reacciona contra ese deseo inconsciente. Y esa hostilidad escondida en lo inconsciente tras un tierno amor
existe en casi todos los casos de ligazón intensa del sentimiento a determinada
persona; es el ejemplo clásico, el arquetipo de la ambivalencia de
las mociones de sentimiento de los seres humanos. Los individuos llevan en
mayor o menor grado esa ambivalencia en su disposición {constitucional}.
Normalmente no es tan grande como para originar los reproches obsesivos
descritos; pero cuando la disposición la ha proveído generosamente, se
manifestará en el vínculo con las personas más amadas, allí donde menos se lo
esperaría. Nosotros consideramos que la predisposición a la neurosis obsesiva,
enfermedad a que tanto venimos recurriendo con fines comparativos en la
cuestión del tabú, se singulariza por una medida particularmente elevada de esa
originaria ambivalencia de sentimientos. […]Ahora bien, esta hostilidad,
penosamente registrada en lo inconsciente como satisfacción por el caso de
muerte, tiene entre los primitivos un destino diferente; se defienden de ella
desplazándola sobre el objeto de la hostilidad, sobre el muerto. En la vida
anímica normal, así como en la patológica, llamamos proyección a este frecuente
proceso de defensa. El supérstite desconoce
{leugnen} que haya abrigado alguna vez mociones hostiles hacia el muerto amado;
pero el alma del difunto las alienta ahora, y se empeñará por llevarlas a la
práctica todo el tiempo que dure el duelo. […]. Para el pensar
inconciente, también el que murió de muerte natural fue asesinado; los deseos
malignos lo mataron. […]La hostilidad, de la
que uno nada sabe ni quiere saber, es arrojada {werlen} desde la percepción
interna hacía el mundo exterior; así se la desase de la persona propia y se la
emplaza {zuschieben} en la otra persona. No somos nosotros, los
supérstites, quienes nos alegramos ahora por habernos librado del difunto; no,
nosotros hacemos duelo por él, pero él asombrosamente se ha convertido en un
demonio maligno a quien satisfaría nuestra desgracia y busca infligirnos la
muerte; los supérstites no tienen más remedio, entonces, que protegerse de ese
enemigo maligno; se han aligerado de la opresión interna, pero no han hecho más
que trocarla por una apretura desde afuera. […]Las culpas en que han incurrido
los difuntos contienen por cierto una parte de la motivación para la hostilidad
de los supérstites, pero carecerían de efecto si estos últimos no desarrollaran
esa hostilidad por sí mismos; además, el momento de la muerte sería sin duda la
ocasión más inapropiada para despertar el recuerdo de los reproches que uno
tenía derecho a hacerles. Freud (1997a:
68)
En el caso del vampirismo ocurre que el vampiro es un
ser “nacido para la muerte”, en contraposición con el humano que es “nacido
para la vida”; pero en ambos hay una tendencia a la existencia más allá de la
nada. Mientras que el humano se perpetúa a través de sus hijos, el vampiro
también lo hace, pero mediante la evitación de la perpetuación de los otros, es
decir que los mata a la vida, pero los hace nacer a la no-muerte.
Este
mismo fenómeno puede ser explicado mediante la concepción de la muerte y el
doble. Si por un lado existen tres tipos de muerte: real, simbólica e
imaginaria; es en esta última en donde se juega el sentido del doble. Es la
imagen del espejo la que devuelve la falsa completud; pero el vampiro,
imposibilitado a ser reflejado o fotografiado, carece de esa sensación falsa de
completud. Carece así mismo de un ideal del yo y de un fantasma; él mismo es
ideal del yo, el mismo es fantasma, el mismo es total. Es por eso que en sus
ataques mina la voluntad de las personas; el
vampiro no se alimenta de cuerpos sino de identidades, las cuales hace
desaparecer para posteriormente homologarlas a él mismo, haciendo del otro un
cómplice a la manera de una extensión de su propio yo.
Esta
característica perversa de complicidad se completa además en el aspecto de la no
necesidad del coito. Si el perverso niega la
diferencia anatómica de los sexos el vampiro niega la muerte misma;
que en el fondo es la negación de la castración porque no requiere del otro
para reproducirse, su genitalidad está clausurada porque su perpetuación
depende de morder y drenar al otro (al no eyacular no se drena él, porque ese
es su gran temor). No requiere procrear sino
solo homogeneizar al otro; diríamos que su subjetividad no pasa por el Edipo
sino por la masa.
Mismo destino que los vampiros corren los zombies,
pero el origen mítico de estos es diferente, sin importar que sus consecuencias
sean las mismas. El zombie es producto de las religiones afrocaribeñas,
especialmente en Haití, pero su aparición obedece también a la historia de sus
mismos pobladores.
