Suicidio y Destino Civilizatorio.
El destino civilizatorio es un suicidio común. Cuando se habla de prevenir el suicidio se generaliza demasiado, como si todos los suicidantes fueran iguales. Utilizar el suicidio como una categoría totalizante es desconocer la subjetividad, la historia personal y los contextos de cada sujeto.
Todos somos suicidantes ya que estamos siempre en ese proceso, cada que se está viviendo también se está muriendo un poco. Ni corremos hacia la muerte ni estamos en su pasiva espera, pues desconocemos donde, cuando o como ocurrirá; nos debatimos entre la tensión de ambos extremos.
Hay que distinguir entre renunciantes, suicidas y
suicidados.
Los renunciantes detestan los
placeres de la vida, niegan el
querer vivir, no soportan lo efímero de la satisfacción y prefieren mantenerse
al margen del deseo y su consecución ya que reconocen que por cada deseo
satisfecho habrá otros sin poder satisfacerse. Saben que pueden satisfacer
algunos de sus deseos pero también identifican todos los esfuerzos que eso les
demandará. En pocas palabras, prefieren ahorrar recursos y evitar el
esfuerzo. Este renunciante busca el reposo, ese estado en donde se ha podido
liberar del esfuerzo que conlleva todo deseo. El renunciante no se mata más
bien se ubica en el lugar de la contemplación estética del mundo.
Estos renunciantes son muy parecidos a los
melancólicos ya que en ellos sobra el "¿Para qué?". No se dejan
engañar por los semblantes de vitalidad y felicidad propuestos por los poderes
y optan por rechazarlos. No caen en el truco del falso ahorro del esfuerzo
vital (se les propone cualquier objeto haciéndoles creer que es lo que desean
evitándoles así el esfuerzo de desear o el placer de la contemplación). Además
de eso nunca caerán en el suicidio pues lo consideran un placer más entre
otros que además los privaría de la vida contemplativa.
Los suicidas optan por poner fin
a su existencia ya que detestan el sufrimiento, como decía Schopenhauer:
"El suicida ama la vida, pero no acepta las condiciones en las que éstas
viene dada". Los suicidas pueden optar por la autodestrucción o por la
"muerte voluntaria" es decir, por terminar a tiempo con la
vida. Para ellos es mas importante morir de una vez que vivir desgarrados
interiormente.
Dentro de los primeros debe ubicarse aquellos cuyo
suicido es producto de un acto impulsivo y autodestructivo, de una
desesperación superlativa o de un delirio profundo; todas ellas condiciones
patológicas en donde el suicidio es una certeza de acabar con su sufrimiento.
Esta certeza es la que les juega en contra ya que no les permite el
cuestionamiento o la crítica respecto de su posición ante la vida.
Existe otra clase de suicidas cuya característica no es la certeza impulsiva (que
es una forma de evadir el sufrimiento de vivir) sino la certeza reflexiva. Esta
es la llamada "muerte voluntaria" lo que la hace convertirse en
el cénit del libre albedrío, en la verdadera soberanía sobre el cuerpo. Su
decisión es consciente y voluntaria, no es producto de un arrebato impulsivo o
un efecto delirante, y tampoco es forzado indirectamente por los demás o por
sus condiciones de vida. Quien lleva a cabo esta "muerte voluntaria" es
alguien que ha comprendido que puede morir porque así lo desea. Para ellos
la muerte sobreviene porque han podido encontrarse a ellos mismos y rechazan
mantenerse con vida únicamente por los demás. Quienes practican la muerte
voluntaria se son leales a ellos mismos.
Por último está la categoría de los suicidados:
son aquellos cuyas condiciones materiales de existencia (enfermedad,
pobreza, soledad…) les hacen doloroso el simple hecho de desear ya que
reconocen que sus esfuerzos serán vanos e inútiles y les hacen obsceno es acto
de contemplar porque nunca han gozado de un instante de pasividad. No es su
deseo suicidarse como tampoco lo es seguir vivos. Para ellos el término de la
vida no es una opción entre varias, es por mucho la única ya que su muerte
será superflua y su vida desechable. Este es el retrato de los excluidos,
esas figuras políticas que no son rentables al sistema capitalista-neoliberal y
por lo tanto su destrucción es inducida.
Mientras la persona sea rentable, o sea mientras
se encuentre dentro de los parámetros de producción y consumo, se le considera
una vida valiosa, pero cuando pierda esa rentabilidad será considerado un
excluido, una vida no digna de ser vivida. A partir de ese momento
estará muerto para el sistema y solo le faltará concretar el suicidio para
estar muerto para si mismo; por eso no son suicidas sino suicidados,
Podría decirse que este capitalismo-neoliberal tiene una gran tolerancia hacia
los abusos y excesos siempre y cuando mantengan y fomenten la productividad.
Sobre su prevención.
¿Qué ética manejan quienes evitan el suicidio
ajeno? ¿Qué clase de promesas han de formular para convencer a un suicidante de
que siga vivo? ¿Cómo está relacionada la prevención del suicidio con la
inmortalidad y la no banalidad de la existencia?
Respecto a la prevención la forma más básica de llevarla a cabo es la de tolerar
la posibilidad de la "muerte voluntaria", es decir procurar que
todo intento suicida quede solamente en la idea o la posibilidad de suicidio. Tolerar implicafacultar la opción de pensarlo o hablarlo sin que eso
angustie a ninguno de los interlocutores y convertir en superfluo tanto
el acto de morir como el de vivir. Esto es completamente opuesto a la idea
del contraconvencimiento o de hablarle linduras sobre la perspectiva del futuro
(que en el fondo son solamente formas de sobornar al malestar). Dicha actitud
es un insulto para el suicidante porque implica negar su experiencia interior
de abatimiento, vacío, tedio, desánimo, etc. Si ha llegado al punto de
pensar en su auto-extinción es porque él mismo reconoce que puede estar sin
porvenir, sin objeto, sin destino; y es solo de esa manera de la que se puede
vivir. Puede concluirse entonces que la idea de la "muerte
voluntaria" es un antídoto, una inmunización contra la autodestrucción de la vida producto de la desesperación extrema y de la inducción capitalista-neoliberal .
Cioran es muy claro al respecto: Debe enseñarse el
suicidio como si fuera una asignatura de la educación básica. Para él la
sola idea de que uno es capaz de acabar con sus problemas por medio del
suicidio es lo que hace la vida mas tolerable. "Lo hermoso del suicidio
es que es una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse. […] El
del suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir. Esa es mi teoría. […] He
dicho que sin la idea del suicidio me habría matado desde siempre. Que la
vida es soportable tan solo con la idea de que podemos abandonarla cuando
queramos. Depende de nuestra voluntad. Este pensamiento, en lugar de ser
desvitalizador, deprimente es un pensamiento exaltante. En el fondo nos vemos
arrojados a este universo sin saber porque. No hay razón alguna para que
estemos aquí. Pero la idea de que podemos triunfar sobre la vida, de que la
tenemos en nuestras manos, de que podemos abandonar el espectáculo cuando
queramos es una idea exaltante. […] No es matarse, sino tener la idea de
matarse. […] No necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos
matarnos. […] yo no abogo por el suicidio, sino por la utilidad de esa idea.
Es necesario incluso que se diga a los niños en la escuela: 'mirad, no os
desepereis, poder mataros cuando querais' […] 'pero no te mates en un arranque,
en un instante'". Cioran (2012: 73-74).
Cioran, E.M. (2012). Conversación con Leo Gillet. En Conversaciones.
México: Tusquets.
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