miércoles, 6 de agosto de 2014

Experiencias Místicas y Psicoanálisis.

Mtro. Rodolfo Zermeño Torres.

Las experiencias místicas pueden ser definidas como toda sensación de contacto con la divinidad y, como tales, se deben contar entre las experiencias más profundas del ser humano en el sentido total de haber sido experimentadas, es decir, vívidas en lo íntimo como si fuesen parte de la realidad sensible y material. La experiencia mística está relacionada con el fenómeno místico, la primera pertenece al sujeto y la segunda al objeto, su carácter místico es el estar fundidos en un solo movimiento donde la aprehensión sensible es lo que brinda materialidad. La experiencia mística aborda de forma muy singular al sujeto y al objeto pero no puede ser adjetivada, es decir que surge de lo vivido y se mantiene por la imposibilidad de ser nombrada; es decir que ya no es el sujeto quien guía la experiencia, sino que es el fenómeno lo que comanda la percepción; o sea que es un estado logrado donde la sensación y la forma se reúnen.
La realidad psíquica del analizado prevalece sobre toda otra realidad. El lugar psíquico donde todos vivimos nuestra vida mas profunda es un lugar indescriptible de vivencias exclusivamente personales a donde no podemos llevar a nadie. […] el paciente no olvida nunca lo que ha vivenciado dentro de las formas de transferencia, que guardan para él una fuerza de convencimiento mas grande que todo lo adquirido de otra manera. […] el psicoanálisis, paradójicamente, proporciona curación por el ‘conocimiento experiencial’ en el contexto de una relación ritualizada y muy profunda; así también, la manera de conocimiento experiencial e inefable (y de convencimiento) del místico es la manera mas esencial del conocer humano. Rizzuto, citado por Font, J. (1999: 70)

Es un fenómeno innombrable que desde lo místico es calificado de misterioso, mientras que en lo psicoanalítico lo es de enigmático. Pero ambos están relacionados en la encrucijada entre experiencia y fenómeno, en la reflexión que se hace de lo vivido (reflexión entendida en su acepción de reflejo y de cavilación), en la complacencia interna de lo que debería satisfacerse externamente. Es un acto que va más allá de la necesidad y el deseo es la realización absoluta de la pulsión: “Lo que Lacan llamó el goce es fundamentalmente esa satisfacción interna de la pulsión” Miller, J-A. (sin fecha: 56).
Su carácter es ominoso, desde lo planteado por Sigmund Freud, puesto que se reviste de “lo familiarmente desconocido” y deja una sensación de permanente asombro y participación. En términos psicoanalíticos podría definírsele como la unión-del-ser-con-el-todo: “El misticismo es la obscura autopercepción del reino exterior al yo, o sea el ello” Freud, citado por Font, J. (1999: 69). O sea que la experiencia mística revierte la relación entre lo natural-sobrenatural y entre lo consciente-inconsciente colocando a quien la vive en una situación donde los límites del yo parecen difusos ante el contacto con una entidad que lo sobrepasa pero al mismo tiempo lo contiene. Es una situación de entrega y desalojo mutuo, es el cumplimiento del deseo de ser Uno.
Esta entidad estaría colocada en los límites del espacio y del tiempo: es parte propia y ajena; pertenece al pasado y al presente. Sería un objeto internalizado que arropa desde adentro luego de haber sido elaborado a partir de las experiencias mas originarias; partiendo desde lo arcaico se dirigiría hacia lo nuevo de una forma a la vez aperturante hacia lo externo e integrador de lo interno. Es contemplación y éxtasis simultáneamente, es finito pero ilimitado en tanto trasciende el tiempo lógico.
Pero además operaría también como una sublimación que dirige pero libera el deseo; más allá de ser solamente un retorno de lo reprimido se convierte en una opción convocadora de un objeto al cual se le permite presencia y ausencia. Es decir que libera al sujeto y al objeto.
La experiencia de Dios parte necesariamente de un movimiento de Él hacia el hombre: un llamado que conocemos como gracia. Lo que el hombre hace es responder a ese llamado y entrar en contacto con el Otro. Para experimentar a Dios, el hombre necesita oír ese llamado. Grupo Épsimo (1991: 23)

