Mtro. Rodolfo Zermeño Torres.
Por religiosidad
popular se entienden aquellas prácticas dadoras de sentido que son propias de
las vivencias compartidas que permiten representar y resolver las problemáticas
particulares de un grupo. Son, como tales, un elemento altamente creativo que
favorece la convicción de comprender lo que antes contrariaba.
Esto implica que
posee un carácter social porque incide en la construcción de una realidad
compleja ya que es una forma de conciencia grupal que regula los vínculos
interpersonales pero también las relaciones con la naturaleza y lo
sobrenatural. Es generadora de instituciones, modelos normativos e
identificatorios y costumbres que brindan satisfacciones y la ilusión de poder ser
escuchado por su objeto de devoción para intervenir a su favor; para esto
último propone acciones de culto particulares que se extienden desde lo
personal (cada individuo como portador) hasta lo familiar, grupal, regional,
nacional e incluso internacional.
Igualmente debe
reconocerse que la religiosidad popular puede elevar al nivel de divinización
cualquier elemento, sea este natural, sobrenatural, social, político,
económico, moral... aunque esta personificación de la deidad no siempre está
presente.
La religiosidad
popular está enmarcada en el encuentro de la religión católica y las prácticas
indígenas de adoración; puede decirse entonces que es un fenómeno notablemente
mestizo. Como tal favorece la permanencia de ciertos cultos autóctonos
disfrazados dentro de la eminente tradición católica traída por los españoles.
Lo distintivo de la
religiosidad popular se debe a la sobrevivencia de elementos prehispánicos, a
la aceptación selectiva y adaptación de creencias y prácticas católicas, y –lo
más importante– al hecho de que existe una organización local de las ceremonias
populares. […] Lo que se encuentra hoy son componentes paganos, en el culto
sincretizado de los santos y el folklore. Carrasco, P. (1976: 190, 203).
Debido a lo
anterior puede decirse que la religiosidad popular, aunque opuesta
completamente al catecismo católico más ortodoxo, ha ido ganado muchas
concesiones por parte del Vaticano, al grado de llegar a permitirse el culto a
las imágenes de Vírgenes y Santos Patronos; sin embargo esto no es un fenómeno
reciente sino que ha estado presente desde la misma evangelización de los
pueblos indígenas.
No estaba en su intención [la
de los misioneros cristianos] que, bajo los nombres y las representaciones de
los santos se ocultaran, conservando los mismos apelativos, poderes y campos de
influencia de otros tiempos, los propios dioses paganos que estaban combatiendo.
Lupo, A. (1995: 102).
La
evangelización, como conquista espiritual, trató de arrasar con los viejos
mitos indígenas porque los consideraba poco útiles para el proyecto español,
sin embargo no lo logró del todo y, en cambio, sólo consiguió una devoción
heterogénea y asistemática propia de cada región.
Esto se encuentra relacionado con la misma dinámica de la
religión en donde, junto con un núcleo mas o menos estable y coherente de
principios que constituye la ortodoxia doctrinal, existen también órbitas en las
cuales el alejamiento del centro es tal que se vuelven mas permeables al
cambio, a la incorporación de nuevos elementos y a la espontaneidad; es quizás
en ese espacio en donde puedan ubicarse las raíces de la religiosidad popular
mestiza.
Como tal es necesario comprender que la religión católica
llegó a implantarse como una religión de estado, una imposición a los pueblos
indígenas que debieron supeditarse a ella; es decir que formó parte de un
sistema de dominación. El mismo C.G. Jung (1949) ya había comentado que sólo
podían quitársele sus dioses a un hombre a condición de proporcionarle unos
nuevos. Visto así fue una religión de los vencedores y los vencidos no tuvieron
otra opción que alienarse ante ella; sin embargo fueron capaces de integrarla a
su subjetividad generando a partir de ella formas de culto y de organización
particulares. Además debe considerarse que esta religiosidad a pesar de ser un
subproducto de la conquista también es un sobreviviente de ella ya que la
destrucción de las creencias autóctonas no fue total, lo que permitió la
simultaneidad de credos y el acogimiento válido de diversos símbolos y cultos. Gracias
a esto fueron desprendiéndose poco a poco del control burocrático clerical para
pasar al orden de lo comunitario. Es decir que lograron superar relativamente
su condición de vencidos. “El ‘pueblo’ está ahí presente, no como un mero
‘feligrés’ anónimo que recibe el sacramento o asimila la lección de catequesis,
sino como un miembro participante” Boff, L. (1986: 50).
Lo popular de la religiosidad estaría entonces ligada al
pueblo como mayoría demográfica, entendiendo esta como ese conjunto masivo de
actores sociales encargados de reproducir lo social pero también de ubicarse
como agentes de cambio.
Esta religiosidad
popular maniobró de tal manera que esquivó la idea de una teología monoteísta y
continúo con su diversidad politeísta de ídolos, pero ahora encerrados en la
multiplicidad de Vírgenes y Santos propios del catolicismo. Es decir que la
religiosidad popular en México no tiene como eje central ni a Dios Padre ni a
Dios Hijo, sino a una multitud de protagonistas más cercanos a las condiciones
de vida de su feligresía.