Con
la llegada de los españoles hubo una desaparición total de los pobladores de
las islas caribeñas (especialmente los Caribes en Haití), por lo que estos
fueron reemplazados por esclavos negros traídos desde África (todo bajo el
pretexto de que dichos individuos podrían adaptarse perfectamente al clima
dadas sus similitudes raciales). Con el advenimiento de estos llegó también su
religión y cultura que devino en el vudú actualmente conocido.
Dentro
de la tradición vudú haitiana existe una sociedad secreta llamada “Bókors” que
son una especie de jueces-hechiceros; si algún miembro de la tribu o población
incurre en delitos o atrocidades los Bókors son capaces de juzgarlo,
sentenciarlo y posteriormente castigarlo. El castigo mas alto que puede
determinar el tribunal es la conversión del individuo en un zombie. Esto es
llevado a cabo mediante una fórmula que incluye restos de plantas y veneno de
pez globo que deja al malhechor en estado de catalepsia haciendo parecer una
muerte. Luego del ritual de entierro el Bókor exhuma los restos y mediante otra
preparación lo hace “revivir” pero completamente carente de voluntad y juicio,
convirtiéndolo así en un muerto-viviente sometido a los designios de su amo. Es
decir que la función del zombie es ser un esclavo, incluso mas allá de la
muerte sigue obedeciendo al otro. La única forma en que un zombie puede liberarse
de su hechizo es si su Bókor fallece, razón por la cual los zombies pueden
llegar a “aliarse” para asesinarlo y librarse así de su destino.
El término “zombi” (en ocasiones: “zombie”) proviene del
criollo haitiano 'zonbi' y éste, según se cree, del kikongo –una lengua bantú
hablada en la zona del Congo y Angola– 'nzanbi' (“dios”) y en la religión vudú
hace referencia a un muerto resucitado por un 'bokor' o mago que lo controla,
pues el muerto, como tal, carece de voluntad. Los esclavos negros trajeron
consigo esta creencia a las colonias europeas en el Caribe. […]Según Davis, que
realizó una investigación de campo sobre el tema en 1982, los zombis eran en
realidad víctimas de un elaborado engaño: después de serles introducida
tetrodotoxina –una potente toxina extraída del pez globo potencialmente mortal,
pero que suministrada en pequeñas cantidades y mezclada con otras sustancias
que alteran la conciencia (como la datura)– que mantiene a la víctima en un
estado catatónico, el bokor puede manipular la voluntad del “zombi” a su
antojo, haciéndole creer que había muerto y resucitado. Para reforzar el
proceso se enterraba y desenterraba a la víctima. Este estado psicótico
inducido por las drogas sería reforzado, según Davis, por las creencias
religiosas y culturales del grupo, llevando a que el individuo reconstruya su
identidad como zombi, y, como tal, no le quede otro papel en la sociedad
haitiana salvo el que le conceda el bokor, quien explotaba a estos zombis,
huelga decirlo, como mano de obra de barata, sobre todo en las plantaciones de
caña de azúcar. Ferrero, A. y Rosas, S. (2011: 4 y 5)
Este
breve repaso de la zombificación tiene muchas similitudes con la historia
haitiana, en donde los esclavos africanos eran obligados a trabajar en las
diversas plantaciones de la isla bajo el yugo eterno de los amos blancos.
Posterior a una revolución –como en todas las guerras de independencia
latinoamericanas– los esclavos pudieron por fin ser libres y organizaron su
sociedad de acuerdo a sus tradiciones (de ahí que la figura del Bókor, aunque
clandestina, sea necesaria para la impartición de justicia). Esto implica
entonces que el sojuzgamiento siguió pero no por parte de la alteridad (ya no
eran los blancos quienes esclavizaban, sino los mismos negros). El clamor del
pueblo fue entonces un clamor de dominio, de necesidad se ser sometidos y al
mismo tiempo de necesidad de rebelarse.
Aunque
originalmente las películas de zombies trataban con la versión vudú de estos[6],
en la actualidad el zombie ha evolucionado a una especie de producto de la
catástrofe biológica[7]
Perspectiva sociológica del fenómeno de
los muertos vivientes.
Los muertos vivientes son
la metáfora perfecta del capitalismo, incluso sus dos protagonistas representan
ambos polos de la estructura socioeconómica. Los vampiros simbolizan a los
grandes capitalistas (elegantes, sofisticados, seductores y, por sobre todas
las cosas, exclusivos, cabe recordar que los vampiros son solitarios) mientras
que los zombies personifican al proletariado (de ropas andrajosas,
excesivamente hambrientos, primitivos y masivos, recordemos que su número se
incrementa exponencialmente, como los pobres). La clase media, cada vez más escasa, es el blanco
perfecto de ambos bandos, por un lado los vampiros buscan seducirlos bajo la
idea de convertirse en uno de ellos (movilidad de clases y aspiracionismo) y
por otro los zombies pretenden incorporarlos a su horda desorganizada pero
creciente. De lo anterior sobra decir que es mas fácil convertirse en zombie
que en vampiro).
