Mtro. Rodolfo Zermeño Torres.
La creencia, en todas sus
formas, es un elemento ligado perpetuamente a lo humano. A diferencia de los
animales no existen en los seres humanos instintos preestablecidos que rijan
completamente sus devenires, de ahí que siempre haga falta algún componente
dador de sentido. El mito y la ciencia son los dos polos evolutivos de la
creencia, y es por eso que el psicoanálisis no pude dar la espalda a esas
producciones colmadas de significaciones para las personas; pero al mismo
tiempo tampoco puede permitir que estas sean colocadas en polos separados y
aislados ya que son un continuo de la misma finalidad; uno y otro se nutren
mutuamente, se complementan. Bruno Bettelheim (2006: 72 y 73) lo demuestra
cuando dice:
“Cuando mas segura se siente una
persona en el mundo, tanto menos necesitará apoyarse en proyecciones
‘infantiles’ –explicaciones míticas o soluciones de cuentos de hadas para los
eternos problemas vitales– y más podrá buscar explicaciones racionales. Cuanto
más seguro de sí mismo se siente un hombre, tanto menos le cuesta aceptar una
explicación que afirme que su mundo tiene muy poca importancia en el cosmos.
[…] Por otra parte, cuanto mas inseguro se siente uno de sí mismo y de su lugar
en el mundo inmediato, tanto mas se retrotrae, a causa del temor, o se dirige
hacia el exterior para conquistar el espacio. Es exactamente lo contrario de
explorar sin una seguridad que libere nuestra curiosidad”
2.1
La naturaleza espiritual y
religiosa del hombre.
La idea de un ser superior, de
una ayuda divina o de un orden universal cognoscible permitirá que las personas
se mantengan activas frente a las adversidades de la vida, les dará fuerza y
sentido para seguir, de ahí que el hombre tenga la necesidad de creer.
“Es preciso creer. […] lo religioso es el sentido que se le quiere dar a la
falla del saber”. Jacques Alain Miller en Chorne, D. y Goldenberg, M. Comps. (2006: 48 y 49). Porque
es a partir de la creencia que se estimula la fantasía y después el
pensamiento.
“Ferenczi sostiene que la
identificación, precursora del simbolismo, surge de las tentativas del niño por
reencontrar en todos los objetos sus propios órganos y las funciones de éstos.
Según Jones, el principio del placer hace posible la ecuación entre dos cosas
completamente diferentes por una semejanza de placer o interés. Hace algunos
años, escribí un artículo basado en estos conceptos, en el que llegué a la
conclusión de que el simbolismo es el fundamento de toda sublimación y de todo
talento, ya que es a través de la ecuación simbólica que cosas, actividades e
intereses se convierten en tema de fantasías libidinales. Puedo ampliar ahora
lo expresado entonces (1923) y afirmar que, junto al interés libidinal, es la
angustia que surge en la fase descrita la que pone en marcha el mecanismo de
identificación”. Klein, M. (1930: 2 y 3).
Planteado así fantasía y
creencia van de la mano. Carlos Domínguez Morano (1998: 100) argumenta que “Todo
tipo de fantasía es posible para el que ora”, pero a esto podría esgrimirse
que aunque no se ore también existe la posibilidad de fantasear, y aún así de
fantasear con el cumplimiento completo del deseo. Pero ¿Por qué tampoco la
fantasía se culmina? ¿Por qué se permanece perennemente en la misma trabazón?
¿Qué poder coarta el cumplimiento alucinatorio del deseo? Sigmund Freud en la
22ª conferencia respondió a esto de la siguiente manera: “El conflicto es
engendrado por la frustración; […] Para que la frustración exterior tenga
efectos patógenos es preciso que se le sume la frustración interior.
Frustración externa e interna se refieren, desde luego, a diversos caminos y
objetos”. Es decir que el deseo se origina en el conflicto –empatado en lo
interno y lo externo– y de este parten las fantasías y por ende las creencias.
Creer en una entidad superior a
nosotros es delegar en ella un poco de nuestro narcisismo y omnipotencia para
después reconocer que se puede influir sobre esta: “Por consiguiente, la
transición de la magia a la religión se habría producido a través de una frase
que podría expresarse en la fórmula ‘Se hará mi voluntad, con tu ayuda’”.