Es, igualmente, un aspecto completamente afectivo que estaría centrado en la experiencia placentera y manifestado en un acto creador distanciado de la genitalidad; aunque también podría tomar la forma de experiencias pseudo-místicas que estarían del lado de lo patológico, regresivo e infantil. Desde esta perspectiva habría que diferenciar entre la creación sublimatoria dadora de sentido y plena de significado, y la creación de una formación de compromiso cuya única función es evitar temporalmente la angustia.
Este terror y pánico mortal […] es el origen de todo sentimiento religioso, fuente de la creación de los mitos. El esfuerzo para vencer este terror primitivo espiritualizándolo, es decir, transformándolo en compresión de sus causas, señala el origen tanto de la vida religiosa como de la ciencia, y determina su evolución. La ciencia es una forma tardía de ese esfuerzo. Diel, P. (1959: 31)

Para poder distinguir lo místico de lo pseudo-místico debe determinarse el carácter central de la omnipotencia. En la experiencia mística verdadera hay impotencia reflejada en una total imposibilidad para referirse a la vivencia y a la entidad superior; al contrario de la experiencia pseudo-mística donde existe una fantasía de omnipotencia reflejada en la identificación con la deidad que esconde un trasfondo de inseguridad y angustia.
Lo místico convoca al despojo y al desasimiento de todas las certezas pues no requiere de elementos externos para dar cuenta de su vivencia personal e íntima; mientras que lo pseudo-místico involucra la tendencia al dominio y al control, presenta aferramiento a lo externo y perseverancia a la comunicación con otros para garantizar de ese modo el autoconvencimiento de su propia experiencia.
En la experiencia mística hay un respeto hacia el misterio, se le vislumbra en su ininteligibilidad y se le acepta únicamente como sensación permitiéndose asombrarse cada vez. En cambio en lo pseudo-místico hay una perseverancia para asir el misterio a través de la creencia convirtiéndolo así en una ideología, más allá de argumentar que lo que buscan es alejarse de todo lo racional. Pedro Santidrían (1991) afirmaría que dicha sensación de unión con Dios no es fruto del conocimiento sino del amor.
Sin embargo esta polarización constituye solamente la presentación de los dos extremos en donde pueden colocarse los diversos fenómenos religiosos:
Cada ser humano, se acuerdo con sus estructura de personalidad e historia, tiene una vivencia de Dios específica, única. Son los rasgos neuróticos los que distorsionan, empobrecen y en ocasiones suprimen esta vivencia, siempre necesitada de depuración. […] la gracia, pues, actúa por los caminos que ofrecen las estructuras psicológicas del ser humano. Desde luego, podría elegir otras vías, pero al operar sobre nuestra realidad individual y social, se sujeta a las leyes científicas sociales, antropológicas, que rigen cada momento histórico. […] la experiencia de Dios estará condicionada, por tanto, a la imagen interna que el ser humano se haya formado de Dios, producto de la interrelación de los elementos socioculturales conjugados y del interjuego de los fenómenos intrapsíquicos de los pulsional. Grupo Épsimo (1991: 12 y 13).

Este mismo sentido de la experiencia mística como personal e intransferible es difícilmente comunicable pues de manera externa pareciera que todo permanece igual, pero internamente genera una revolución tan intensa que se trastoca todo lo conocido anteriormente y motiva un deseo de repetirla y recrearse en ella constantemente.
Otro carácter distintivo es el desasimiento de todo objeto de deseo pues estos operan como interruptores de la experiencia mística. Suele recurrirse, en su lugar, al intento inconcluso de comunicación; al compartir con el otro más que al apropiarse del otro. Este hablar de lo que solo se siente pero no se sabe es el verdadero y total acto de amor: “hacer el amor es hacer poesía” comentaría Lacan (1973: 220). En esto se desprende de todo goce con el cuerpo o los fantasmas y se accede a un goce a través de la falta y más allá de ella, es decir un goce que no es fálico ni de completud y que, por ende, esta fuera del síntoma, la regresión y el infantilismo de las experiencias pseudo-místicas.




No hay comentarios:

Publicar un comentario