Desde
el punto de vista de la evolución cinematográfica del sub-género se paso de un
terror espiritual y sobrenatural (vudú) a un terror biológico-tecnológico
(epidemias). Es decir que el
distanciamiento del zombie vudú original (producto del juicio, veredicto y
castigo del Bókor) al zombie biológico (consecuencia de una catástrofe
científico-tecnológica o de una infección químico-biológica masiva) obedece al
desplome de la idea de Dios o deidad superior, siendo esta reemplazada por la
omnipotencia de la ciencia, pero sometida a un castigo por haber intentado
equipararse a Dios.
En el fondo ambos fenómenos corresponden
al origen histórico social del Zombie haitiano: pobladores que luego de haber
sido esclavizados se rebelan contra su captor (el zombie vudú contra su amo y
el zombie biológico contra la sociedad de consumo).
El
temor que genera el zombie biológico por encima del zombie vudú es que no hace
falta la muerte para convertirse en uno de ellos; es más bien la infección la
que despoja de cualquier evidencia humana: voluntad, cognición, afectividad;
para convertirnos entonces en seres carentes de identidad y autonomía
(atributos yoicos por excelencia).
No cabe duda de que el zombi es un no-muerto en su sentido más
literal, pero no lo es en su sentido metafórico, pues al contrario que los
nomuertos tradicionales, como los vampiros o Frankenstein, no parece que el
zombi actual sea una forma de hablar sobre la muerte (el temor que nos provoca
o nuestro miedo a lo desconocido) o sobre el más allá ni parece que e monstruo
refleje ninguna experiencia o enseñanza sobre ella. Por esta razón en las
muestras más actuales del género el ser humano casi nunca ha de morir para
transformarse en zombi, sino que más bien ha de ser infectado por un tipo de
virus que, además de convertirlo en una especie de autómata agresivo y caníbal,
le permite seguir viviendo sin las constantes vitales normales. De esta forma,
mediante la figura del zombi hacemos desaparecer las cualidades que nos hacen
humanos (la inteligencia, la empatía, los sentimientos, etcétera), aunque no
todas. Permanecen las que mejor nos identifican hoy día: la alienación, el
carácter de masa anónima y esa especie de egoísmo exacerbado que nos empuja a
satisfacer nuestros apetitos de inmediato. Por esta razón, y al contrario de lo
que ocurre con otros monstruos semejantes, el zombi nohabla (casi nunca), no
tiene nada que decir porque no sabe nada. Y no sabe nada porque, generalizando,
el zombi es un ser humano que por culpa de alguna intoxicación o de un virus
deja de sentir y pensar. El zombi no es realmente un monstruo al uso, sino una
metáfora del ser humano corriente que ha sido infectado y manipulado. Y aunque
siempre acaba cometiendo algún tipo de crimen, no es realmente por voluntad
propia. De esta forma el zombi se convierte en monstruo y víctima a un mismo
tiempo, y esta dualidad le hace todavía más aterrador. Es víctima porque no
puede ni escapar de sus instintos ni del contagio, y es monstruo porque
aparentemente nadie le obliga a actuar de ese modo. Es monstruo y víctima
porque ni es consciente de su maldad, como sí ocurre con Drácula u otros
monstruos, ni es consciente de su lamentable situación. […] Entendemos así que
la conducta perversa es contagiada como un virus, y por tanto hay un intento de
resistencia hacia ser contaminado por ella. […] No es por tanto el miedo a la
muerte o a lo desconocido lo que representamos con el zombi, sino el miedo a
ser controlado y actuar de forma inconsciente. En resumen, el zombi es la
representación de un monstruo, sí, pero también de una víctima, de un engañado,
del que no es consciente de lo que sucede, del alienado, y que aún así infringe
el mal, lo perpetúa y lo contagia. Esta es una de las razones de que el zombi
se haya adaptado mejor que otros monstruos a nuestra realidad. Ferrero, A. y
Rosas, S. (2011: 6).
Sin
embargo la fimografía de zombies ha evolucionado para dar paso a una crítica
social, pues el zombie presentifica la explotación del proletariado –retratados
ambos como masas anónimas y autómatas– por parte de las grandes corporaciones
transnacionales. Esta explotación es distinta a la de los zombies vudú, pues en
estos hay un juicio previo, veredicto y ejecución de un castigo por parte del
Bókor, mientras que en los zombies biológicos solo existe la anulación de todas
las garantías ciudadanas, dejando ver a las corporaciones como entes
omnipotentes.