Reik, T. (1967: 117)
Pero también es ceder a la
necesidad de darse explicaciones acerca de su reducido poder sobre el mundo y
su desvalimiento ante los elementos: “El hombre primitivo ha combatido el
miedo al ambiente con ayuda de su naciente intelecto. […] Ha intentado
prevenirse contra el miedo frente a lo inexplicable esencial con la imaginación
mítica” Diel, P. (1959: 33). Esta es
justamente la evolución de la fantasía, desde la creencia esperanzadora hasta
el pensamiento científico y explicativo, pero también da cuenta de la
insuficiencia intelectual ante la angustia del desvalimiento frente a la vida:
“Lo religioso hoy en día se sitúa más allá de los límites de lo que se puede
demostrar. […] El triunfo de la religión explota el hecho de que la ciencia se
ve obligada a confesar que el Otro de la ciencia no existe”. Jacques Alain Miller en
Chorne, D. y Goldenberg, M. Comps. (2006: 49 y 50).
Tomando en cuenta lo anterior el
hombre –para evitar caer en la angustia– se vio obligado a disociarse a si
mismo y al mundo en una realidad externa y una realidad interna. La primera fue
depositada en la ciencia y la segunda en la religión. La ciencia se ocupó de
las regularidades del universo físico y eterno mientras que la religión propuso
un intento de ilusión acerca de lo profundo y personal, tratando de infundir a
los seres humanos el mismo carácter trascendental e inmortal; o sea que
simultáneamente la religión promovió la creación de un Dios omnipotente ajeno a
cada persona pero también concibió a cada ser humano como un Dios para si
mismo. Esta vicisitud no fue inmediata sino evolutiva y, en el caso de la
religión católica, está significada por la división entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento.
“El Cristianismo nace siguiendo
la huellas de un hombre, Jesús de Nazareth, que ha adquirido un puesto de
relieve en la conciencia universal por haber sacado a Dios del Templo y de la
casta sacerdotal y haberlo trasplantado en el corazón de la humanidad”. De
Paoli, L. (2010: 108).
Por haberse dividido así los
dominios de la ciencia y la religión los grandes sistemas de la psicología
dejaron de lado el hecho religioso y la experiencia espiritual. Sin embargo el
psicoanálisis evitó quedar al margen de él (S. Freud, O. Pfister, T. Reik, E.
Fromm, V. Frankl, F. Dolto, P. Diel. J. Lacan…). El psicoanálisis coloca a la
religión en la encrucijada entre la vivencia inconsciente, el hecho cultural y
el efecto del discurso por medio del cual dan y se dan cuenta de él. Colocado
al nivel de otras manifestaciones discursivas podría decirse que
“El psicoanálisis no sabe si
Dios existe o no, sino tan sólo interroga, a quien afirma o niega su
existencia, sobre el significado oculto que esa afirmación o negación posee en
su dinámica personal. Todavía expresado de otro modo: el psicoanálisis no ‘sabe’
lo que acaece en la experiencia de fe o de increencia. Tan sólo se aventura a
interpretar la intervención que en esa experiencia pueden tener las estrategias
del deseo inconsciente. Esa fe siempre comportará elementos de la propia
historia que permanecerán ocultos por siempre a la propia mirada consciente de
quien la profesa. […] El psicoanálisis, en realidad, no sabe más que de la
cuestión del inconsciente, que es la que delimita y configura su campo de
saber. […] los mecanismos inconscientes de fondo pueden, paradójicamente, ser
idénticos en un caso u otro. Nada escapa a esta grave cuestión psicoanalítica,
porque nada humano escapa a la cuestión del inconsciente, que es, repito, la
única que el psicoanálisis nos plantea”. Domínguez Morano, C. (2006: 10 y 17)
Esta clase de aproximación
psicoanalítica de la religión es permitida ya que ambos se colocan dentro del
dominio de lo interno, no es que sean equiparables ni homologables, sino que
ambos autorizan la presencia de la subjetividad y creen en ella como fundamento
del desarrollo personal.
“Psicoanálisis y religión se
sostendrían tan solo en la creencia, en el hecho de que tanto la una como el
otro caen fuera del campo de la ciencia propiamente dicho. Esto supone, en
efecto, que la diferencia entre creer y saber se encuentra establecida en los
espíritus”. ”. Jacques Alain Miller en Chorne, D. y Goldenberg, M. Comps. (2006: 48 y 49).
2.2
Religión y divinidad.
En la más tierna infancia
aparecen los primeros cuidados por parte de los progenitores, ante la ausencia
o insuficiencia de estos surgen fantasías de desprotección que llevan
aparejadas un temor al medio ambiente. El niño se siente desvalido y a merced
de todo aquello que no reconoce como familiar, al contrario, se siente seguro
en las situaciones conocidas o bajo el amparo de sus cuidadores. Para él ser
amado es ser protegido.