Entre los dioses, los santos
y el o los demonios, es difícil establecer una relación jerárquica, pues en la
concepción popular la Virgen, en sus diversas advocaciones, y los santos, no
aparecen como intermediarios entre Dios y los hombres, sino que se conciben
como dioses. Bastide, R. (1967: 146)
Sin embargo los
indígenas y los mestizos no dejaron de estar supeditados a la necesidad de un
poder, aunque este fuera divino lo cual puede entenderse por la necesidad
humana de creer y no por una tendencia al sometimiento. Esto mismo es lo que
favorece la aparición de las tendencias condensadoras antes mencionadas y
permite que lo religioso –como fuente de esperanza y depósito de seguridad– se
manifieste en y a través de diversos elementos de la vida cotidiana. Por lo
tanto puede decirse que la religiosidad popular funciona a la manera de una
formación de compromiso que intenta dar solución a dos demandas aparentemente
opuestas: la de la religión originaria indígena y la del catolicismo impuesto.
Los santos han sido el
ejemplo mas socorrido para mostrar que el catolicismo popular se construye
sobre materias anteriores al cristianismo. Dicho positivamente: los santos, sus
devociones, su culto en el cristianismo confirman nuestra tesis de que la acción
evangelizadora y pastoral de la Iglesia ha asumido siempre ciertas realidades
paganas, bautizándolas, incorporándolas a su propio sistema de creencias y
prácticas, se símbolos, ritos y comportamientos. Maldonado, L. (1985)
Puede irse
esbozando ya que la religiosidad popular es una forma de autonomía del pueblo,
un desprendimiento de las normas de la religiosidad oficial y una manifestación
propia del sentir comunitario.
Debido a lo
anterior puede decirse que el concepto de Virgen o Santo Patrono permitió a los
mestizos la idea de una figura omnipresente, diferente y alejada de Dios y del
sacerdote, pero que se mantenía dentro del mismo espacio físico que
anteriormente ocupaban sus ídolos. Lo que significa que su culto opera como un
enlace entre el rito católico ortodoxo y las creencias propias, aunado a que
este surgía de manera espontánea desde el pueblo y no como una obligación desde
las jerarquías eclesiásticas.
El catolicismo popular se
caracteriza por: a) el escaso contenido litúrgico y sacramental de sus
prácticas, en comparación con los parámetros de la religiosidad oficial. b) el
primado de la constelación ‘devocional’ y/o ‘protectora’, que implica el
énfasis en ciertas prácticas propiciatorias (mandas, procesiones,
peregrinaciones….) con miras a obtener beneficios de carácter empírico y
utilitario. Giménez, G. (1978: 13-14)
Así mismo, según Báez-Jorge,
F. (1994) y Gibson, Ch.(1967), la Virgen o Santo Patrono es el depositario de
la identidad del pueblo en varios niveles: a) representan un “panteón” de las
antiguas deidades antropomórficas; b) encierra simultáneamente la esperanza,
reclamos y tragedias de la quienes los veneran; c) se conectan con la
sensibilidad individual al estar presentes en cada hogar; d) proporcionan un
sentido de identidad y una conciencia de grupo.
Es de llamar la
atención que estas últimas tres cualidades están asociadas a la portabilidad de
la imagen. Es decir que la referencia a la Virgen o Santo Patrono está presente
en cromos, estampas, escapularios, artesanías, nombres propios de personas o
lugares, figuras en templos, etc. lo que favorece su vinculación con el lugar
de origen, la comunidad o el grupo pero también con la historia de estos: “El
verdadero fervor religioso se dirige al patrono de cada pueblo. No pueden los
indígenas concebir admiración sino al santo que desde tiempos hispánicos dio
nombre al pueblo”. Noriega Hope, C. (1979: IV: 215).
Esta preeminencia
de lo nominativo provoca que las ceremonias involucradas con la dulía a las
Vírgenes o los Santos Patronos sea lo que le confiere su carácter de cercanía
al mundo interno, porque es gracias al rito (peregrinación, manda, rezo…) o las
imágenes portátiles que se les internaliza como medios de protección. Esto es
lo que favorece la asunción de una identidad individual y grupal pero al mismo
tiempo sume a las comunidades en un atraso cultural.
La religión campesina
tradicional se halla marcada por una ambigüedad profunda. Por una parte es el
último baluarte defensivo de la identidad […] frente a la agresión de la
sociedad capitalista […], pero por otra parte perpetúa el inmovilismo y el
atraso. Es fuente y estímulo principal de la vida festiva y de la expresión
estética del pueblo, pero también la flor marchita de la cultura de la pobreza
y la opresión. Giménez, G. (1978: 246-248)
Como conclusión debe afirmarse que la religiosidad
popular está fundamentada en un engranaje simbólico que brinda un marco
referencial (canaliza las angustias y permite dar sentido a las experiencias) e
identificatorio (favorece la asunción de una pertenencia) y que, al mismo
tiempo, representa aspectos del pasado y presente de la cultura mestiza.
En tanto proceso
sociocultural de larga duración, precisa un enfoque dialéctico capaz de dar
cuenta de sus contradicciones y reformulaciones que remiten, básicamente, a
tres momentos: la destrucción de la configuración cultural prehispánica; las
estrategias de resistencia indígena, y las expresiones diversas de
reinterpretación simbólica y ritual. Báez-Jorge, F. (1998: 58 - 59).
Bastide, R. (1967). Americas Negras, Las. Madrid: Alianza.
Boff, L. (1986). ...Y la Iglesia se Hizo Pueblo. ‘Eclesiogénesis’ La
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Giménez, G. (1978). Cultura Popular y
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Noriega Hope, C. (1979). Apuntes Etnográficos. En Gamio, M. La
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