En Resident Evil: apocalipsis (Alexander Witt, 2004) la
corporación Umbrella llega más lejos cuando abiertamente experimenta con
hombres vivos para convertirlos en una especie de súper zombis asesinos. […] La
especie humana está en grave peligro, no obstante, en contra de toda lógica, la
corporación sigue buscando a los pocos humanos que quedan para seguir
experimentando con ellos. Ya no existe ningún motivo por el que experimentar, o
no hace falta explicarlo, sino simplemente mostrar la maldad de una economía
antropófaga basada en el poder de las grandes corporaciones. Por tanto, aquí la
lucha ya no es tanto contra los zombis, que son otra de las víctimas, como
contra la propia corporación que quiere acabar con el ser humano y convertirlo
en una rata de laboratorio para sus propios y egoístas intereses absurdos.
Sobre la misma cuestión, pero desde otro punto de vista,
encontramos el film Fido (Fido, Andrew Currie, 2006) […] aquí es Zomcon la
empresa que dirige el mundo tras la guerra zombi-humano, después de la cual los
humanos se han visto obligados a vivir en idílicas zonas residenciales
protegidas por enormes vallas. […] En Fido, a diferencia de otras películas, no
se mata a los zombis de forma masiva, sino que se les utiliza como mano de obra
esclava –gracias a un collar inventado por Zomcon que anula su deseo de comer
carne– para que trabajen al servicio de los humanos realizando las tareas más
desagradables (jardinería, servicio doméstico, reparto, mudanzas) y frecuentemente
tratados, además, de manera degradante, bien como mascotas (el protagonista es
atado a una cadena por las noches en el jardín), bien como electrodomésticos
–cuantos más se tiene, mayor se considera la posición social de la familia
poseedora. […] El film explota la idea de una racionalización económica
completa de los muertos, convertidos en una mano de obra inagotable que no
muere, no come, no piensa y tampoco cobra. Sólo los que poseen el dinero
suficiente pueden pagarse un entierro, que incluye el desmembramiento del
cuerpo y un ataúd separado para la cabeza para que el cadáver no pueda
resucitar. Los ciudadanos pobres que no puedan permitirse el gasto seguirán
siendo explotados una vez muertos. El peligro que supone para la sociedad que
los zombis anden sueltos es aceptable siempre y cuando cumplan su papel de
obreros-esclavo. […] Ahora incluso la muerte se convierte en otra forma de
injusticia, pues sin dinero la muerte es sinónimo de esclavitud: sólo los que
poseen dinero morirán de verdad, y los pobres estarán condenados a seguir
explotados eternamente.
La clase social, en efecto, ha sido poco tratada en el
subgénero hasta época reciente. En las primeras décadas la plaga zombi nivelaba
a la sociedad, si bien por abajo. En las apocalipsis zombi la economía
capitalista había desaparecido, no existía ni el intercambio de mercancías ni
el papel moneda. No había privilegiados, todos padecían de igual forma la furia
asesina del zombi, por lo que el espectador podía sentirse identificado con
cualquiera de los supervivientes según el carácter con el que se le
representaba. Este era uno de sus atractivos. Los supervivientes se unían para
sobrevivir en una suerte de comunidad igualitaria, donde el enemigo, más allá
de las malas jugadas que el temperamento de cada uno podía causar a la
comunidad, estaba claramente definido en el monstruo. Tampoco en el bando zombi
había, como vimos, jerarquías: eran una masa anónima, instintivamente furiosa
hacia todo lo humano. Por esta razón no había ni ricos ni pobres, el estrato
social estaba nivelado y el peligro a morir o ser infectado llegaba a todos por
igual. Por el contrario, en películas recientes como La Tierra de los Muertos
Vivientes (Land of the Dead, G. Romero, 2005), cuarta parte de la saga de
Romero, o en Fido la sociedad humana ya está de nuevo dividida en clases.
En La tierra de los muertos […] la infección ha alcanzado una
escala planetaria. Los ricos se han atrincherado en un lujoso edificio y desde
allí controlan a la plebe por medio de la tecnología militar (el carro de
combate) o con falsas promesas económicas de una vida opulenta junto a ellos en
“el castillo”, un simbólico rascacielos encerrado sobre sí mismo donde sus
moradores viven ajenos al horror que los rodea, tanto en los suburbios como en
territorio zombi, y a los que sólo uno de los habitantes de los suburbios,
Mulligan (Bruce McFee), se opone intentando que sus congéneres se rebelen para
conseguir una redistribución justa de los recursos. Los enclaves de
supervivientes sobreviven con los restos de suministros que quedan en
supermercados y farmacias de las afueras, donde realizan incursiones
fuertemente armados y con camiones blindados frente a una población
relativamente indefensa de zombis, que durante estas incursiones son distraídos
con fuegos artificiales. […]Los zombis dejan de ser en La tierra de los muertos
una masa anónima para pasar a tener perfiles propios (carnicero, jugadora de
béisbol, animadora, músico, y así sucesivamente) y los héroes protagonistas los
dejan escapar finalmente (pues tan sólo “buscan un lugar para su gente”) tras
comprobar que los zombis han aprendido a no dejarse engañar por los fuegos
artificiales. […]Los dos films terminan con la revolución y la victoria frente
a esa clase alta, en un mundo que humanos y zombis pueden compartir al fin.
