miércoles, 11 de septiembre de 2019

Suicidio y Destino Civilizatorio.


El destino civilizatorio es un suicidio común. Cuando se habla de prevenir el suicidio se generaliza demasiado, como si todos los suicidantes fueran iguales. Utilizar el suicidio como una categoría totalizante es desconocer la subjetividad, la historia personal y los contextos de cada sujeto. 

Todos somos suicidantes ya que estamos siempre en ese proceso, cada que se está viviendo también se está muriendo un poco. Ni corremos hacia la muerte ni estamos en su pasiva espera, pues desconocemos donde, cuando o como ocurrirá; nos debatimos entre la tensión de ambos extremos.


Hay que distinguir entre renunciantes, suicidas y suicidados.

Los renunciantes detestan los placeres de la vida, niegan el querer vivir, no soportan lo efímero de la satisfacción y prefieren mantenerse al margen del deseo y su consecución ya que reconocen que por cada deseo satisfecho habrá otros sin poder satisfacerse. Saben que pueden satisfacer algunos de sus deseos pero también identifican todos los esfuerzos que eso les demandará. En pocas palabras, prefieren ahorrar recursos y evitar el esfuerzo. Este renunciante busca el reposo, ese estado en donde se ha podido liberar del esfuerzo que conlleva todo deseo. El renunciante no se mata más bien se ubica en el lugar de la contemplación estética del mundo.

Estos renunciantes son muy parecidos a los melancólicos ya que en ellos sobra el "¿Para qué?". No se dejan engañar por los semblantes de vitalidad y felicidad propuestos por los poderes y optan por rechazarlos. No caen en el truco del falso ahorro del esfuerzo vital (se les propone cualquier objeto haciéndoles creer que es lo que desean evitándoles así el esfuerzo de desear o el placer de la contemplación). Además de eso nunca caerán en el suicidio pues lo consideran un placer más entre otros que además los privaría de la vida contemplativa.

Los suicidas optan por poner fin a su existencia ya que detestan el sufrimiento, como decía Schopenhauer: "El suicida ama la vida, pero no acepta las condiciones en las que éstas viene dada". Los suicidas pueden optar por la autodestrucción o por la "muerte voluntaria" es decir, por terminar a tiempo con la vida. Para ellos es mas importante morir de una vez que vivir desgarrados interiormente.

Dentro de los primeros debe ubicarse aquellos cuyo suicido es producto de un acto impulsivo y autodestructivo, de una desesperación superlativa o de un delirio profundo; todas ellas condiciones patológicas en donde el suicidio es una certeza de acabar con su sufrimiento. Esta certeza es la que les juega en contra ya que no les permite el cuestionamiento o la crítica respecto de su posición ante la vida.

Existe otra clase de suicidas cuya característica no es la certeza impulsiva (que es una forma de evadir el sufrimiento de vivir) sino la certeza reflexiva. Esta es la llamada "muerte voluntaria" lo que la hace convertirse en el cénit del libre albedrío, en la verdadera soberanía sobre el cuerpo. Su decisión es consciente y voluntaria, no es producto de un arrebato impulsivo o un efecto delirante, y tampoco es forzado indirectamente por los demás o por sus condiciones de vida. Quien lleva a cabo esta "muerte voluntaria" es alguien que ha comprendido que puede morir porque así lo desea. Para ellos la muerte sobreviene porque han podido encontrarse a ellos mismos y rechazan mantenerse con vida únicamente por los demás. Quienes practican la muerte voluntaria se son leales a ellos mismos.

Por último está la categoría de los suicidados: son aquellos cuyas condiciones materiales de existencia (enfermedad, pobreza, soledad…) les hacen doloroso el simple hecho de desear ya que reconocen que sus esfuerzos serán vanos e inútiles y les hacen obsceno es acto de contemplar porque nunca han gozado de un instante de pasividad. No es su deseo suicidarse como tampoco lo es seguir vivos. Para ellos el término de la vida no es una opción entre varias, es por mucho la única ya que su muerte será superflua y su vida desechable. Este es el retrato de los excluidos, esas figuras políticas que no son rentables al sistema capitalista-neoliberal y por lo tanto su destrucción es inducida.

Mientras la persona sea rentable, o sea mientras se encuentre dentro de los parámetros de producción y consumo, se le considera una vida valiosa, pero cuando pierda esa rentabilidad será considerado un excluido, una vida no digna de ser vivida. A partir de ese momento estará muerto para el sistema y solo le faltará concretar el suicidio para estar muerto para si mismo; por eso no son suicidas sino suicidados, Podría decirse que este capitalismo-neoliberal tiene una gran tolerancia hacia los abusos y excesos siempre y cuando mantengan y fomenten la productividad.  


Sobre su prevención.

¿Qué ética manejan quienes evitan el suicidio ajeno? ¿Qué clase de promesas han de formular para convencer a un suicidante de que siga vivo? ¿Cómo está relacionada la prevención del suicidio con la inmortalidad y la no banalidad de la existencia? 

Respecto a la prevención la forma más básica de llevarla a cabo es la de tolerar la posibilidad de la "muerte voluntaria", es decir procurar que todo intento suicida quede solamente en la idea o la posibilidad de suicidio. Tolerar implicafacultar la opción de pensarlo o hablarlo sin que eso angustie a ninguno de los interlocutores y convertir en superfluo tanto el acto de morir como el de vivir. Esto es completamente opuesto a la idea del contraconvencimiento o de hablarle linduras sobre la perspectiva del futuro (que en el fondo son solamente formas de sobornar al malestar). Dicha actitud es un insulto para el suicidante porque implica negar su experiencia interior de abatimiento, vacío, tedio, desánimo, etc. Si ha llegado al punto de pensar en su auto-extinción es porque él mismo reconoce que puede estar sin porvenir, sin objeto, sin destino; y es solo de esa manera de la que se puede vivir. Puede concluirse entonces que la idea de la "muerte voluntaria" es un antídoto, una inmunización contra la autodestrucción de la vida producto de la desesperación extrema y de la inducción capitalista-neoliberal .

Cioran es muy claro al respecto: Debe enseñarse el suicidio como si fuera una asignatura de la educación básica. Para él la sola idea de que uno es capaz de acabar con sus problemas por medio del suicidio es lo que hace la vida mas tolerable. "Lo hermoso del suicidio es que es una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse. […] El del suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir. Esa es mi teoría. […] He dicho que sin la idea del suicidio me habría matado desde siempre. Que la vida es soportable tan solo con la idea de que podemos abandonarla cuando queramos. Depende de nuestra voluntad. Este pensamiento, en lugar de ser desvitalizador, deprimente es un pensamiento exaltante. En el fondo nos vemos arrojados a este universo sin saber porque. No hay razón alguna para que estemos aquí. Pero la idea de que podemos triunfar sobre la vida, de que la tenemos en nuestras manos, de que podemos abandonar el espectáculo cuando queramos es una idea exaltante. […] No es matarse, sino tener la idea de matarse. […] No necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos matarnos. […] yo no abogo por el suicidio, sino por la utilidad de esa idea. Es necesario incluso que se diga a los niños en la escuela: 'mirad, no os desepereis, poder mataros cuando querais' […] 'pero no te mates en un arranque, en un instante'". Cioran (2012: 73-74). 



Cioran, E.M. (2012). Conversación con Leo Gillet. En Conversaciones. México: Tusquets.

 


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