Su sensación de protección se
basa en la creencia de la omnipotencia de los padres. Conforme va creciendo y
desarrollándose descubre debilidades en sus cuidadores, esto le hace dejar de
idealizarlos y poco a poco los percibe de manera más realista; sin embargo
esto, aunque sea un signo de madurez, va en detrimento de su sensación de
seguridad lo que provoca en él la necesidad de buscar otras figuras de
resguardo.
Los padres, a su vez, van
reconociendo sus propias carencias y los efectos producidos por la falta de
confianza del niño en ellos. Esto promueve que también los padres busquen
figuras que los reemplacen como guardianes y provoquen en el infante la
necesidad de refrenarse y obedecer, aunque sean basados en el temor.
La idea de entidades
sobrenaturales –entre ellas Dios, el demonio y los santos– es la opción que
permite solventar ambas necesidades (tanto infantiles como parentales). “Los
temores irreales requieren esperanzas irreales” Bettelheim, B. (2006: 184).
Podría decirse entonces que el
sentimiento religioso tiene sus bases en la vida infantil.
“La Religión tiene su origen en
el Eros, principio de felicidad y de Unión. […] En la alegría y la confianza,
nace la experiencia de la bondad del universo y, en este sentido, se ha podido
hablar de una religiosidad natural del niño”. Vergote, A. (1969: 191)
Desde este punto de vista la religión
es maternal porque “Es preciso que el hombre haya gozado de la experiencia
de la seguridad, de la dicha y de la integridad originarias” Vergote, A.
(1969: 216) pero al mismo tiempo es paternal debido a que
“el padre despierta en el hombre
la representación de Dios […] Se intuye a Dios a través del padre real, pero
también se lo intuye a través de la imagen del padre en él en virtud del
complejo de Edipo. […] La paternidad de Dios debe, por lo tanto, tener un polo
correspondiente, la relación dialéctica con la figura maternal”. Vergote, A.
(1969: 231 y 255)
La imagen divina se revelaría
entonces como la síntesis compleja de ambas figuras parentales.
Este modo de pensamiento
infantil es también propio de las sociedades primitivas. Al analizar la evolución
de las creencias puede notarse entonces la existencia de estadios intermedios
entre la magia y la religión.
“La magia supone una actitud de
compulsión y coerción; la religión una actitud de dependencia y humildad. […]
La primera actitud está expresada en las palabras ‘se hará mi voluntad’; la
segunda en la frase ‘se hará tu voluntad’. […] “En la magia el hombre es dueño
de su destino; en la religión se ha subordinado a Dios y le confía su destino”.
Reik, T. (1967: 115 y 116).
A partir de lo anterior podría
suponerse que cualquier modalidad de la creencia equivaldría a una neurosis,
sin embargo esto dista mucho de ser cierto. Creer es una propiedad del
psiquismo de los seres humanos: se cree porque se espera, y se espera porque se
anhela la llegada de un objeto satisfactor que ya se tuvo antes (primer
vivencia de satisfacción). La creencia dentro de la religión está fundamentada
en la necesidad de sentirnos salvados.
Pero esto implica que la
salvación vendrá por parte de otro, sensación que ya había vivido antes: “Se
necesita creer, durante algún tiempo, en la magia para compensar la privación a
la que, prematuramente, ha estado expuesta una persona en su infancia debido a
la violencia de la realidad que lo ha constreñido”. Bettelheim, B. (2006:
71)
Sin embargo para Freud, a lo
largo de sus textos dedicados a lo religioso, la noción de Dios es la idea de
un padre todopoderoso y, la religión, sería un simple consuelo ante las
amenazas del medio ambiente; consuelo que únicamente lograría mantener una fijación
infantil en los seres humanos esperanzados en un mejor lugar después de la
muerte, paliativo para lograr sobrellevar las vicisitudes de la vida terrenal.
En resumen:
“1) Dios es invención del
hombre, lo cual refiere a la proyección que en éste se hace de las
representaciones inconscientes del Padre omnipotente de la infancia. 2) El
origen de la actitud religiosa se remonta a la vivencia del desamparo del niño,
de aquí nace la función del consuelo y protección de la religión, que es deseo
e ilusión. 3) La imagen de dios emerge exclusivamente de la relación del niño
con su padre, ésta es la heredera del conflicto edípico, con sus consecuentes
renuncias instintivas”. Seminario Mayor. Diócesis de San Juan de los Lagos (sin
fecha: párrafo 1).
El problema de esta lectura
freudiana radica en dos elementos: 1) Establece que la devoción religiosa es
causada por un sentimiento colectivo de culpabilidad generado en la matanza del
padre originario y que, por lo tanto, promueve una necesidad de castigo, represión
y renuncia a los deseos; y 2) Está basada en la concepción de un Dios vengador
y autoritario propio del Antiguo Testamento.