Ferrero, A. y Rosas, S. (2011: 11-13)
Esta
última característica de las actuales películas de zombies encubre aspectos
psíquicos individuales no tratados por las cuestiones de crítica social: el
temor al contagio. Si bien es cierto que los personajes de dichas películas
luchan por sobrevivir y deben enfrentarse a constantes dilemas morales
(concepción del bien y del mal que deja de tener vigencia en términos de la
supervivencia), el orden social ha desaparecido, la cultura y el estatus quo
que esta brindaba deja de tener vigencia; es justamente lo opuesto a lo
planteado por Freud en “El Malestar en la Cultura” donde la pertenencia a una
cultura obliga a la renuncia pulsional. Serían los zombies los primeros en
ceder a sus deseos individuales de alimentación; pero los humanos aún no
infectados estarían en condiciones similares, buscando además no ser muertos y
confiando que únicamente su capacidad de organización sería suficiente para
mantenerlos con vida.
Paradójicamente
esto último equipararía cada vez a los zombies y a los humanos sobrevivientes:
ambos estarían muertos en vida, los primeros porque ya están muertos pero
tienen la apariencia de vitalidad y los segundos porque aunque viven tienen el
destino de la muerte, al que solo retrasan mediante sus huidas. Lo que dichas películas vaticinan en los Apocalipsis
zombies es la destrucción de la cultura
y la vuelta a un estado primitivo, casi animalesco. Por ello el temor al
contagio es el temor a la pérdida de la condición cultural, el temor a como lo
biológico terminará por vencer a lo social. Convertirse en zombie sería
entonces perder la ilusión del paraíso prometido por el orden socioeconómico (como
antes lo propició la religión).
Este
último escenario ya ha acontecido anteriormente. En la Edad Media las pandemias
diezmaron a la población, la confianza en Dios se resquebrajó y se dio paso al
humanismo del Renacimiento, se volvió a creer en las cualidades humanas y se
erigió toda la cultura en base a ello. En la actualidad, y con el adveniemiento
de la posmodernidad, aparece el declive de todos los absolutos, lo que
anteriormente fue la pérdida de confianza en Dios ahora es la pérdida de
confianza en las instituciones sociales y gubernamentales, no así las
financieras que prometen que la posesión de dinero redundará en la adquisición
de bienes y felicidad.
Es
precisamente a esto a lo que ha renunciado el zombie, mas que un ente sin
voluntad o criterio es la demostración de que lo realmente importante esta en
vivir, no en poseer. Aspecto contrario de los grandes ricos atrincherados en su
castillo o escondidos bajo tierra en sus grandes corporaciones, que se niegan a
entender que el reinado del dinero ha finalizado y que su poder se ha vuelto
inexistente porque no hay a quien mandar ni nadie que los obedezca, dejando así
inutilizadas las posiciones de amo y esclavo.
Con
esto se vuelve evidente que los muertos vivientes no son opuestos a los vivos
(sean estos pobres o ricos) sino que son metáfora de su alienación.
Perspectiva psicoanalítica de los muertos
vivientes.
Si bien es cierto que los monstruos representan
aquello que nos asusta, también es cierto que según sus características se
potencian ciertos miedos particulares y concretos. Lo que asusta no es el
monstruo como tal, sino el contexto en donde se desarrolla la escena de su
aparición, que recurrentemente es la de un ataque. Desde esta perspectiva el psicoanálisis no
analiza solo al monstruo, sino también a las narraciones que de él se derivan y
que, en última instancia, complementan la dinámica implicada entre deseos,
prohibiciones, cumplimentos y culpas. “La intensidad del temor es
propocional a la culpa de los deseos incestuosos reprimidos que están pujando
por una imaginaria gratificación, cuya contraparte física es un orgasmo, a
menudo involucrado por una involuntaria masturbación”. Jones, E. (1967: 343)
Visto así hay una fuerte relación entre erotismo y
miedo; incluso sus correlatos fisiológicos (piloerección, descargas hormonales,
sonrojamiento…) son idénticos.
Si el deseo no se hallara reprimido no habría miedo y el
resultado sería un simple sueño erótico. […] Durante miles de años las fuerzas
de la represión interna (es decir, el miedo) hicieron uso de la proyeccion
sobrenatural para proteger al hombre de una comprensión demasiado próxima de su
propia naturaleza. Jones, E. (1967: 343 y 345).
La característica principal de los muertos vivientes
es su necesidad constante de alimentación. Esto los coloca en el ámbito de la oralidad canibalística,
sobre todo en el deseo constante de incorporación del semejante. Pero aquí se
advierte una diferencia entre el vampiro y el zombie.
En el caso del primero hay una franca representación
del erotismo, sobre todo en la cuestión de la succión. El vampiro ataca
individualmente y suele hacerlo de manera heterosexual (recurrentemente atacan
siempre a alguien del sexo opuesto), pero su ataque esta signado por la seducción
y sensualidad: ataques nocturnos, descubrimiento del cuello y los
hombros, bocas húmedas y labios carnosos, ojos entreabiertos, gemidos y gritos
de confusión entre éxtasis y angustia; en resumen un hechizo completo de
apetito libidinal y lúbrico. La misma presencia del vampiro recubre esa
sofisticación y elegancia; es el seductor por excelencia.
En
los zombies ocurre lo contrario, atacan en masa y lo hacen de manera
indiferenciada, no erotizada (se abalanzan indistintamente sobre hombres,
mujeres, niños o niñas), su agresión es burda y tosca, buscan devorar, destazar
y alimentarse. Su embestida asemeja mas al asalto de una división armada o una
pandilla; es un festín orgiástico, una violación tumultuaria. La violencia
ejercida en ella está lejos de la complicidad y reciprocidad. En este caso no
se busca la seducción sino la posesión, el deseo de poder pertenecer al otro.
Hay algo más que entra en juego: el deseo inconsciente de la
mujer de ser violada, deseo que está presente en todas las mujeres.
Generalmente no se manifiesta bajo ese aspecto, sino que se traduce en angustia
y asco; el deseo, no obstante, está ahí. La mujer quiere tener un dueño sobre
ella; debe tener el sentimiento de la superioridad de la fuerza del hombre. Su
mayor deseo es pertenecer a un hombre muy fuerte, y el mayor signo de fuerza es
el acto de violencia cruda, la brutalidad, que siempre tendría algo atractivo
mientras el mundo exista. […]la idea de que puede ser atrapada por un bandido o
por un vagabundo siempre se expresa bajo el mismo modo, a saber: supone que
será atacada por la espalda y tumbada hacia atrás. Es una fantasía elaborada,
bajo la más diversas formas, a las cuales se añaden el amordazamiento y la
violación por varios hombres, que juega un gran papel; violación que conduce a
los mayores horrores y que se complica con una infección o con un homicidio
sádico (en alemán, Lustmord : literalmente, asesinato por placer) o con una
espantosa mutilación. Las fantasías tienen detalles curiosos: cuerpo
destripado, pechos cortados o infección; todo desempeña su papel. Groddeck, G
(: Conferencia 16)
En
ambos casos el erotismo se encuentra presentificado, y toda consecuencia
natural de este es el embarazo y el consiguiente nacimiento del hijo. Sin
embargo los ataques de muertos vivientes rara vez desembocan en un embarazo;
normalmente su devenir es la transformación de la víctima en un ser de las mismas
características del agresor. Mas allá del concepto de identificación con el
agresor, que para fines de esta exposición es muy limitado, existe un trasfondo
edípico en dicha metamorfosis experimentada por la víctima.
El
psicoanálisis parte del supuesto que el complejo edípico es el instaurador de
la subjetividad[8]. El
niño anhela poseer al progenitor del sexo opuesto y asesinar al progenitor del
mismo sexo; pero ante la prohibición de ambas acciones debe decantarse por la
elección de un objeto amado con características similares a las de su objeto de
deseo incestuoso y a la identificación con el objeto parental de su odio y
rivalidad. Con esto debería rendir tributo a ambos padres, complementándolo con
el engendramiento de su propia descendencia, que tendría el carácter de
obsequio a los propios padres.
Pero
en el caso del vampiro el embarazo y su correspondiente tributación no existen.
Es la víctima quien es convertida en un ser de similares características,
podría decirse que hay un autoengendramiento, un salto en la escala
genealógica. Ahora se pasa a ocupar el mismo estatuto que el progenitor (se es
un vampiro como él y se está a su lado) y sin el asesinato del otro padre (al
final de cuentas los vampiros son no-muertos).
Además
aquel que es elegido como víctima abarca, por esa condición, dos características:
en primer lugar sirve de alimenta al vampiro, con lo que garantiza su lugar al
lado de este; y en segundo lugar se reconoce como el objeto de deseo único e
irreplazable. Esta última particularidad confiere al mito del vampiro una
suerte de conversión perversa que anula el tabú de la prohibición del incesto,
recordemos que en las historias tradicionales sobre vampiros estos suelen
visitar en primer lugar a sus propios familiares o cónyuges.
Con
el zombie ocurre algo distinto, no hay selección planeada ni determinación
escrupulosa de las víctimas; ellos atacan a lo que hay, pero lo hacen de manera
automática y compulsiva, inconsciente por decirlo así. A diferencia del vampiro
que posee conciencia de su maldad y sus objetivos, el zombie está despojado de
la cualidad de la autoobservación y de la voluntad consciente, manifestando, en
cambio, peculiaridades como la alienación, anonimidad y satisfacción inmediata
de deseos.