Contrario a dicha concepción
Oskar Pfister postula, en su correspondencia con Freud (1966), que la religión
no pude equipararse a una compulsión obsesiva por la simple presencia de los
ritos apaciguadores y carentes de sentido, sino que la religión vista como
neurosis no es la esencia de la religión sino un estadio previo de esta; en
cambio en las religiones mas desarrolladas (cristianismo, budismo…) lo que se
busca es la liberación de las coerciones y se critica la aceptación pasiva de
cualquier principio o condición, eliminando así su carácter obsesivo.
Françoise Dolto (1978),
siguiendo ese camino, plantea la idea de un Dios de características menos
calamitosas y más cercano al Nuevo Testamento. En lugar de tomar a Dios-Padre
como eje de sus disertaciones toma a Dios-Hijo y sobre él elabora una lectura
diferente –menos neurótica– de de su relación con los hombres. Para ella Jesús
enseña el deseo e impulsa a él, no de manera directa sino sublimada; incluso va
mas allá al agregar que el mensaje Cristiano está en total concordancia con los
descubrimientos freudianos acerca del inconsciente.
En esta misma línea se ubica
Carlos Domínguez Morano (2006: 204) quien afirma que “la experiencia
religiosa difícilmente puede surgir donde no se han dado, como condición
previa, experiencias fundantes de amor, de protección, de contacto y
comunicación que nos hacen sentirnos previamente deseados, amados y protegidos
por otros”. A este respecto el Nuevo Testamento es fiel representante: “Nosotros
nos amamos porque Dios nos amó primero” 1ª carta de Juan 4:19 (La Biblia
con Deuterocanónicos. Versión Popular); y “Pidan y se les dará; busquen, y
encontrarán; llamen a la puerta y se les abrirá. Porque el que pide recibe, y
el que busca encuentra; y al que llama a la puerta se le abre” Mateo 7: 7-8
(La Biblia con Deuterocanónicos. Versión Popular).
En conjunto con lo anterior se
debe destacar que la religión posee dos aristas, una individual y otra
cultural. La primera ha sido explicitada ya en los párrafos anteriores y se
encuentra vinculada evidentemente con la experiencia íntima e infantil de cada
persona en cuanto a la sensación de ser amados y protegidos. La segunda tiene
que ver con el alejamiento de esa experiencia particular, con el
descentramiento del sentido propio y la caída en el ceremonial impersonal e
impuesto. Aquí radica la esencia de la religión como neurotizante y que se
refiere es solo aquel aspecto de esta que promueve la alienación del individuo
ya sea convirtiéndose en ideología o superstición. En el primer caso es
utilizada por los grupos de poder para evitar la libertad del individuo
basándose en un juicio de autoridad que permite solo creer en lo que ellos
dicen.
“Las palabras y los conceptos
que se refieren a fenómenos vinculados con la experiencia psíquica y mental se
desarrollan y crecen –o se deterioran– con la persona cuya a experiencia se
refieren. Cambian a medida que ella cambia. Tienen una vida, como ella tiene
una vida. […] Si el concepto resulta alienado – es decir, separado de la
experiencia a la que se refiere – pierde su realidad y se transforma en un
artefacto de la mente del hombre. […] La idea que expresaba una experiencia se
ha transformado en una ideología, que usurpa el lugar de la realidad subyacente
que está en el interior del ser humano viviente. […] Además este proceso es
ayudado por el hecho de que, apenas el sistema de pensamiento se convierte en
el núcleo de una organización, surge una burocracia que, con el fin de retener
el poder y el control, procura hacer
resaltar mas las diferencias que lo que se comparte”. Fromm, E. (1967: 22, 23,
26).
Confirmando lo anterior Jacques
Alain Miller en Chorne, D. y Goldenberg, M. Comps. (2006: 46) agregará que “No
todas las religiones se valen de la verdad […] sino de la ley, es decir, de lo
que ha sido ordenado, de modo que se basa en la obediencia”.
En el otro caso, la
superstición, la vía de coacción es el temor y la disolución del sentido de
unidad promovido por una creencia estable y coherente.
“El error fundamental de la
religión, por el cual se transforma en superstición, es el de no acentuar la
significación profunda del símbolo supremo. Dios-Espiritu-Personal es verídico
concebido como simbolismo, como imagen comparativa. […] Dicho de otro modo: el
sentido del símbolo ‘Dios-Espíritu’ es la confianza en una regularidad legal
del mundo y de la vida” Diel, P. (1959: 39)
Ambos extremos apuntan a la
borradura de la experiencia individual en cuanto a lo religioso, la ideología
porque impone la experiencia y la superstición porque la destruye al evitar las
regularidades de la misma.
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