El
vampiro es producto de una seducción en cambio el zombie es un embrujado o un
infectado; del segundo se puede intentar huir, de hecho se huye, pero del
primero no; su aparición es siempre sorpresiva y paralela a la existencia de la
raza humana, no está en conflicto con ella, en cambio los zombies si se
encuentran en franca oposición al género humano son, por así decirlo, enemigos
porque la existencia de unos presupone la desaparición de los otros.
Desde
esta perspectiva el fenómeno zombie nos enfrenta a una subjetividad no edípica,
sino basada en la grupalidad (en la masa). El zombie no busca el vínculo
privilegiado, no busca poseer a uno y eliminar a otro, lo que busca es crear
afinidad, homologar a todos, negar la diferencia (en este caso entre vivos y
muertos)[9].
El zombie inaugura una nueva forma de “estar con el otro” sin dejar de estar
con uno mismo; se fusiona pero permanece separado, no hay objeto fundante, él
es el objeto, el objeto es él mismo. El zombie opera casi al nivel psicótico,
hay predominio del principio del placer guiado por la urgencia de sus pulsiones
e instintos, el otro es incorporado y nunca reconocido, los límites de su yo se
diluyen y confluyen en una suerte de multiorganismo, es pura pulsión de muerte
pues busca reducir al otro y a él mismo a la nada.
De
todos modos en ambos personajes se manifiesta la perversión. En el caso del
vampiro porque se accede al deseo incestuoso, y en el caso del zombie porque se
niegan las diferencias entre unos y otros (negación de la castración).
Sin
embargo aún no ha quedado esclarecida la totalidad de los afectos provocados
por ambos personajes. Como todos los afectos las reacciones ante ellos son de
carácter ambivalente, existiendo por un lado curiosidad (una forma disfrazada
de amor y erotismo, como fue explicado anteriormente), por otro temor y por último
culpabilidad (que sería el resultado de la proyección de las propias tendencias
agresivas).
Continuemos
entonces con el temor y la culpabilidad, ambas caras de la misma moneda. Lo que
se teme es tanto al muerto viviente como a su regreso (retorno que de todos
modos es anhelado porque implicaría la vuelta del ser amado y la negación de su
ausencia), pero dicho temor no es gratuito, sino que está anclado en una
sospecha de venganza, se espera que el muerto quiera vengarse debido a que ya
no posee la vida, la cual es lo mas valioso a lo que pudiera aspirar, sin
embargo el núcleo real de la venganza es proveniente de un profundo deseo
erótico hacia el cadáver.
El miedo que muchos parapáticos tienen a los muertos, y el
miedo a la venganza de los muertos, responden a instintos de carácter
necrosádico. […] En tales casos se encontrará el temor a los espíritus y a los
fantasmas, mediante el cual el individuo se defiende y se preserva de realizar
actos de necrofilia. Stekel, W. (1954: 707)
Desde
este punto de vista el muerto viviente busca vengarse del hecho de que es el
vivo quien no lo deja morir; lo extraña tanto que impide su partida y fuerza su
regreso. La típica actitud del muerto viviente de venganza y retaliación (matar
al vivo y convertirlo en un muerto viviente) es explicada entonces como una
tendencia del cumplimiento del contrato nupcial: “hasta que la muerte nos
separe[10]”.
Según
Wilhelm Stekel (1954) el canibalismo, necrofilia y vampirismo son fenómenos
asociados y cuyas manifestaciones se encuentran en gran parte de los pueblos
primitivos y en ciertas perversiones modernas. Cabe destacar que los tres
eventos confluyen armoniosamente en las películas actuales de zombies, lo que
nos confirma que el zombie es una derivación del vampiro.
El
zombie biológico es por naturaleza caníbal, ingiere carne humana aunque no haya
necesidad fisiológica de alimentación. En las películas suele ser un personaje
amado, al que intenta salvarse y obtener la cura para detener su infección, cosa
que normalmente no es lograda y entonces se tiende a huir de él o a intentar
matarlo. Aquí aparece la necrofilia (deseo sexual mantenido hacia ese que
alguna vez se amó). El canibalismo se observa de manera proyectada, pues es el
zombie quien está ávido de alimentarse de carne humana. Y por último el
vampirismo se nota en la negación de la muerte del zombie y en su eterno
regreso (el zombie no cesa de avanzar hasta llegar a su objetivo).
Referencias.
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Crueldad. Argentina: Imán
Torres, D. (sin fecha). Cuerpo
Habitado, El. En torno a Freud, Lacan y Zizek. Revisado el 7 de noviembre
de 2012. Disponible en: http://revistareplicante.com/el-cuerpo-habitado/
[1]
Y a esto habría que agregar la confusión del término muerto-viviente, porque
este podría entenderse como un no-muerto, en oposición a un inmortal
[2]
Recordemos que en la posición
esquizo-paranoide se intenta incorporar canibalísticamente al objeto amado, y
que para su total apropiación se requiere entonces su previa destrucción. El
fenómeno de los muertos vivientes obedece entonces a un juego de proyecciones e
introyecciones de la propia agresividad. Se espera que el amante regrese, para
poder seguir amándolo, pero también se teme su vuelta con la consiguiente
retaliación de la agresividad. Incluso debería hablarse de un par amor-odio,
cuya ambivalencia da lugar a la angustia persecutoria.
[3]
Curioso juego de palabras podría
formarse también del siguiente modo “Hasta-que-la-muerte-no-se-pare”. Solo que
aquí se haría alusión a la condición del muerto viviente: condenado a vagar
errante y eternamente, no pudiendo morir pero tampoco vivir, y por ende no
pudiendo dejar de estar ligado al otro; siendo así el cese de la muerte la
única posibilidad de descanso verdadero. Este mismo escenario ya había sido
vaticinado anteriormente en el mito del andrógino, en donde al ser divididos
sus cuerpos tuvieron la necesidad de buscarse mutuamente por toda la faz de la
tierra. Esto último nos pondría frente a una situación típica de las películas
de zombies: el constante nomadismo y el desplazamiento de hordas de dichos
personajes por todo el globo terráqueo.
[4]
Los ladrones, los asaltantes nocturnos y los fantasmas que dan miedo antes de
meterse en cama y que en ocasiones también asedian al durmiente, provienen de
una misma reminiscencia infantil. Son los visitantes nocturnos que despertaron
al niño para sentarlo a la bacinica a fin de que no mojase la cama, o que
levantaron las cobijas para inspeccionar cuidadosamente qué hacía, dormido, con
sus manos. Por los análisis de estos sueños de angustia hasta logré que se
identificase a la persona del visitante nocturno. El ladrón era siempre el
padre, y los fantasmas, con preferencia, personas del sexo femenino que
llevaban blancos camisones. Freud, S. (1997c).
[5]
El regreso vengativo del muerto no
es en su cuerpo físico sino a través de su alma convertida en un demonio. Al
menos así lo aclara Freud (1997a: 65) citando a Westermarck (1906-08, 2, págs.
534-5) “Qué movió a los primitivos a atribuir a sus muertos queridos semejante
cambio de intenciones? ¿Por qué los convertían en demonios? […] «Como la muerte
las más de las veces es considerada la peor desgracia que pudiera sobrevenirle
al ser humano, se cree que los difuntos estarían en extremo descontentos con su
destino. Según la concepción de los pueblos naturales, sólo se muere por
asesinato, sea violento, sea procurado mediante ensalmo; y ya esto hace que se
considere al alma como vengativa y susceptible; ella supuestamente envidia a
los vivos y añora la compañía de sus deudos; por eso, para reunirse con ellos,
es comprensible que procure matarlos mediante enfermedades. ( ... ) Otra
explicación de la malignidad que se atribuye a las almas reside en el miedo
instintivo que se les tiene, a su vez resultado de la angustia ante la muerte”.
[6]
White Zombie (Victor Halperin, 1932); La Serpiente y el Arcoiris (Wes Craven,
1988).
[7] 28
Días después, de Dany Boyle (28 Days Later, 2002); Resident Evil (Resident
Evil, Paul W.S. Anderson, 2002), El alzamiento (The Rising, Brian Keene, 2003)
[8]
Subjetividad es el “yo soy”, es lo propio del sujeto singular construido a
través de los entramados intersubjetivos provenientes de las experiencias
infantiles con las figuras de apego. De estos vínculos se producen diversos tipos
de subjetividad (arreglo particular y único entre los deseos, objetos y
discursos dentro de la realidad psíquica individual); es decir que el sujeto es
producto del vínculo intersubjetivo pero al mismo tiempo es productor de
subjetividad, la cual es modificada durante el intercambio con la subjetividad
de los otros.
[9]
Se deberá recordar que para la
constitución del sujeto psíquico existen tres leyes (diferencias) que deben
asumirse: la diferencia entre el yo y el no-yo (límites del cuerpo), la
diferencia anatómica de los sexos (la anatomía es destino del deseo y del
placer: los hombres tienen pene y las mujeres vagina) y la diferencia de
generaciones (los padres mandan a los hijos).
[10]
Repuntuado muy al estilo lacaniano
podría reformularse como: “Hasta-que-la-muerte-no-se-pare” es decir, hasta que
la muerte no se detenga, hasta que la muerte avance y triunfe; como suele
ocurrir en las películas se zombies biológicos que suelen llegar hasta la
extinción total de la raza humana o a comprometer seriamente la organización
social de la misma.
Para citar este artículo:
ResponderEliminarZermeño Torres, R. (2012). Conferencia. "El Cuerpo Des-Habitado. Psicopatología Asociada a los Vampiros, Zombies y Otros Muertos Vivientes". en Semana de Clínica y Psicopatología. Universidad Tangamanga. San Luis Potosí, S.L.P. México. 30 de noviembre de 2012.